En relación con las
declaraciones aparecidas en diferentes medios en referencia a la denegación o
aceptación como padrino de bautismo de una persona que se presenta como
transexual, tengo el deber pastoral de manifestar pública y definitivamente lo
siguiente:
Los padrinos del
Sacramento del Bautismo asumen, ante Dios y su Iglesia y en relación con el
bautizado, el deber de cooperar con los padres en su formación cristiana,
procurando que lleve una vida congruente con la fe bautismal y cumpla fielmente
las obligaciones inherentes. En vista de esa responsabilidad, el Catecismo de
la Iglesia Católica pide que los padrinos sean “creyentes sólidos, capaces y
prestos a ayudar al nuevo bautizado… en su camino de la vida cristiana” (CEC, n. 1255). Por todo
ello, al ser una función eclesial la ley de la Iglesia exige, entre otras
condiciones, que sólo sea admitido como padrino o madrina quien tenga capacidad
para asumir seriamente estas responsabilidades y lleve un comportamiento
congruente con ellas (cf.CIC, can. 874 §1, 3). Si no fuera posible hallar una persona que reúna las cualidades
necesarias, el párroco puede conferir el Bautismo sin padrinos, que no son
necesarios para celebrar este Sacramento.
Ante la confusión
provocada entre algunos fieles al haberme sido atribuidas palabras que no he
pronunciado, y por la complejidad y relevancia mediática alcanzada por este
asunto, teniendo en cuenta las posibles consecuencias pastorales de cualquier
decisión al respecto, he elevado una consulta formal ante la Congregación para
la Doctrina de la Fe, cuya respuesta ha sido: “Sobre este particular le comunico la imposibilidad de que se le
admita. El mismo comportamiento transexual revela de manera pública una actitud
opuesta a la exigencia moral de resolver el propio problema de identidad sexual
según la verdad del propio sexo. Por tanto resulta evidente que esta persona no
posee el requisito de llevar una vida conforme a la fe y al cargo de padrino (CIC can 874 §3), no pudiendo por tanto ser admitido al cargo ni de madrina ni de
padrino. No se ve en ello una discriminación, sino solamente el reconocimiento
de una objetiva falta de los requisitos que por su naturaleza son necesarios
para asumir la responsabilidad eclesial de ser padrino”.
En efecto, el Papa
Francisco ha afirmado en varias ocasiones, en continuidad con el Magisterio de
la Iglesia, que esta conducta es contraria a la naturaleza del hombre. En su
última encíclica acaba de escribir: “La ecología humana implica también algo
muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral
escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más
digno. Decía Benedicto XVI que existe una «ecología del hombre» porque «también
el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a
su antojo». En esta línea, cabe
reconocer que nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el
ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como
don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del
Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se
transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a
recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial
para una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en
su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el
encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don
específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse
recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que pretenda «cancelar la
diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma»” (Laudato si, n.155).
Por estas razones, se ha
hecho saber a los interesados que no puede aceptarse su solicitud.
La Iglesia acoge a
todas las personas con caridad queriendo ayudar a cada uno en su situación con
entrañas de misericordia, pero sin negar la verdad que predica, que a todos
propone como un camino de fe para ser libremente acogida.
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