EVANGELIZAMOS ORANDO
El domingo, 15 de
junio, celebramos la «Solemnidad
de la Santísima e indivisa Trinidad, en la que confesamos y veneramos al único
Dios en la Trinidad de personas, y la Trinidad de personas en la unidad de Dios» (elog. del Martirologio Romano). En esa solemnidad celebramos también la Jornada Pro
Orantibus. Es una Jornada dedicada a
orar por las personas consagradas contemplativas y, a la vez, una ocasión
para dar gracias a Dios por esta forma de consagración, para expresar nuestra
estima y para dar a conocer esta vocación específicamente contemplativa tan
necesaria y hermosa en la Iglesia y para la vida del mundo.
El lema de
este año 2014 es: «Evangelizamos
orando». Está
en sintonía con el impulso evangelizador del papa Francisco en la exhortación
apostólica Evangelii gaudium y remite a lo esencial de la vida contemplativa
que es la oración. Este lema nos sirve también de preparación para el V
Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús, monja contemplativa y mujer
renovadora y misionera.
Los monjes y monjas
contemplativos evangelizan con lo que “son”, más que con lo que “hacen”. Su
propia vocación y consagración son de manera especial testimonio de fe e
instrumento de evangelización. Lo más esencial de la evangelización de los
contemplativos es mostrar a los demás la belleza de la oración. Las personas
consagradas contemplativas nos ayudan a experimentar el misterio insondable de
Dios, que es amor. Lo hacen consagrando sus vidas a Dios Padre, unidas a la
acción de gracias del Hijo Jesucristo y colaborando en la acción santificadora
del Espíritu Santo.
La Iglesia insiste hoy en la evangelización en esta nueva
etapa de la historia y la vida monástica
contemplativa es evangelizadora desde su esencia y misión. He aquí algunas
razones.
1.- La vida
contemplativa es una existencia profética. Si un monasterio
es fiel al Espíritu Santo plantea constantemente a los hombres interrogantes
profundos sobre el sentido de la vida, la esperanza, el amor, el sufrimiento y
la alegría, el tiempo y la eternidad. La vida ordinaria y alegre de una
comunidad monástica provoca preguntas y ofrece respuestas a las necesidades más
profundas del corazón humano.
2.- El anuncio del Evangelio
exige profundidad contemplativa. No hay anuncio eficaz del Evangelio que no nazca de la
fecundidad del desierto de la oración. Desierto, en hebreo (Mit-Bar),
es el lugar de la Palabra. Tenemos hoy más que nunca necesidad de la Palabra
de Dios. El silencio es vacío si adentro no resuena la Palabra de Dios. La soledad
es estéril y nociva, si es pura evasión o encuentro con nosotros mismos. Es
necesario encontrarse a solas con Dios, que nos ilumina y transforma para
convertirnos en discípulos misioneros. Hace falta encontrarse con el Señor en
el silencio de la oración lejos de los “espejismos” de la ciudad, que nos llena
de ruido y de prisas. Lo exige la urgencia de nuestra renovación interior y de
la conversión pastoral, a la que nos llama el papa Francisco.
El papa Benedicto
XVI, en el encuentro organizado por el Pontificio Consejo para la Nueva
Evangelización, Nuevos Evangelizadores para la Nueva Evangelización,
dirigiéndose a los participantes, les decía que «el mundo de hoy necesita personas que hablen a Dios
para poder hablar de Dios […]. Solo a través de hombres y mujeres
modelados por la presencia de Dios, la Palabra de Dios continuará su camino en
el mundo dando sus frutos» (16.X.2011).
3.- La vida consagrada contemplativa sirve a la
causa del Evangelio. San Juan Pablo II en su exhortación apostólica Vita
consecrata escribe sobre la aportación específica de la vida consagrada a
la evangelización. Lo que afirma de la vida consagrada en general sirve también
para la vida consagrada contemplativa en particular: «La
aportación específica que los consagrados y consagradas ofrecen a la
evangelización está, ante todo, en el testimonio de una vida totalmente
entregada a Dios y a los hermanos, a imitación del Salvador que, por amor del
hombre, se hizo siervo. En la obra de la salvación, en efecto, todo proviene de
la participación en el ágape divino. Las personas consagradas hacen
visible, en su consagración y total entrega, la presencia amorosa y salvadora
de Cristo, el consagrado del Padre, enviado en misión. Ellas, dejándose
conquistar por Él (cf. Flp 3,
12),
se disponen para convertirse, en cierto modo, en una prolongación de su
humanidad. La vida consagrada es una prueba elocuente de que, cuanto más se
vive de Cristo, tanto mejor se le puede servir en los demás, llegando hasta las
avanzadillas de la misión y aceptando los mayores riesgos» (Vita consecrata,
n. 76).
