«TOMAD,
ESTO ES MI CUERPO… ESTA ES MI SANGRE»
Quien
conoce y reconoce a Cristo Vivo en la Eucaristía, nunca tendrá la profunda
soledad del corazón. Aquí se cumple la promesa de la Trinidad en el Génesis:
“no es bueno que el hombre esté solo”. Es la presencia de Jesús en el alma, el
antídoto más eficaz contra todas nuestras soledades, como decía San Bernardo,
nunca está el hombre menos solo que cuando está a solas con Dios.
¿Cómo
poder superar la profunda soledad del alma si no es con la presencia que
“recrea y enamora” de Cristo en la Eucaristía?
Tenemos que adorar a Jesús en la
Eucaristía que se reserva en el Sagrario para ser nuestra compañía y amigo en
los caminos de la vida.
Es
verdad que la Eucaristía es comida, es banquete. El mismo Jesús la instituye en
esa clave de comida, como dice esta antífona: “Les diste pan del cielo que
contiene en sí todo deleite”. La Eucaristía por la adoración responde a la
pregunta profunda del corazón humano que le dicen al apóstol Felipe, aquellos
griegos: “Queremos ver a Jesús”. Así lo han cantado los poetas: “Veante mis
ojos, dulce Jesús Bueno, veante mis ojos y muérame yo luego” (Santa
Teresa de Jesús)
En
esta fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo
se reafirman las tres dimensiones esenciales de la Eucaristía como
sacramento, sacrificio, banquete y presencia. Lo recoge bellamente uno de los
himnos de Liturgia de este día, se canta la locura del Amor del Corazón: su
Presencia entre nosotros. Se queda con nosotros para siempre como el Amigo que
nunca falla. Aquello que le dicen las madres a sus hijos: “Te quiero tanto que
te voy a comer”. Aquí es Cristo el que por amor se deja comer por nosotros como
el auténtico maná que bajó del cielo.
Jesús nos dice con este sacramento: Os
quiero tanto que me dejo comer para ser vuestra vida, vuestra alegría, vuestra
paz ahora y por siempre.
La
Eucaristía nos dice una y otra vez que no fue Moisés el que nos da el pan de
vida, es mi Padre, dice el Señor, el que os alimenta, y también repetirá que la
Eucaristía es para la vida; el que coma de este pan vivirá para siempre. Quien
vive adorando la Eucaristía transforma
su corazón.
+Francisco
Cerero Chaves - Obispo de Coria-Cáceres
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