Cuentas de otoño, por la cuenta que nos tiene
Había pensado escribir sobre el tema que
nos tiene a todos preocupados cuando hay una amenaza de ruptura en ciernes, de
insidia colmada, de mucha mentira y demasiado tejemaneje con intereses
inconfesados. El mensaje que acabamos de dar en la Comisión Permanente de la
Conferencia Episcopal, es lo que suscribo y a él me remito, pues estuve
presente en su redacción. Hoy hablaré de otra cosa. No tiene botón de pausa el
calendario. Y las hojas de los días van cayendo como las de los árboles en esta
época otoñal. Poco a poco irán cambiando los paisajes revistiendo su entorno de
color pastel, mientras suavizamos los incipientes tiritones con las primeras
prendas de abrigo. En este mes de magia y calma, los cristianos vivimos una
advocación mariana llena de sabor en nuestra tradición espiritual: el santo
rosario.
Todavía recuerdo en mi
casa, cómo algunas tardes de otoño terminábamos el día rezando a la Virgen
cinco misterios del rosario. La abuela convocaba y ella dirigía, y los demás,
con desigual afición y afán, nos dejábamos poco a poco enganchar con esa
oración que al final la sentíamos como una plegaria nuestra y sencilla. No he
dejado nunca de rezar el rosario. Aunque luego haya aprendido otras formas de
orar, me parece un modo realmente evangélico de recorrer los pasos de esa historia de
salvación a la que también cada uno de nosotros pertenece. Particularmente cuando voy en el coche en mis viajes, o cuando
camino de acá para allá, cuando subo a la montaña en silencio, cuando tengo un
momento calmo de paz. Son ocasiones preciosas para vivir como hijo de Dios,
como hijo de María, los avatares en los que la vida me lleva y me trae.
Rezar el Padrenuestro al comienzo de cada misterio es un modo de
recordar la oración de Jesús, la plegaria cristiana por antonomasia, cuando llamando como hijos al Padre Dios y santificando su
nombre, le pedimos que venga su Reino, su sueño y proyecto de amor; que nos
conceda buscar y hacer siempre su divina voluntad como en el cielo y en la
tierra tantos seres la buscan y la hacen fielmente; que no deje de darnos el
pan cotidiano y de suscitar en nosotros el perdón que nos hace parecernos a Él;
pidiendo al
final que el maligno y su mal no nos ganen nunca la partida.
Pero lo mismo decimos a
nuestra Reina y Madre cuando con las palabras del
arcángel Gabriel también la saludamos con el saludo del “alégrate por estar
llena de gracia”, y porque estando el Señor contigo a nosotros se nos allega.
No olvidamos en las diez Avemarías de cada misterio, que somos pobres, pequeños
y pecadores, y que necesitamos el ruego materno de Santa María la Madre de
Dios, ahora y siempre, especialmente en el momento de nuestra muerte. Y así
concluimos recitando la alabanza a la santa Trinidad, dando gloria al Padre
amante, al Hijo amado, y al Espíritu amor.
Rezar el rosario tiene
esta entraña de vieja oración, con la que tantas generaciones cristianas, tantas personas sencillas y buenas han querido rezar la vida, esa vida que, como sucede con
los distintos misterios que componen esta oración mariana, está tejida de gozo,
de dolor, de luz y de gloria. Son los colores de nuestra biografía humana y
cristiana: la alegría de nuestros gozos, las pruebas de nuestros dolores, el
resplandor de nuestra luminosidad y la gloria de nuestra esperanza. Rezar el rosario es como rezar la vida, viviéndola bajo la
intercesión dulce y discreta de quien el Señor nos dio como Madre que acompaña nuestros lances y trances en esta hora que nos toca
vivir tan llena de motivos para orar con San Pedro Poveda: Madre mía de
Covadonga, sálvanos y salva España.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm - Arzobispo de Oviedo
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm - Arzobispo de Oviedo
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