SEPTIEMBRE: La Iglesia, (IX)
A la hora de ir desgranando, bajo forma de
meditaciones, el Misterio de la Iglesia desde una perspectiva eucarística, no
podía faltar una consideración sobre la relación de la Santísima Virgen María con la Iglesia tal y como nos la muestra la Liturgia y nos hace
apreciarla la espiritualidad eucarística.
María antes de contar con una fiesta
litúrgica propia está presente en la profesión de fe de los cristianos (íntimamente
ligada al Bautismo) y en las Plegarias Eucarísticas (pieza clave de la
celebración eucarística). Si los símbolos de fe la vinculan sobre todo al
misterio de la Encarnación del verbo, haciendo de su maternidad
virginal un signo de la verdadera humanidad y divinidad de su Hijo;
las Plegarias Eucarísticas la sitúan en el contexto de la mediación y alabanza
eclesiales, tras la invocación del Espíritu Santo sobre los celebrantes (2ª
epíclesis).
Lugar de María en la
Iglesia.
María no pertenece a la jerarquía ministerial de la Iglesia, ella es Madre, no vicaria ni apóstol. En cuanto Madre está por
encima de tales autoridades, en cuanto discípula se somete a ellas. Como su
Hijo la estuvo sujeto, y mientras, ella siguió siendo fidelísima servidora de
Dios siempre pronta a la escucha de su palabra.
Queda claro que, por su íntima
unión con el Misterio del Redentor, participa de las “paradojas” que éste
suscita. San Agustín bien destacaba que ella, siendo miembro de la Iglesia de
su Hijo, es menos que la Iglesia, que la incluye a ella y a nosotros. Pero, a su vez, ella, en cuanto Madre,
está por encima de la Iglesia y es su modelo por antonomasia.
Al encarnarse en ella el
Verbo, ella es constituida Madre, Madre de Dios y Madre nuestra. Por su actitud
permanente de escucha obediente y amorosa de la Palabra de Dios, es miembro
supereminente de la Iglesia. Su modo de ser Discípula de su Hijo es ser Madre
nuestra. Causa ejemplar de toda la Iglesia, santificada por el Espíritu y
reflejo fiel de su Hijo. Como enseñaba san Agustín Obispo, “para vosotros soy Obispo, con vosotros soy
cristiano”. De María
podemos decir que, para nosotros
es Madre, con nosotros es discípula.
María modelo de
participación en la Liturgia.
San Juan Pablo II, puede ser que influido por los principios del
profesor Jesús Castellano, carmelita descalzo, dedicó a María un capítulo en su
“Ecclesia de Eucharistia”. Allí María,
con su actitud definitoria, de escucha obediente de la palabra de Dios, se
ofrece como maestra de participación fructuosa de la Liturgia.
Con su ciclo de celebraciones
propias, en torno al año litúrgico, aparece como “eco” de su Hijo. Una
constante ayuda para cuántos meditando sus celebraciones y descubriendo
la íntima conexión entre sus dogmas, están
persuadidos de que con ella y como ella podemos ser madre, hermano, hermana de Jesús.
La
participación en el Misterio no es para ella causa de vanagloria ni provoca su
engolamiento. Ella sigue pequeña y humilde servidora del Señor en la sencillez
de su vida doméstica, llena de amor, y rumiando las cosas de su hijo en su
retiro y soledad. ¡Quién mejor que ella para definir lo que ha de ser saborear
en el corazón las palabras y gestos de Jesús! Que si como “Virgen del Magníficat” es
modelo de proclamación de la Palabra y de alabanza a Dios, como “Virgen que
guarda las cosas de su Hijo” es ejemplo de adoración y contemplación.
La Iglesia Virgen y
Madre.
En María la Iglesia aprende que forma
parte de su naturaleza propia la feminidad. Si la
imagen y semejanza del Creador está en la unión del hombre y de la mujer, lo
femenino es esencial para tener una visión completa de Dios. Lo femenino no
puede estar ausente de la realidad eclesial.
La promoción y correcta
ubicación de la mujer en la Iglesia no depende tanto del hecho de que halla o
no “sacerdotisas, ni de la reivindicación de “cuotas de poder femenino”
(paridad). Lo verdaderamente importante es que se valore la aportación de
la mujer entre los discípulos. Que se reconozca la necesidad de las mujeres
para desarrollar los planes de Dios. La promoción de la mujer está en mirar
como ejemplo de conducta a María, admirar y acoger el testimonio de María,
aceptar la santidad de tantas hermanas nuestras, que llenan el calendario
cristiano.
Preguntas para el diálogo y la meditación.
■ ¿Qué papel tiene María en mi vida eclesial?
¿Puramente devocional o impregnado de sentido sacramental?
■ ¿He orado alguna vez con el texto de las
Plegarias Eucarísticas? ¿Qué significa para mí la mediación maternal de María?.
■ Para reforzar mi unión con la Iglesia ¿me dejo
modelar conforme al modelo de Cristo? ¿Aprendo con María a seguir a Cristo en
su Iglesia, mediante la oración y la adoración?
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