¿Quién
dice la gente que soy yo?
XXI
Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A - Mateo 16, 13-20
Existe,
en la cultura y en la sociedad de hoy, un hecho que nos puede introducir a la
comprensión del Evangelio de este domingo, y es el sondeo de las opiniones. Se
practica un poco por todas partes, pero sobre todo en el ámbito político y
comercial. También Jesús un día quiso hacer un sondeo de opinión, pero con
fines, como veremos, muy diversos: no políticos sino educativos. Llegado a la
región de Cesarea de Filipo, es decir, la región más al norte de Israel, en una
pausa de tranquilidad, en la que estaba solo con los apóstoles, Jesús les
dirigió a quemarropa la pregunta: "¿Quién dice la gente que es el hijo del
Hombre?"
Parece
como si los apóstoles no esperaran otra cosa para poder finalmente dar rienda
suelta a todas las voces que circulaban a propósito de él. Responden:
"Algunos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o
alguno de los profetas". Pero a Jesús no le interesaba medir el nivel de
su popularidad o su índice de simpatía entre la gente. Su propósito era bien
diverso. A renglón seguido les pregunta: "¿Vosotros
quién decís que soy yo?" Esta segunda pregunta, inesperada, les
descoloca completamente. Se entrecruzan
silencio y miradas. Si en la primera pregunta se lee que los apóstoles
respondieron todos juntos, en coro, esta vez el verbo es singular; sólo
"respondió" uno, Simón Pedro: "¡Tú
eres el Cristo, el hijo del Dios vivo!"
Entre
las dos respuestas hay un salto abismal, una "conversión". Si antes,
para responder, bastaba con mirar alrededor y haber escuchado las opiniones de la
gente, ahora deben mirarse dentro, escuchar una voz bien distinta, que no viene
de la carne ni de la sangre, sino del Padre que está en los cielos. Pedro ha
sido objeto de una iluminación "de lo alto".
Se
trata del primer auténtico reconocimiento, según los evangelios, de la
verdadera identidad de Jesús de Nazaret. ¡El primer acto público de fe en
Cristo de la historia! Pensemos en el surco dejado por un barco: se va
ensanchando hasta perderse en el horizonte, pero comienza con una punta, que es
la misma punta del barco. Así sucede con la fe en Jesucristo. Es un surco que
ha ido ensanchándose en la historia, hasta llegar a los "últimos confines
de la tierra". Pero empieza con una punta. Y esta punta es el acto de fe
de Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo". Jesús usa otra imagen, vertical no
horizontal: roca, piedra. "Tú eres
Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia".
Jesús cambia el nombre a Simón, como se hace en
la Biblia cuando uno recibe una misión importante: lo llama "Kefas",
Roca. La verdadera roca, la
"piedra angular" es, y sigue siendo, él mismo, Jesús. Pero, una vez
resucitado y ascendido al cielo, esta "piedra angular", aunque
presente y operante, es invisible. Es necesario un signo que la represente, que
haga visible y eficaz en la historia este "fundamento firme" que es
Cristo. Y éste será precisamente Pedro, y, después del él, el que haga las
veces de él, el Papa, sucesor de Pedro, como cabeza del Colegio de los
apóstoles.
Pero
volvamos a la idea del sondeo. El sondeo de Jesús, como hemos visto, se
desarrolla en dos tiempos, comporta dos preguntas fundamentales: primero,
"Quién dice la gente que soy yo?"; segundo, "¿Quién decís
vosotros que soy yo? Jesús no parece dar mucha importancia a lo que la gente
piensa de él; le interesa saber qué piensan sus discípulos. Les coge con ese "¿y vosotros quién decís que soy
yo?". No permite que se atrincheren tras las opiniones de otros,
quiere que digan su propia opinión.
La situación se repite, casi idéntica, en el día de
hoy. También hoy "la gente", la opinión pública, tiene sus ideas
sobre Jesús. Jesús está de moda. Miremos lo que sucede en el mundo de la
literatura y del espectáculo. No pasa un año sin que salga una novela o una
película con la propia visión, torcida y desacralizada, de Cristo. El caso del
Código Da Vinci de Dan Brown ha sido el más clamoroso y está teniendo muchos
imitadores.
Luego
están los que se quedan a medio camino. Como la gente de su tiempo, cree que
Jesús es "uno de los profetas". Una persona fascinante, se le coloca
al lado de Sócrates, Gandhi, Tolstoi. Estoy seguro de que Jesús no desprecia
estas respuestas, porque se dice de él que "no apaga el pábilo vacilante y
no quiebra la caña cascada", es decir, sabe apreciar todo esfuerzo honesto
por parte del hombre. Pero hay una respuesta que no cuadra, ni siquiera a la
lógica humana. Gandhi o Tolstoi nunca han dicho "yo soy el camino, la
verdad y la vida", o también "el que ama a su padre o a su madre más
que a mí no es digno de mí".
Con
Jesús no se puede quedar uno a medio camino: o es lo que dice ser, o es el el
mayor loco exaltado de la historia. No hay medias tintas. Existen edificios y
estructuras metálicas (creo que una es la torre Eiffel de París) hechas de tal
manera que si se toca un cierto punto, o se traslada cierto elemento, se
derrumba todo. Así es el edificio de la fe cristiana, y ese punto neurálgico es
la divinidad de Jesucristo.
Pero dejemos las respuestas
de la gente y vayamos a los no creyentes. No basta con creer en la divinidad de
Cristo, es necesario también testimoniarla. Quien lo conoce y no da testimonio
de esta fe, sino que la esconde, es más responsable ante Dios que el que no
tiene esa fe. En una escena del drama "El padre humillado" de
Claudel, una muchacha judía, hermosísima pero ciega, aludiendo al doble
significado de la luz, pregunta a su amigo cristiano: "Vosotros que veis,
¿qué uso habéis hecho de la luz?". Es una pregunta dirigida a todos
nosotros que nos confesamos creyentes.
Rdº. P. Rainiero Cantalamesa. Ofm.
[Traducción del original italiano realizada por Inmaculada Álvarez.]
[Traducción del original italiano realizada por Inmaculada Álvarez.]
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