Revivir nuestro Bautismo
Celebramos en este domingo la fiesta
del Bautismo
del Señor, acontecimiento que cierra la vida oculta e inaugura su vida pública. Ya desde los primeros siglos, la liturgia oriental
celebraba con gran solemnidad este hecho importante de la vida de Jesús. En la
Iglesia latina, sin embargo, era simplemente un aspecto más de la
solemnidad de la Epifanía. La reforma litúrgica del Concilio Vaticano II crea
esta fiesta, situándola en el primer domingo después de Epifanía, dándonos a
entender que es como una prolongación de aquella, es decir, una de las grandes
manifestaciones del Señor al mundo.
Los signos del cielo que tuvieron lugar en aquel momento transcendental de la vida de Jesús
debieron impresionar de tal modo a los testigos del acontecimiento que los
cuatro evangelistas lo narran. Por otra parte, la teofanía maravillosa en la
que el Padre declara que Jesús es el Hijo amado, el predilecto, mientras el
Espíritu Santo unge a Jesús en el comienzo de su ministerio público, es la prueba más rotunda de
su mesianidad y el más seguro refrendo de su divinidad. El relato del Bautismo del Señor es además para la
Iglesia primitiva la mejor catequesis sobre el significado del bautismo
cristiano.
Efectivamente, la fiesta del Bautismo del Señor evoca el día de
nuestro bautismo, el día más importante de
nuestra vida, aquella fecha magnífica que todos deberíamos conocer y celebrar
más incluso que el día de nuestro nacimiento físico. En aquel día grandioso fuimos
purificados del pecado original y lo que es más importante, fuimos consagrados
a la Santísima Trinidad, que vino a morar
en nuestros corazones. En aquel día memorable recibimos el don de la gracia santificante, el mayor tesoro que nos es dado poseer en esta vida.
Es la vida divina en nosotros, que nos permite formar parte de la familia de
Dios como hijos bien amados del Padre, hermanos del Hijo y ungidos por el
Espíritu.
En aquel día fuimos incorporados al misterio pascual de Cristo
muerto y resucitado, sacerdote, profeta y rey, y en consecuencia, recibimos una participación de su
sacerdocio real y de su condición de profeta, que nos habilitó y destinó al
culto, a ofrecer sacrificios gratos a Dios por Jesucristo, y a testimoniarlo
con obras y palabras. Al mismo tiempo, al incorporarnos a Cristo, Cabeza
del Cuerpo Místico, quedamos
incorporados a la Iglesia, la porción más valiosa de la humanidad, la
Iglesia de los mártires, de los confesores, de las vírgenes, la Iglesia de los
héroes y los santos, que han dado la vida por Jesús y que nos estimulan con su
ejemplo en nuestro caminar.
El recuerdo
de nuestro bautismo en esta fiesta del Bautismo del Señor hace brotar en
nosotros un primer sentimiento: la gratitud al Señor que permitió que
naciéramos en un país cristiano y en el seno de una familia cristiana, que en
los primeros días de nuestra vida pidió para nosotros a la Iglesia la gracia
del bautismo. Una segunda actitud es el gozo. Hemos de recordar ese día
transcendental en nuestra vida con una profunda alegría interior. Un tercer
sentimiento debe ser la responsabilidad. De ahí las preguntas que en esta
fiesta todos nos debemos formular en la intimidad de nuestros corazones: ¿El
bautismo es algo vivo, actual, que compromete mi vida de cada día o es el mero
recuerdo de un suceso del pasado? ¿Vivo con confianza y alegría mi condición de
hijo de Dios, Padre bueno y providente, que se preocupa de mí y me mira con
ternura? ¿Mi vida está organizada como una respuesta a la alianza que sellé con
el Señor en aquella fecha memorable? ¿Soy consciente de que la gracia santificante es un
tesoro que debo cuidar cada día? ¿Cultivo
la amistad y la intimidad con el Señor? ¿Vivo con hondura la fraternidad, con
la conciencia de que mis semejantes son también hijos de Dios y hermanos míos?
¿Vivo con gratitud, con amor y con orgullo mi pertenencia a la Iglesia, hogar
cálido y mesa familiar que me acoge y acompaña en mi vida de fe?
Termino
recordándoos que aspirar con todas nuestras fuerzas a la santidad es la
exigencia más radical de nuestro bautismo, en el
que fuimos constituidos como verdaderos hijos de Dios, partícipes de la divina
naturaleza y, por lo mismo, realmente santos, con la santidad que los teólogos
llaman ontológica, llamada a completarse con la santidad moral, que debe ser
nuestro único proyecto vital. Dios quiera que la fiesta del Bautismo de Jesús
signifique en nuestras vidas aquello que pedimos al Señor en la oración colecta
de este día: "Concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del
Espíritu santo, la perseverancia continua en el cumplimiento de tu
voluntad". Este es mi deseo y mi augurio para vosotros, en los comienzos
del nuevo año de gracia que el Señor nos ha concedido.
Para todos, mi saludo fraterno y mi
bendición.
+ Juan
José Asenjo Pelegrina-Arzobispo de
Sevilla
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