DECÁLOGO PARA UN BUEN VERANO CRISTIANO
(Javier Leoz)
1.
Deja que entren en ti los rayos de la verdad y de la paz. Serénate un poco con los
que, durante el año, has estado tenso en tus relaciones laborales o
profesionales.
2.
Deja que te tonifique el silencio y la contemplación. Las prisas y el estrés del
día a día nos impiden saborear muchas sensaciones que pasan inadvertidas.
3.
Despliega la sombrilla del perdón y de la acogida. El verano es un tiempo
propicio para que salga a flote lo mejor de nosotros mismos. Las virtudes que
solemos disimular o esconder.
4.
Dialoga con tu familia. Recupera los vínculos de amistad y de confianza con aquellos que se han
debilitado.
5.
Reza y da gracias a Dios por la posibilidad del descanso. La fe no admite vacaciones.
Somos sus hijos en otoño, invierno, primavera y también en verano. Flaco favor
nos haríamos si dejásemos en último lugar nuestro encuentro con Dios.
6.
Comparte lo poco o lo mucho que tienes. Siempre hay necesidades a nuestro alrededor. Un
consejo, una sonrisa, una limosna, una ayuda física…son formas de hacernos la
vida más íntegra y más agradable a los demás.
7.
Escucha al que tiene necesidad
de ser oído. El descanso del cuerpo lo da también el encontrar un
confidente, un amigo, alguien con el cual pensar y hablar en alto. Un amigo
así, es un bien escaso. Si tienes un amigo enfermo…visítalo. Es un buen
reconstituyente.
8.
No dejes la eucaristía dominical. Un domingo sin misa es como
un verano sin sol. La Palabra de Jesús nos ilumina y, su Cuerpo, nos fortalece
para emprender luego nuestras obligaciones con nuevos aires y nuevo ritmo.
9.
No te dejes llevar por el excesivo
ajetreo. A veces, de las vacaciones, volvemos más agotados de lo que fuimos. El
secreto de un buen verano, no está en el hacer mucho, en el viajar mucho, en el
gastar mucho…cuanto en el disfrutar con
aquello que, durante el resto del año, no hemos podido llevar a cabo.
10.
Renuévate y
embellécete por dentro. Hay muchas personas que vuelven a sus hogares bronceados por fuera, pero
muy quemados por dentro. Que tú, de alguna manera, seas distinto: tal vez
blanco por fuera pero nutrido y fortalecido interiormente.
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