…Y SOBRE ESTA PIEDRA EDIFICARÉ MI IGLESIA
Queridos hermanos y hermanas:
…el texto de san Mateo, recogido en la liturgia de hoy.
Según algunos estudiosos, la fórmula que aparece en él presupone el contexto
post-pascual e incluso estaría vinculada a una aparición personal de Jesús
resucitado a san Pedro; una aparición análoga a la que tuvo san Pablo en el
camino de Damasco.
En realidad, el encargo conferido por el Señor a san Pedro está arraigado en la
relación personal que el Jesús histórico tuvo con el pescador Simón, desde
el primer encuentro con él, cuando le dijo: "Tú eres Simón, (…) te
llamarás Cefas (que quiere decir Piedra)" (Jn 1, 42). Lo subraya el evangelista san Juan, también él pescador
y socio, con su hermano Santiago, de los dos hermanos Simón y Andrés. El Jesús
que después de la resurrección llamó a Saulo es el mismo que —aún inmerso en la
historia— se acercó, después del bautismo en el Jordán, a los cuatro hermanos
pescadores, entonces discípulos del Bautista (cf. Jn 1, 35-42). Fue a buscarlos a la orilla del lago de Galilea
y los invitó a seguirlo para ser "pescadores de hombres" (cf. Mc 1, 16-20).
Además, a Pedro le encomendó una tarea
particular, reconociendo así en él un
don especial de fe concedido por el Padre celestial. Evidentemente, todo
esto fue iluminado después por la experiencia pascual, pero permaneció siempre
firmemente anclado en los acontecimientos históricos precedentes a la Pascua…
En los evangelios sinópticos, a la
confesión de san Pedro sigue siempre el anuncio por parte de Jesús de su
próxima pasión. Un anuncio ante el cual Pedro reacciona, porque aún no logra
comprender. Sin embargo, se trata de un elemento fundamental; por eso Jesús
insiste con fuerza. En efecto, los títulos que le atribuye san Pedro —tú eres
"el Cristo", "el Cristo de Dios", "el Hijo de Dios
vivo"— sólo se comprenden auténticamente a la luz del misterio de su
muerte y resurrección. Y es verdad también lo contrario: el acontecimiento
de la cruz sólo revela su sentido pleno si "este hombre", que sufrió
y murió en la cruz, "era verdaderamente Hijo de Dios", por usar las
palabras pronunciadas por el centurión ante el Crucificado (cf. Mc 15, 39).
Estos
textos dicen claramente que la integridad de la fe cristiana se da en la
confesión de san Pedro, iluminada por la enseñanza de Jesús sobre su
"camino" hacia la gloria, es decir, sobre su modo absolutamente
singular de ser el Mesías y el Hijo de Dios. Un "camino" estrecho, un
"modo" escandaloso para los discípulos de todos los tiempos, que
inevitablemente se inclinan a pensar según los hombres y no según Dios (cf. Mt 16, 23). También hoy, como en
tiempos de Jesús, no basta poseer la correcta confesión de fe: es necesario
aprender siempre de nuevo del Señor el modo propio como él es el Salvador y el
camino por el que debemos seguirlo. En efecto, debemos reconocer que, también
para el creyente, la cruz es siempre difícil de aceptar. El instinto impulsa a
evitarla, y el tentador induce a pensar que es más sabio tratar de salvarse a
sí mismos, más bien que perder la propia vida por fidelidad al amor, por
fidelidad al Hijo de Dios que se hizo hombre.
¿Qué
era difícil de aceptar para la gente a la que Jesús hablaba? ¿Qué sigue siéndolo también para mucha
gente hoy en día? Es difícil de aceptar el hecho de que pretende ser no
sólo uno de los profetas, sino el Hijo de Dios, y reivindica la autoridad misma
de Dios. Escuchándolo predicar, viéndolo sanar a los enfermos, evangelizar a
los pequeños y a los pobres, y reconciliar a los pecadores, los discípulos
llegaron poco a poco a comprender que era el Mesías en el sentido más alto del
término, es decir, no sólo un hombre enviado por Dios, sino Dios mismo hecho
hombre.
Claramente, todo esto era más grande que
ellos, superaba su capacidad de comprender. Podían expresar su fe con los
títulos de la tradición judía: "Cristo", "Hijo de
Dios", "Señor". Pero para aceptar verdaderamente la realidad, en
cierto modo debían redescubrir esos títulos en su verdad más
profunda: Jesús mismo con su vida nos reveló su sentido pleno, siempre
sorprendente, incluso paradójico con respecto a las concepciones corrientes. Y
la fe de los discípulos debió adecuarse progresivamente. Esta fe se nos presenta
como una peregrinación que tiene su origen en la experiencia del Jesús
histórico y encuentra su fundamento en el misterio pascual, pero después debe
seguir avanzando gracias a la acción del Espíritu Santo.
Esta ha sido también la fe de la Iglesia a lo largo de la historia;
y esta es también nuestra fe, la fe de
los cristianos de hoy. Sólidamente fundada en la "roca" de Pedro,
es una peregrinación hacia la plenitud
de la verdad que el pescador de Galilea
profesó con convicción apasionada: "Tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). En la profesión
de fe de Pedro, queridos hermanos y hermanas, podemos sentir que todos somos uno, a pesar de las divisiones que a
lo largo de los siglos han lacerado la unidad de la Iglesia, con consecuencias
que perduran todavía…
Que nos guíe y acompañe siempre con su
intercesión la santísima Madre de Dios: su fe indefectible, que sostuvo la
fe de Pedro y de los demás Apóstoles, siga sosteniendo la de las generaciones
cristianas, nuestra misma fe: Reina de los Apóstoles, ruega por nosotros.
Amén.
Benedicto XVI,
pp emérito
No hay comentarios:
Publicar un comentario