DICIEMBRE: La Iglesia (Fin)
Terminamos
las meditaciones sobre la Iglesia de este año 2017 con una nueva mirada desde
el Canon romano y esta su
peculiar forma de presentar la comunión entre la Iglesia del Cielo y de la
tierra.
Veneramos la memoria,
ante todo, de la gloriosa
siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro
Dios y Señor; la de su esposo san José…
siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro
Dios y Señor; la de su esposo san José…
Detrás de estas frases está el
misterio del papel singular de la Virgen María y de san José en la celebración
cristiana y en el misterio de la Iglesia. He leído hace poco con dolor un
comentario, desde el absoluto inmovilismo litúrgico, que denigraba la introducción
en el Canon del nombre de san José por parte de san Juan XXIII; así como la
integración del mismo en las otras plegarias (IIª, IIIª y IVª) del actual
Misal Romano por parte del papa Francisco (siguiendo una iniciativa nacida de
Benedicto XVI). Se consideraba este cambio en el antiquísimo Canon como una
falta de respeto por la Tradición. Pero en el fondo se entendía la presencia de
esos nombres como expresión de una simple “devoción”. Si fuera simple efecto de
la devoción de un papa, tal vez no se justificase un cambio litúrgico. Pero
aquí no estamos ante hechos meramente devocionales.
Ni la antiquísima presencia de
la Virgen, los Apóstoles y los Mártires locales fue un fenómeno de pura
devoción, ni lo es ahora, en nuestros tiempos, la irrupción de san José. Tanto
la llegada de Cristo al mundo por su Encarnación, como su llegada a cada lugar
históricamente por la predicación y la implantación de la Iglesia, es una obra
divina, pero es también una obra humana, donde la providencia ha dispuesto la
participación de hombres y mujeres concretos. Por eso tanto en el Credo de la
Fe como en las Plegarias Eucarísticas aparecen desde la antigüedad ciertos
nombres propios.
Esta participación es un tema
teológico y no sólo de piedad. María la Virgen, la Madre de Jesús ha sido
reconocida en primer lugar con una participación en el Misterio de Dios,
considerada del todo singular (Madre del Redentor). También san José lo fue
según testimonios particularmente coptos hasta el siglo IV. Pero la irrupción
del arrianismo (negando
la divinidad de Cristo), así como los ulteriores adopcionismos (haciendo de Jesús Hijo por adopción),
hicieron que un velo de prudencia se extendiese sobre la figura de José, para
evitar toda sombra de duda. Tienen que
pasar muchos siglos, para que superadas las controversias sobre la divinidad de Cristo y la virginidad
de María, la figura elegida por el Padre,
como custodio del Redentor, volviese
a ocupar su puesto en la vida de la Iglesia.
Podemos decir que el siglo XX
se perfila como el siglo de san José, pues pasa de la consideración en el plano
de la piedad del pueblo cristiano a las sólidas construcciones de la teología,
el Magisterio y la misma Liturgia. Patrón de la Iglesia universal, privilegiado
en las Letanías, honrado con diversas celebraciones litúrgicas y presente en el
Canon romano. No es un increscendo
devocionalista, se trata de una maduración teológica asumida por el
supremo magisterio de la Iglesia. La
entrada del nombre de san José en todas las Plegarias Eucarísticas ha de
entenderse como la culminación de este proceso, y encuentra su soporte doctrinal en la
Encíclica de san Juan Pablo II “Redemptoris
custos”. No en vano en
la propuesta de Benedicto XVI se sugería que en vez de la referencia a la
condición de Esposo de María, fuese éste el título esgrimido por san
José, custodio del Redentor. Algún
espíritu cerrado no valoró tales trasfondos teológicos e impuso lo ya cumplido
en tiempos de san Juan XXIII, evidentemente no fue el santo padre Francisco.
Así, de hecho, este celebrar
la Eucaristía con María, la Virgen y con su esposo san José nos ayuda a
aprender de ellos a acoger el don de Dios y a dar a nuestra vida eclesial ese
claro sabor de hogar, como lo aportaron para Jesucristo, María y José. No se puede conocer a Cristo sin María y
sin José, no se termina de entender la Iglesia sin María y sin José. Como Juan Bautista, otro nombre propio, José
sabe menguar para que Cristo crezca; pero, al mismo tiempo, su presencia con
nosotros se hace muy importante para que Cristo crezca en nosotros. La devoción
eclesial a san José ha sido particularmente propuesta a los candidatos al
ministerio ordenado y a los padres de familia. En nuestra cultura contemporánea
faltan a los jóvenes claros modelos masculinos de vida. Modelos humanos y
cristianos; la sólida y teologal devoción a san José, aprendida desde la Misa
se presenta como de feliz actualidad.
Preguntas para el
diálogo y la meditación.
■ ¿Has leído algún buen libro sobre san José? ¿Has
leído y meditado la “Redemptoris
custos” (custodio del
Redentor) de san Juan Pablo II? ¿Qué te han aportado estas lecturas?
■ ¿Procuras meditar y contemplar en tu oración y
ratos de adoración el papel de María y José en la obra de nuestra salvación, en
la vida de la Iglesia y en cada Eucaristía?
■ ¿Qué piensas puedes hacer en tu ambiente
(familia, trabajo, amigos, vecinos) por dar a conocer las figuras de María y
José como ayuda para conocer a Cristo, y como reales modelos de vida humana y
cristiana? ¿Se puede hacer algo, en este sentido, desde la Adoración
Nocturna?
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