LA FIESTA DE PENTECOSTÉS Y LA IGLESIA
Queridos
hermanos y hermanas:
Celebramos hoy la gran fiesta de Pentecostés, en la que la liturgia nos
hace revivir el nacimiento de la Iglesia, tal como lo relata san Lucas en el
libro de los Hechos de los
Apóstoles (Hch 2,1-13). Cincuenta días
después de la Pascua, el Espíritu Santo descendió sobre la comunidad de los
discípulos, que «perseveraban concordes en la oración en común» junto con
«María, la madre de Jesús», y con los doce Apóstoles (cf. Hch
1,14; 2,1). Por tanto, podemos decir que la Iglesia tuvo su inicio solemne con
la venida del Espíritu Santo.
En ese extraordinario acontecimiento encontramos las notas esenciales y
características de la Iglesia: la
Iglesia es una, como
la comunidad de Pentecostés, que estaba unida en oración y era «concorde»:
«tenía un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32). La Iglesia es santa, no por sus méritos,
sino porque, animada por el Espíritu Santo, mantiene fija su mirada en Cristo,
para conformarse a él y a su amor. La Iglesia es católica, porque el Evangelio está destinado a todos los
pueblos y por eso, ya en el comienzo, el Espíritu Santo hace que hable todas
las lenguas. La Iglesia es apostólica, porque,
edificada sobre el fundamento de los Apóstoles, custodia fielmente su enseñanza
a través de la cadena ininterrumpida de la sucesión episcopal.
La Iglesia, además, por su misma naturaleza, es misionera,
y desde el día de Pentecostés el
Espíritu Santo no cesa de impulsarla por los caminos del mundo, hasta los
últimos confines de la tierra y hasta el fin de los tiempos. Esta realidad, que
podemos comprobar en todas las épocas, ya está anticipada en el libro de los Hechos, donde se describe el paso del
Evangelio de los judíos a los paganos, de Jerusalén a Roma. Roma indica el
mundo de los paganos y así todos los pueblos que están fuera del antiguo pueblo
de Dios. Efectivamente, los Hechos concluyen con la llegada del Evangelio
a Roma. Por eso, se puede decir que Roma
es el nombre concreto de la catolicidad y de la misionariedad; expresa la
fidelidad a los orígenes, a la Iglesia de todos los tiempos, a una Iglesia que
habla todas las lenguas y sale al encuentro de todas las culturas.
Queridos
hermanos y hermanas, el primer Pentecostés tuvo lugar cuando María santísima
estaba presente en medio de los discípulos en el Cenáculo de Jerusalén y oraba.
También hoy nos encomendamos a su intercesión materna, para que el Espíritu
Santo venga con abundancia sobre la Iglesia de nuestro tiempo, llene el corazón
de todos los fieles y encienda en ellos, en nosotros, el fuego de su amor.
Benedicto XVI,
pp emérito
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