En la Jornada Pro
Orantibus damos gracias Dios por el
don de la vida consagrada contemplativa, que tanto embellece el rostro de
Cristo, que resplandece en su Iglesia, y pedimos por las vocaciones a esta forma
de vida consagrada.
✠ Vicente Jiménez
Zamora, Obispo de Santander
Presidente de la
Comisión Episcopal para la Vida Consagrada
TEXTOS DEL MAGISTERIO
Jornada Pro Orantibus 2014
«Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores
que oran y trabajan. Desde el punto de vista de la evangelización, no
sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero,
ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que
transforme el corazón. Esas propuestas parciales y desintegradoras solo llegan
a grupos reducidos y no tienen fuerza de amplia penetración, porque mutilan el
Evangelio. Siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido
cristiano al compromiso y a la actividad. Sin momentos detenidos de
adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor,
las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y
las dificultades, y el fervor se apaga. La Iglesia necesita imperiosamente
el pulmón de la oración, y me alegra enormemente que se multipliquen en
todas las instituciones eclesiales los grupos de oración, de intercesión, de
lectura orante de la Palabra, las adoraciones perpetuas de la eucaristía. Al
mismo tiempo, se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e
individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad y con
la lógica de la Encarnación. Existe el riesgo de que algunos momentos de
oración se conviertan en excusa para no entregar la vida en la misión, porque
la privatización del estilo de vida puede llevar a los cristianos a refugiarse
en alguna falsa espiritualidad».
Francisco, Evangelii
gaudium, 262
«La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús
que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a
amarlo siempre más. Pero ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar
del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? Si no sentimos el intenso
deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que
vuelva a cautivarnos. Nos hace falta clamar cada día, pedir su gracia para que
nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial. Puestos ante
Él con el corazón abierto, dejando que Él nos contemple, reconocemos esa mirada
de amor que descubrió Natanael el día que Jesús se hizo presente y le dijo:
«Cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn
1, 48). ¡Qué dulce es estar frente a
un crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, y simplemente ser ante sus
ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y
nos lance a comunicar su vida nueva! Entonces, lo que ocurre es que, en
definitiva, «lo que hemos visto y oído es lo que anunciamos» (1 Jn 1,
3). La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo
con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si lo
abordamos de esa manera, su belleza nos asombra, vuelve a cautivarnos una y
otra vez. Para eso urge recobrar un espíritu contemplativo, que
nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que
humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir
a los demás».
Francisco, Evangelii
gaudium, n. 264
«Pero esa convicción se sostiene con la propia experiencia,
constantemente renovada, de gustar su amistad y su mensaje. No se puede
perseverar en una evangelización fervorosa si uno no sigue convencido, por
experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no
conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo
poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo,
adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de
construir el mundo con su Evangelio que hacerlo solo con la propia razón.
Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es más
fácil encontrarle un sentido a todo. Por eso evangelizamos. El
verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina
con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con
él en medio de la tarea misionera. Si uno no lo descubre a Él presente en el
corazón mismo de la entrega misionera, pronto pierde el entusiasmo y deja de estar
seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está
convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie».
Francisco, Evangelii gaudium, n. 266
«Unidos a Jesús, buscamos lo que Él busca, amamos lo que Él
ama. En definitiva, lo que buscamos es la gloria del Padre; vivimos y actuamos
«para alabanza de la gloria de su gracia» (Ef 1, 6). Si queremos
entregarnos a fondo y con constancia, tenemos que ir más allá de cualquier
otra motivación. Este es el móvil definitivo, el más profundo, el más grande,
la razón y el sentido final de todo lo demás. Se trata de la gloria del Padre
que Jesús buscó durante toda su existencia. Él es el Hijo eternamente feliz con
todo su ser «hacia el seno del Padre» (Jn 1, 18). Si somos misioneros,
es ante todo porque Jesús nos ha dicho: «La gloria de mi Padre consiste en que
deis fruto abundante» (Jn 15, 8). Más allá de que nos convenga o no, nos
interese o no, nos sirva o no, más allá de los límites pequeños de nuestros
deseos, nuestra comprensión y nuestras motivaciones, evangelizamos para la
mayor gloria del Padre que nos ama».
Francisco, Evangelii
gaudium, n. 267
«Hay una forma de oración que nos estimula particularmente a
la entrega evangelizadora y nos motiva a buscar el bien de los demás: es la
intercesión. Miremos por un momento el interior de un gran evangelizador
como san Pablo, para percibir cómo era su oración. Esa oración estaba
llena de seres humanos: «En todas mis oraciones siempre pido con alegría por
todos vosotros [...] porque os llevo dentro de mi corazón» (Flp 1, 4.7).
Así descubrimos que interceder no nos aparta de la verdadera contemplación,
porque la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño».
Francisco, Evangelii
gaudium, n. 281
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