«ESTE ES MI HIJO AMADO…»
Este pasaje del Evangelio de Mateo 3.12-17 es de tal calado de humildad, por parte de Jesús, que siempre ha provocado el asombro amoroso de todas las generaciones cristianas. Jesús se pone a la cola de los pecadores. Pasa por uno de tantos un pecador más. No llama la atención. Cuando por la noche Juan Bautista, en la oscuridad del desierto, en la ribera del Jordán hiciese un balance diría: Hoy, todo normal, se ha bautizado mi primo Jesús. ¿Será Él el Mesías o tenemos que seguir esperando? Sería su pregunta, pues todo normal. Solo el asombro enamorado abarca las maravillas del Amor humilde de Jesús. En clima de oración, indispensable para ser humildes, pues la oración nos lleva a vivir la realidad de la vida con la profunda verdad de que el Señor nos ama en nuestra pequeñez. En ese clima de oración y humildad el Espíritu Santo, en forma de paloma, corrobora que Jesús es el Hijo Amado del Padre, el Predilecto en quien Dios se complace. Dios solo se posa y reposa en los humildes, en frase del papa Francisco, y nunca en los autoreferenciales, en los fariseos soberbios.
Las aguas del Jordán se convierten en
fuente de vida. El Bautismo de Jesús nos hace descubrir que cada vez
que se bautiza una persona se abre el cielo y se escucha la voz del Señor que
dice: “Este (te llama por tu nombre) es mi hijo amado” Experimentarse amado es
volver cada día al gozo de ser hijo, de ser hermano, de saber que otro mundo es
posible. Bautismo y humildad es la combinación perfecta.
El Bautismo de Jesús es un misterio
contemplado y comentado en la Iglesia. Siempre lleno de admiración, de
sorpresa, de gozo, de saber de la profunda humildad del Verbo Encarnado. Es un
misterio para ser contemplado como luminoso como se hace en el Rosario.
Allí, en el Jordán, Jesús comienza su vida
pública y unirá para siempre desierto y misión, humildad y oración, entrega y ternura, Amor derramado y
capacidad de desaparecer. Haciéndose uno con los pecadores, el que no había
cometido pecado alguno, pues era el Hijo Amado del Padre, la misma gracia
increada. Se va a identificar con todos los que sufren, en su interior, las
dificultades, las limitaciones, la debilidad del pecado. Desde esta realidad,
Jesús nos lanza a la alegría inmensa de quien confía, como María, en el Dios de
lo imposible.
+Francisco Cerro Chaves -
Obispo de Coria-Cáceres
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