DE PRECIOS Y DE
OFERTAS, EL REINO
En un mundo
de competitividad como el nuestro, puede resultar extraño ver a Dios que salta
al mercado de las ofertas y pone precio. El Evangelio
de hoy culmina esa catequesis sobre el Reino de Dios que Jesús ha ido
explicando estos
domingos. Las dos primeras imágenes que aparecen muestran el valor de ese
Reino: vale la pena venderlo todo para hacerse con un don tan preciado. Tan
importante, tan absoluto es ese Reino que es más que todo lo que una persona
pueda poseer. Jesús no estaba ante aquella gente, ante sus discípulos, tratando
de "venderles" su novedad haciéndoles consideraciones pertinentes
sobre la excelencia de su "mercado", o indicándoles cuáles eran sus
ventajas respecto a otros mercaderes. Más bien, el Señor se presenta con lo
más y lo mejor, con lo que no tiene competencia ni rival. ¿De qué se trataba,
pues? ¿Cuál era la oferta de Jesús?.
Se trataba de eso que de múltiples formas
no ha hecho otra cosa que ofrecer, y explicar, e inaugurar: el Reino de Dios, el proyecto de su Padre, el plan de Dios sobre cada
hombre y sobre toda la humanidad. Para esto vino Él: para decir a sus hermanos los
hombres cuál era y cómo se andaba el camino de la felicidad bienaventurada.
Porque en el empeño de ser felices, cuando los hombres han aspirado a ello al
margen de Dios o incluso contra Él y a su despecho, el resultado es esa macabra
retahíla de desmanes con los que los humanos han llenado demasiadas páginas de
su historia: violencias, mentiras, injusticias, traiciones, muertes.
El Reino es algo que tiene que ver con las
exigencias de nuestro corazón, con las aspiraciones más nobles y los deseos más
hondos del corazón humano. No obstante, y a pesar de
la inmensa oferta de Dios, Él nos deja libres para que optemos. Es una vieja tentación la de ser
independientes y autónomos respecto de Dios. Pero tras tanto esfuerzo, tanto
pago, tanta cosa... no logramos alcanzar la dicha.
El Evangelio
de este domingo nos ofrece una meditación sobre nuestro dispendio vital: en qué gastamos nuestro caudal de
posibilidades, en dónde apostamos nuestro deseo de felicidad. Dios sale a
nuestro paso y nos dice que Él tiene un plan, su Reino, por el que vale la pena
arriesgarlo todo. Cuando alguna vez se ha entendido esto, cuando alguna vez se
ha intentado, se comprende que Dios no juega con nosotros, que no se aprovecha
de nuestra condición, sino que al venderlo todo para adquirir su tesoro
escondido o su perla preciosa, es decir, al dejar padre, madre, hijos,
tierras... por su Reino, Él nos ha dado cien veces más padres, madres, hijos,
tierras... y después la vida eterna. "¿Entendéis bien todo esto? Ellos
contestaron: sí" (Mt 13,52). ¿Qué podemos responder cada uno de nosotros?
El Señor os bendiga y os guarde.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm - Arzobispo de Oviedo
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