RESUMEN DE LA ENCÍCLICA
(I)
Este texto se ofrece como apoyo para una
primera lectura de la Encíclica, ayudando a tener una visión de conjunto y
detectar las líneas de fondo. En primer lugar se ofrece una
presentación en conjunto, y luego se realiza un recorrido por cada
capítulo. En él se señala su objetivo y reproduce algunos párrafos clave. Los
números entre paréntesis remiten a los párrafos de la Encíclica.
El texto
está atravesado por algunos ejes temáticos, vistos desde variadas
perspectivas, que le dan una fuerte coherencia interna: «la íntima relación
entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo
todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que
derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender
la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano
de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave
responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y
la propuesta de un nuevo estilo de vida.» (16).
Capítulo 1 – «Lo que le está pasando a nuestra casa»
El capítulo asume los descubrimientos científicos más
recientes en materia ambiental como manera de escuchar el clamor de la
creación, para «convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y
así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar» (19). Se acometen así «varios aspectos de la actual crisis
ecológica» (15).
El cambio climático: «El cambio climático es un problema global con graves
dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y
plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad» (25). Si «el clima es un bien común, de todos y para
todos» (23), el impacto más grave de su alteración recae en los más pobres, pero
muchos de los que «tienen más recursos y poder económico o político parecen
concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas» (26): «La falta de reacciones ante estos dramas de
nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de
responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad
civil» (25).
La cuestión del agua: El Papa afirma sin ambages que «el acceso al agua
potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque
determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el
ejercicio de los demás derechos humanos». Privar a los pobres del acceso al
agua significa «negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad
inalienable» (30).
La pérdida de la
biodiversidad: «Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no
podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, pérdidas para siempre»
(33). No son sólo eventuales “recursos”
explotables, sino que tienen un valor en sí mismos. En esta perspectiva «son
loables y a veces admirables los esfuerzos de científicos y técnicos que tratan
de aportar soluciones a los problemas creados por el ser humano», pero esa
intervención humana, cuando se pone al servicio de las finanzas y el
consumismo, «hace que la tierra en que vivimos se vuelva menos rica y bella,
cada vez más limitada y gris » (34).
La deuda ecológica: en el marco de una ética de las relaciones
internacionales, la Encíclica indica que existe «una auténtica deuda ecológica»
(51), sobre todo del Norte en relación
con el Sur del mundo. Frente al cambio climático hay «responsabilidades
diversificadas» (52), y son mayores las de los países desarrollados.
Conociendo
las profundas divergencias que existen respecto a estas problemáticas, el Papa
Francisco se muestra profundamente impresionado por la «debilidad de las
reacciones» frente a los dramas de tantas personas y poblaciones. Aunque no
faltan ejemplos positivos (58), señala «un cierto adormecimiento y una alegre irresponsabilidad» (59). Faltan una cultura adecuada (53) y la disposición a cambiar de estilo de vida,
producción y consumo (59), a la vez que urge «crear un sistema normativo que [...] asegure la
protección de los ecosistemas» (53).
Capítulo segundo – El Evangelio de la creación
Para afrontar la problemática ilustrada en el capítulo
anterior, el Papa Francisco relee los relatos de la Biblia, ofrece una visión
general que proviene de la tradición judeo-cristiana y articula la «tremenda
responsabilidad» (90) del ser humano respecto a la creación, el lazo íntimo que existe entre
todas las creaturas, y el hecho de que «el ambiente es un bien colectivo,
patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos» (95).
En la
Biblia, «el Dios que libera y salva es el mismo que creó el universo», y «en Él
se conjugan el cariño y el vigor» (73). El relato de la creación es central para reflexionar sobre la relación
entre el ser humano y las demás criaturas, y sobre cómo el pecado rompe el
equilibrio de toda la creación en su conjunto. «Estas narraciones sugieren que
la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente
conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Según la
Biblia, las tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente, sino
también dentro de nosotros. Esta ruptura es el pecado» (66).
Por ello,
aunque «si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado
incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho
de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca
un dominio absoluto sobre las demás criaturas» (67). Al ser humano le corresponde «“labrar y cuidar” el jardín del mundo (cf.
Gn 2,15)» (67), sabiendo que «el fin último de las
demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y a
través de nosotros, hacia el término común, que es Dios» (83).
Que el ser
humano no sea patrón del universo «no significa igualar a todos los seres vivos
y quitarle al ser humano ese valor peculiar» que lo caracteriza ni «tampoco
supone una divinización de la tierra que nos privaría del llamado a colaborar
con ella y a proteger su fragilidad» (90). En esta perspectiva «todo ensañamiento con cualquier criatura “es contrario
a la dignidad humana”» (92), pero «no puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás
seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura,
compasión y preocupación por los seres humanos» (91). Es necesaria la conciencia de una comunión universal: «creados por el
mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y
conformamos una especie de familia universal, [...] que nos mueve a un respeto
sagrado, cariñoso y humilde» (89).
Concluye el
capítulo con el corazón de la revelación cristiana: el «Jesús terreno» con su
«relación tan concreta y amable con las cosas» está «resucitado y glorioso,
presente en toda la creación con su señorío universal» (100).
No hay comentarios:
Publicar un comentario