VIMOS SU ESTRELLA Y VENIMOS A ADORARLO
Queridos
hermanos y hermanas:
Celebramos con alegría la solemnidad de la
Epifanía, «manifestación» de Cristo a los gentiles, representados por los Magos,
misteriosos personajes llegados de Oriente. Celebramos a Cristo, meta de la
peregrinación de los pueblos en búsqueda de la salvación. (...) «Hemos visto su estrella
en oriente y venimos a adorarlo» (cf. Mt 2,2). Lo que nos maravilla siempre, al escuchar estas
palabras de los Magos, es que se postraron en adoración ante un simple niño en
brazos de su madre, no en el marco de un palacio real, sino en la pobreza de
una cabaña en Belén (cf. Mt 2,11). ¿Cómo fue posible? ¿Qué convenció a los Magos
de que aquel niño era «el rey de los judíos» y el rey de los pueblos?
Ciertamente los persuadió la señal de la estrella, que habían visto «al salir»,
y que se había parado precisamente encima de donde estaba el Niño (cf. Mt 2,9). Pero
tampoco habría bastado la estrella, si los Magos no hubieran sido personas
íntimamente abiertas a la verdad. A diferencia del rey Herodes, obsesionado por
sus deseos de poder y riqueza, los Magos se pusieron en camino hacia la meta de
su búsqueda, y cuando la encontraron, aunque eran hombres cultos, se
comportaron como los pastores de Belén: reconocieron la señal y adoraron al Niño, ofreciéndole los dones preciosos y simbólicos que
habían llevado consigo.
Queridos hermanos y hermanas, también
nosotros detengámonos idealmente ante el icono de la adoración de los Magos.
Encierra un mensaje exigente y siempre actual. Exigente y siempre actual ante
todo para la Iglesia que, reflejándose en María, está llamada a mostrar a los
hombres a Jesús, nada más que a Jesús, pues él lo es Todo y la Iglesia sólo
existe para permanecer unida a él y para darlo a conocer al mundo.
Que la Madre del Verbo
encarnado nos ayude a ser dóciles discípulos de su Hijo, Luz de los pueblos. El ejemplo de los Magos de
entonces es una invitación también para los Magos de hoy a abrir su mente y su
corazón a Cristo y ofrecerle los dones de su búsqueda. A ellos, a todos los
hombres de nuestro tiempo, quisiera repetirles hoy: no tengáis miedo de la luz
de Cristo. Su luz es el esplendor de la verdad. Dejaos iluminar por Él, pueblos todos de la tierra; dejaos envolver por su
amor y encontraréis el camino de la paz. Así sea.
Benedicto XVI, pp emérito
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