JUNIO 2015
«Marta, Marta, andas
inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria» (Lc 10, 41-42).
¡Cuánto
afecto al repetir este nombre: Marta, Marta! La casa de Betania, a las puertas
de Jerusalén, es un lugar donde Jesús suele detenerse y descansar con sus
discípulos. Fuera, en la ciudad, debe discutir, encuentra oposición y rechazo;
en cambio aquí hay paz y acogida.
Marta es emprendedora y activa. Lo
demostrará también en la muerte de su hermano, cuando entabla con Jesús una
conversación firme, en la cual lo interpela con energía. Es una mujer fuerte,
que muestra una gran fe. A la pregunta: «¿Crees que yo soy la resurrección y la
vida?», responde sin dudarlo: «Sí, Señor, creo» (cf.
Jn 11, 25-27).
También ahora está atareada preparando una
acogida digna para el Maestro y sus discípulos. Es la anfitriona (lo dice su
propio nombre: Marta significa «dueña») y por eso se siente responsable.
Probablemente está preparando la cena para este huésped de categoría. María, su
hermana, la ha dejado sola en la tarea. En lugar de quedarse en la cocina según
las costumbres orientales, se une a los hombres para escuchar a Jesús, sentada
a sus pies, como haría una discípula perfecta. De ahí la intervención un poco
resentida de Marta: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola
para servir? Dile que me eche una mano» (Lc 10, 40).
Y esta es la respuesta afectuosa y a la vez firme de Jesús:
«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas
cosas; solo una es necesaria»
¿Es que no
le gustaba a Jesús el estilo emprendedor y el servicio generoso de Marta?
¿Acaso no agradecía su acogida concreta y no iba a tomar con gusto las viandas
que le estaba preparando? Poco después de este episodio, en otras parábolas,
alabará a administradores, emprendedores y empleados que saben sacar provecho
de sus talentos y negociar con los bienes (cf.
Lc 12, 42; 19,
12-26). Incluso alaba su astucia (cf.
Lc 16, 1-8),
de modo que no podía no alegrarse de ver a una mujer tan llena de iniciativa y
capaz de una acogida diligente y generosa.
Lo que le reprocha es el afán y la
preocupación que pone en su trabajo. Está agitada, «afanada con los muchos
servicios» (Lc 10, 40),
ha perdido la calma. Ya no es ella la que dirige el trabajo, sino el trabajo el
que ha tomado la delantera y la tiraniza. Ya no es libre, se ha vuelto esclava
de sus tareas.
¿No nos sucede también a nosotros a veces
que nos dispersamos en las mil cosas que hay que hacer? Nos dejamos atraer y
distraer por Internet, los chats, los superfluos mensajes del móvil. Incluso
aunque nos ocupemos en trabajos serios, estos pueden hacer que nos olvidemos de
prestar atención a los demás, de escuchar a las personas que tenemos cerca. El
peligro está sobre todo en perder de vista por qué y para quién trabajamos. El
trabajo y las demás ocupaciones se convierten en fin en sí mismos.
O quizá nos pueden el ansia y la agitación
ante situaciones y problemas difíciles que atañen a la familia, la economía, la
profesión, las clases, nuestro futuro o el de nuestros hijos, hasta hacernos
olvidar las palabras de Jesús: «No andéis agobiados pensando en qué vais a
comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan
por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo
eso» (Mt 6, 31-32).
También nosotros merecemos la reprimenda de Jesús:
«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas
cosas; solo una es necesaria»
¿Qué es lo
único necesario? Escuchar y vivir las palabras de Jesús. A ellas –y a Él, que
habla– no se les puede anteponer absolutamente nada. El verdadero modo de
hospedar a Jesús, de acogerlo, es acoger lo que Él nos dice. Tal como hizo
María, que se olvidó de todo, se puso a sus pies y no se perdió ni una palabra
suya. Así no nos moverá el deseo de figurar ni de sobresalir, sino de darle
gusto a Él, de estar al servicio de su reino.
Como Marta, también nosotros estamos
llamados a hacer «muchas cosas» por el bien de los demás. Jesús nos ha enseñado
que el Padre quiere que demos «mucho fruto» (cf.
Jn 15, 8) y
que haremos incluso cosas mayores que Él (cf.
Jn 14, 12).
Es decir, Él espera de nosotros dedicación, pasión en el trabajo que se nos
encomienda, inventiva, audacia e iniciativa. Pero sin afán ni agitación, con la
paz que viene de saber que estamos cumpliendo la voluntad de Dios.
Lo único que importa es, pues, convertirse
en discípulos de Jesús, dejar que Él viva en nosotros, estar atentos a sus
sugerencias, a su voz sutil, que nos orienta en cada momento. De este modo será
Él quien nos guíe en cualquier acción nuestra.
Cuando hagamos «muchas cosas», no
estaremos distraídos ni dispersos porque, siguiendo las palabras de Jesús, nos
moverá solo el amor. En cualquier ocupación haremos siempre una sola cosa:
amar.
Fabio
Ciardi
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