CORPUS
CHRISTI Y LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA
Queridos hermanos y hermanas:
La actual solemnidad del Corpus
Christi, nos invita a contemplar el misterio supremo de nuestra fe: la
santísima Eucaristía, presencia real de nuestro Señor Jesucristo en el
Sacramento del altar. Cada vez que el sacerdote renueva el sacrificio
eucarístico, en la oración de consagración repite: «Esto es mi cuerpo... Ésta
es mi sangre». Lo dice prestando la voz, las manos y el corazón a Cristo, que
ha querido quedarse con nosotros y ser el corazón latente de la Iglesia.
Pero también después de la celebración de los divinos misterios el Señor Jesús sigue vivo en el sagrario; por eso lo alabamos
especialmente con la adoración eucarística, como recordé en la reciente
exhortación apostólica Sacramentum caritatis (cf. nn. 66-69). Más aún, existe un vínculo intrínseco
entre la celebración y la adoración. En efecto, la santa misa es en sí misma el
mayor acto de adoración de la Iglesia: «Nadie come de esta carne -escribe san
Agustín-, sin antes adorarla» (Enarr. in Ps. 98,9). La adoración fuera de la santa
misa prolonga e intensifica lo que ha acontecido en la celebración litúrgica, y hace posible una acogida verdadera y profunda de Cristo.
Hoy, además, en las comunidades cristianas de todas
las partes del mundo se tiene la procesión eucarística, singular
forma de adoración pública de la Eucaristía, enriquecida con hermosas y tradicionales
manifestaciones de devoción popular. Quisiera aprovechar la oportunidad que me ofrece esta solemnidad para recomendar vivamente a los pastores
y a todos los fieles la práctica de la adoración eucarística. Expreso mi aprecio a los institutos de vida consagrada, así como a las
asociaciones y cofradías que se dedican de modo especial a la adoración
eucarística: invitan a todos a poner a Cristo en el centro de nuestra vida
personal y eclesial.
Asimismo, me alegra constatar que muchos
jóvenes están descubriendo la belleza de la adoración, tanto personal como
comunitaria. Invito a los sacerdotes a estimular a los grupos juveniles, y
también a seguirlos, para que las formas de adoración comunitaria sean siempre
apropiadas y dignas, con tiempos adecuados de silencio y de escucha de la
palabra de Dios. En la vida actual, a menudo ruidosa y dispersiva, es más
importante que nunca recuperar la capacidad de silencio interior y de
recogimiento: la adoración eucarística permite hacerlo no sólo en torno al
«yo», sino también en compañía del «Tú» lleno de amor que es Jesucristo, «el
Dios cercano a nosotros».
Que la Virgen María, Mujer eucarística,
nos introduzca en el secreto de la verdadera adoración. Su corazón, humilde y sencillo, estaba siempre centrado en el misterio de
Jesús, en el que adoraba la presencia de Dios y de su Amor redentor. Que por su
intercesión aumente en toda la Iglesia la fe en el Misterio eucarístico, la
alegría de participar en la santa misa, especialmente en la del domingo, y el
deseo de testimoniar la inmensa caridad de Cristo.
En la Eucaristía, sacramento de la
caridad, Cristo nos revela el amor infinito de Dios. Acudamos a la Virgen María para que nos ayude y enseñe a recibir, con un
corazón cada vez más purificado y agradecido, el don que Cristo nos hace de sí mismo en
este sacramento.
Benedicto XVI, pp
emérito
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