LA MISERICORDIA
INVITADA
Invitar a comer es uno de los signos de amistad más
comunes en todas las culturas. El
Evangelio de hoy nos narra un episodio de un fariseo que rogaba a
Jesús que fuera a su casa porque le quería invitar a comer. Así fue. Pero se
coló una mujer conocida en la ciudad por sus pecados, y discretamente comenzó a
llorar a los pies de Jesús, a besárselos y enjugarlos con los cabellos, a
perfumarlos con el frasco de perfume que había traído. El fariseo
viendo aquello, se
puso a murmurar contra el maestro.
Es decir, invitó a Jesús a comer como quien invita a una persona famosa, acaso
para pavonearse de haber sido anfitrión del afamado maestro que estaba en la
boca de todos.
Es
tremendo eso de esperar a Dios en los caminos que Él no frecuenta o empeñarse
en enmendarle la plana cuando le vemos llegar por donde ni
nos imaginamos. En esta entrañable escena, no obstante, lo más importante no
era la desilusión defraudada del fariseo, sino la enseñanza de Jesús ante el
comportamiento de aquella pobre mujer. Ella hizo lo que le faltó al fariseo en
la más elemental cortesía oriental: acoger lavando los pies, secarlos y
perfumarlos. Ella no lo hizo como gesto de educación refinada, pues no estaba
en su casa ni era ella quien había invitado a Jesús, sino como gesto de
conversión, como petición de perdón y como espera de misericordia. Ciertamente
el Señor respondería con creces: no banalizaría el pecado de la mujer, pero
valoraría infinitamente más el perdón que con aquel gesto ella suplicaba. El
fariseo sólo vio en ella el error, mientras que Jesús acertó a ver sobre todo
el amor: a quien mucho ama, mucho se le perdona.
El
fariseo y aquella mujer habían pecado, cada cual a su modo. El primero no lo
reconoció mientras que ella supo pedir perdón,
que es una forma de amor. La vida es como un banquete. En él podemos estar
murmurando inútilmente los errores ajenos como el fariseo, o ser perdonados
amorosamente como la mujer. Además de evitar los errores hemos de aprender a
amar, creyendo que más
grande que nuestra torpeza es la misericordia del Señor.
+ Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo
No hay comentarios:
Publicar un comentario