BAJO
EL SIGNO DE LA SANTA CRUZ
…La Santa Cruz para el cristiano no es una carga
pesada e insoportable, que hemos de arrastrar
resignados. La Santa Cruz es el sufrimiento vivido con amor, y nos lleva a
asumir los trabajos de cada día con esa dimensión más profunda, la
dimensión redentora. Viene a ser como las Cruces de mayo. Después de haber
celebrado el tiempo penitencial de Cuaresma y Semana Santa y de haber
participado en el triunfo glorioso del Señor resucitado, miramos la Cruz con
otros ojos. Entendemos por la fe que en la Cruz está nuestra salvación, y vemos
que ese leño seco ha florecido. Vemos que la aspereza de la vida está suavizada
por la esperanza de un fruto de vida eterna, que ya comienza en esta vida.
La fiesta de la Santa Cruz es una invitación a vivir
más unidos a Cristo, porque "sin mí no
podéis hacer nada" (Jn 15,5), compartiendo sus
sufrimientos y revestidos de sus sentimientos. La fiesta de la Santa Cruz nos abre un horizonte
lleno de esperanza, porque nos habla de una eficacia que no viene de nuestras
obras, sino de la fuerza redentora de la muerte y resurrección del Señor.
Cuando el Viernes Santo adoramos, abrazamos y besamos la Cruz de Cristo, en el
día de su muerte redentora, no estamos haciendo un teatro. Estamos reconociendo
y adorando un misterio que nos desborda y que al mismo tiempo nos abraza con
amor, estamos haciendo un acto de aceptación de que en este misterio está la
salvación del mundo.
Sí, mirando ese estandarte de la Cruz de
Cristo, somos curados de tantos egoísmos que nos encierran en nosotros mismos y
nos alejan de Dios y de los demás. Mirando la Cruz de Cristo, somos elevados a
otro nivel en el que aprendemos a dar la vida, como hizo Él. Mirando
la Cruz de Cristo, no nos echa para atrás el sufrimiento ajeno, sino que nos
sentimos movidos a compartirlo solidariamente con quienes tienen más necesidad
que nosotros. A nadie le gusta sufrir, ni en carne propia ni al verlo en su
alrededor. Sólo la mirada a Cristo crucificado nos da la
perspectiva nueva de mirar este mundo dolorido con otros ojos, con ojos de
misericordia sanadora.
Son tantos los
sufrimientos en los que nos vemos envueltos constantemente, es tanto lo que la
gente sufre a poco que nos pongamos a escuchar, que no tenemos capacidad ni
siquiera para ser solidarios, si no fuera por la Cruz de Cristo, que nos eleva
de nivel y nos da capacidad para transformar el mundo con los criterios del
Evangelio: amar hasta dar la vida. Vemos imágenes de ese largo éxodo de tantos miles y
miles de refugiados, que atraviesan los caminos de Europa en busca de una
situación mejor para ellos y para sus hijos, pero son muchos más los que no se
ven, que han tenido que dejar su patria porque es imposible construir el futuro
para sus hijos en ella. Las guerras, los intereses de las grandes naciones, el
egoísmo acumulado de nuestra propia indiferencia, van creando como un ambiente
enrarecido y contaminado en el que apenas podemos respirar. Necesitamos la Cruz de
Cristo, que convierte el sufrimiento propio en esperanza y el sufrimiento ajeno
en ocasión de solidaridad fraterna. Es
posible construir un mundo mejor, más justo y más fraterno, gracias a la Cruz
de Cristo, porque Él ha cargado con nuestros dolores y sus cicatrices nos han
curado.
Comencemos el nuevo curso bajo el signo de
la Santa Cruz, porque además junto a la Cruz de Jesús está siempre su madre
María. No estamos solos en esta aventura de la vida. Tenemos una madre, que nos
acompaña, nos consuela y nos anima continuamente. La Virgen de los Dolores es
la que vive junto a su Hijo y a cada uno de sus hijos que sufren. Con ella
emprendemos las tareas del nuevo curso bajo el signo de la Santa Cruz.
Recibid
mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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