El escándalo hipócrita
El punto de partida de este Evangelio es la “extrañeza”
que sintieron los discípulos de Jesús cuando vieron a un “extraño” que sin ser
del grupo que seguía al Maestro, se permitía nada menos que echar demonios en
su nombre. Parece que este lance irritó tanto a los discípulos, que presos de
la indignación, fueron a contárselo al Señor.
Era una actitud sospechosamente celosa
por parte de quienes parece que vivían su condición de discípulos un tanto
interesada. Jesús responderá haciéndoles ver que el Espíritu de Dios desborda
los cauces por los que normalmente transcurre, y por lo tanto, también habla y
actúa allá en donde hay un destello de verdad, de bondad, de belleza... aunque
estos destellos sean incompletos y parciales.
No hay aquí una llamada a la falsa
tolerancia, como si diese igual todo, o como si la verdad fuese indiferente en
cualquier camino o en cualquier posición humana. Pero, ciertamente, Jesús no es
favorable a los capillismos insulsos, ni a las ramplonerías partidistas. ¿A qué viene, pues, vuestro escándalo
–decía Jesús a los discípulos-?
En el lenguaje bíblico, la palabra
“escándalo” tiene dos sentidos: ocasión de caída y ocasión de obstáculo. En
ambos casos el resultado es parecido: no llegar a la meta deseada, no alcanzar
el destino hacia el que se caminaba. Es decir, tanto en el caso de una torpeza
que nos hace caer, como también en el caso de un bloqueo que nos obstaculiza el
andar, llegamos a ese mismo y terrible final: nuestra vida ha fracasado inútilmente;
Dios la soñó y la diseñó para un proyecto de felicidad, y nuestras torpezas y
caídas nos detienen o nos hacen caminar en otra dirección... ¡Esto es lo
verdaderamente trágico y preocupante, y esto es lo que Jesús quiere hacer ver!
Podemos estar ocupados en la caza de
falsos discípulos (lo cual hay que hacer, no en el sentido de “cazar”, pero sí
en el de no confundir lo verdadero con los sucedáneos), sin reparar que también
nosotros hemos de revisar nuestra identidad cristiana, nuestro seguimiento del
Maestro Jesucristo, nuestra comunión de vida con Él y con su Iglesia. Porque
puede darse que estemos quejándonos de las falsedades y nosotros no estar
viviendo en la verdad.
El Evangelio de este domingo es
tremendamente drástico y radical: no escandalices a los pequeños, a los
débiles, no te escandalices tampoco a ti mismo, es decir, no te caigas y no
derribes a nadie; no te bloquees a ti ni tampoco coartes al prójimo. Más te
vale entrar cojo, o ciego, o manco... (con todo lo que sugieren estas expresiones)
que haber conservado estos miembros pero haber perdido la vida, la verdadera
vida.
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm.-Arzobispo de Oviedo
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