As de rey y pastor
Al
término del año cristiano se nos presenta una solemnidad de Jesús
que enmarca el sentido de este domingo último: Cristo
Rey del Universo. Herodes, al comienzo de la vida del Señor,
y Pilato al final, cada uno desde sus intereses, tuvieron miedo de este Jesús
Rey. Pero la realeza de Jesús no era una alternativa política-religiosa de
nadie, ni traía su persona ninguna subversión con apariencia piadosa y adentros
revolucionarios. Ni Pilato ni Herodes entendieron la realeza de Jesús, y por
eso la persiguieron cada uno a su modo. Su realeza, se ha ido presentando y
desgranando como un auténtico servicio: reinar para servir. Por eso rechazará
la propuesta de Satanás en la tentación del poderío (Mt 4,8);
o se marchará lejos huyendo al monte cuando la gente quería coronarle rey tras
la multiplicación de los panes y los peces (Jn
6,15). Jesús
se reconoce rey, pero de otra manera.
El juicio final
del que nos habla este Evangelio, en el cual estarán presentes todas las
naciones ante el trono de la gloria del Hijo del Hombre, será precisamente el
juicio de quien tanto ha amado a sus ovejas, como admirablemente dibuja
Ezequiel en la 1ª lectura (Ez
34,11-16). Es
la imagen del Buen Pastor que Jesús hará suya después (Jn 10,1-21).
¿Cómo temer el juicio de quien tanto nos amó?.
Pero este juicio misericordioso no sólo
tendrá lugar solemnemente al final de los tiempos. Porque la vida nueva
consiste en encontrar, y reconocer, y amar al Hijo de Dios para permanecer así
en la luz y en la verdad. Esto es lo que nos dice la parábola de este
Evangelio desde la estrecha vinculación que el rey-pastor Jesús hace de su
persona con cada uno de los hombres, especialmente los más desfavorecidos.
Por eso hemos de repetir otra vez que debemos vigilar sobre
nuestra fe y nuestra vida cristiana, pero no al modo pagano: “por si acaso
viene Dios y nos pilla” (actitud típica de quien sólo revisa y “pone al día” su
cristianismo ante determinadas situaciones: boda, primera comunión de los
hijos, una operación o cualquier otro peligro de muerte, etc.). Dios no es ese
inevitable intruso en nuestra vida, del que se puede prescindir y al que se
trata de esquinar. El juicio final está continuamente anticipado en lo
cotidiano de nuestra vida. El cristianismo no puede zanjarse en un curso intensivo,
habiendo vivido descristianamente el resto de la vida. De la misma manera que
cuanto decimos y hacemos por Jesús, tiene una verificación también cotidiana en
el amor al prójimo: “os
aseguro que cuanto hicisteis con uno de esos mis humildes hermanos, conmigo lo
hicisteis” (Mt
25,40).
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo
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