«PREPARAD EL CAMINO DEL SEÑOR, ALLANAD SUS SENDEROS»
El Señor viene como nuestra tierra prometida, donde queremos habitar y vivir. Tenemos que pasar por el desierto que, como nos repite la oración colecta, es el distanciamiento de las cosas que nos alejan de Dios.
El
Adviento nos recuerda la cercanía de un Dios que sabemos que se viene a vivir
con nosotros y que tenemos que acogerlo en humildad.
El
desierto es un lugar sin caminos, pobre, árido, seco, que nos invita a confiar,
mirando al cielo que es el que nos guía para llegar a la Ternura de Dios, que
nos espera en el portal de Belén, en la Navidad. Dicen los caminantes, los
peregrinos, que en el desierto se camina y se orienta uno mejor en la
noche. En la noche brillan las
estrellas, señales que nos indican el camino que lleva al destino. A los Magos
los condujo a Belén. La noche en el desierto es más segura para no perderse si
somos capaces de leer “los signos de los tiempos”.
Comienza el Evangelio de Marcos, el
Evangelio del catecúmeno, del que se preparaba para el Bautismo, para dar la
vida, indicándonos la llamada a la conversión, a vivir “con los sentimientos
del Corazón de Cristo”. Convertirse
es encontrar la auténtica espiritualidad del Adviento que nos quiere preparar
intensamente para vivir con la certeza, con la esperanza de que “El vendrá y
está viniendo”.
La
figura referencial este domingo es Juan Bautista. Nos remite a un testigo que
anuncia y allana el camino del Señor. Juan no es la Palabra ni la Vida. Tampoco
lo disimula y lo dice. Es sólo indicador, allanador de los caminos del Señor.
Modelo de humildad. Vive en un segundo plano, porque no quiere protagonismos
que acaban siempre mal. Sólo quiere ser el que prepare el camino del Eterno
Visitante.
Preparemos
nuestro corazón con las actitudes que va formando el Espíritu Santo, si le dejamos
hacer para que este tiempo sea una auténtica llamada a vivir la alegría del
Evangelio. El gozo de compartir y la llamada a evangelizar, a ser Buena
Noticia. Roturar el camino, desbrozarlo para que podamos cumplir con la misión
del amor al Señor.
Juan Bautista es un buen testigo con
su vida y su testimonio en el desierto y nos lanza a que acojamos al que viene
a nuestras vidas,
no como una amenaza sino como la auténtica liberación que espera todo corazón
humano.
El mejor testimonio que podemos dar con
nuestra vida es contarle a todo el mundo que el paso del Señor por nuestra
existencia nos ha llenado de fuego y vida como a San Juan Bautista.
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