LA SEMILLA MÁS PEQUEÑA
Retomamos en la liturgia el tiempo
ordinario. El color de la casulla del sacerdote es verde, este indica que
estamos en el tiempo para celebrar la fe en la vida ordinaria, es el tiempo de
la esperanza y de la respuesta positiva a Dios en el día a día. En la segunda lectura de
San Pablo se nos habla de nuestra verdadera vocación, estar cerca
del Señor con el apoyo de la fe, que es
nuestra compañera de viaje. Dice el apóstol que en destierro o en patria nos
esforzamos por agradar al Señor, porque todos hemos de comparecer ante el
tribunal de Dios y no se trata de miedo, sino que la fuerza del deseo de estar
con el Señor es el amor que hay en el corazón. Cuando se ama se quiere estar
con la persona amada, junto a ella. El amor es el que nos arrastra hasta la
necesidad de estar con el Señor, a ser agradables para el Señor.
Es Dios el que nos dignifica, pero no por nuestros
méritos, sino por pura gracia, por su gran misericordia y esto aparece muy claro tanto en la primera lectura como
en el Evangelio. La Palabra utiliza un lenguaje sencillo, muy descriptivo, con
ejemplos y experiencias de los hombres de su tiempo. Sería necesario buscar un
momento de serenidad para gustar la Palabra, para dejar calar estas lecturas en
lo hondo de nuestro ser, ya que nos desvelan el rostro de Dios, en cuyas manos
estamos y que quiere acompañar al hombre a lo largo de toda su vida. Podemos
ver como Dios no se fija en las apariencias, ni en nuestras grandezas, se fija
en el sencillo y en el humilde, en el débil y en el pequeño, y confunde a los
grandes y poderosos. El que se deja llevar de la sabiduría y del corazón de
Dios puede comprobar que es posible la victoria de David sobre Goliat. La
Virgen María canta su experiencia en el Magníficat cuando dice que el Señor
"hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba
del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma
de bienes y a los ricos los despide vacíos". El profeta Ezequiel, con un corto relato en parábolas, ha descrito la historia de
la salvación y como esta es llevada por
el Señor.
San Marcos recoge los primeros pasos de la predicación
de Jesús a la gente, insistiendo precisamente
en el mismo mensaje del profeta: es Dios el que da el crecimiento a la semilla hasta llegar
a la madurez; los principios son humildes, son insignificantes, pero su
desarrollo es muy potente, tanto, que no depende del sembrador, ya que esta
crece mientras el sembrador duerme. Dios es el que da el crecimiento. Jesús pone ejemplos en parábolas
que nos hablan del Reino de Dios. La
parábola de la semilla que crece por sí sola (Mc 4, 26-29) subraya
que el Reino no es obra humana, sino únicamente don del amor de Dios que actúa
en el corazón de los creyentes y guía la historia humana hacia su realización
definitiva en la comunión eterna con el Señor. Desde esta perspectiva podemos comprender las
condiciones indicadas por Jesús para entrar en el Reino y que se pueden resumir en la palabra "conversión". Mediante la
conversión el hombre se abre al don de Dios, pero, para esto hay que tener un
corazón como el de un niño, implica sencillez interior.
+ José
Manuel Lorca Planes-Obispo de Cartagena
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