…“TE SEGUIRÉ DONDE VAYAS”
El
relato de San Lucas es como una especie de diario de viaje. Todo el camino de subida a Jerusalén,
una larga subida que dura el ministerio público de Jesús junto a sus
discípulos, sirve para narrar la Buena Noticia. Así se van agrupando los
lugares, las circunstancias, y sobre todo los rincones del corazón humano que
ven llegar y pasar a Jesús por sus entresijos. En el Evangelio de
este domingo se agrupan varias escenas de estas de Jesús con los suyos,
mientras van camino de Jerusalén. Un camino que conducía a una meta difícil
pero insalvable porque era el final de la vida humana del Señor. Como
estribillo en este final de trayecto, aparece lo que en realidad ha sido la
constante de toda la existencia de Jesús: ser anunciador e inaugurador del
Reino de Dios.
La
vida de todo discípulo de Jesús siempre será un camino,
un subir a Jerusalén, en cuya andanza lo determinante y lo decisivo será el
seguimiento de Alguien, la pertenencia a Él, la adhesión a su Persona, la escucha de
su Palabra, la vivencia de su misma Vida. La vida cristiana, no es, por tanto, una organización, una
estrategia, una programación moralista, ni un marketing religioso. La vida
cristiana ha sido y es una pertenencia a Jesucristo, vivida como peregrinos y
caminantes, mientras vamos subiendo a la Jerusalén eterna. Por esta razón era
improcedente por parte de los discípulos, mandar al fuego a los que no
acogieron a Jesús, cuando ellos a su vez también le rechazaban al estar
aplazando su seguimiento cuando les invitó a seguirle.
Nosotros,
discípulos al fin, acaso podamos caer igualmente en una vivencia cristiana
intolerante de los otros, cuando tantas veces tenemos demasiadas excusas para
vivir un seguimiento de Jesús que se haga pertenencia real de nuestro corazón
al Suyo. Ojalá que no permanezcamos indiferentes ante tantos rechazos del Señor
(los que a Él mismo le hacen y los que puedan hacer a los que ha vinculado a su
destino: los pobres, los marginales, los enfermos, los ancianos, cualquier persona
nacida o no nacida), pero la mejor manera de mostrar nuestro dolor por esos
rechazos no es la venganza en cualquiera de sus formas –como les sucedió a los
acompañantes de Jesús en este evangelio–, sino nuestra acogida cordial y grande
del Señor y de cuantos Él ama. Sería hipócrita escandalizarnos e indignarnos
por tantos desmanes como pueden suceder en nuestro mundo, si a nuestra medida y
en nuestra proporción nos sucede a nosotros también.
La
actitud justa de quien ve en otros la fuga y el desprecio hacia el Señor, no es
pedir fuego sobre ellos, sino seguirle a donde Él diga “sígueme”, pertenecerle cada vez más desde
nuestro lugar en la Iglesia y en el mundo. Porque siempre estaremos tentados de
entonar soflamas para los demás afeándoles sus incoherencias y pecados, tantas
veces para evitar mirarnos nosotros en el espejo de la verdad. La confrontación
de nuestra humilde verdad con Aquel que nos invita a ser sus discípulos, pasa
por el seguimiento real de la vocación recibida. Porque estar junto a Jesús no
nos constituye en sus gendarmes, sino en sus discípulos. Sólo cabe seguirle
hacia delante, sin mirar hacia atrás.
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Fr. Jesús Sanz Montes, ofm - Arzobispo de Oviedo
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