El rey de la verdad
El ciclo
litúrgico se cierra con esta fiesta de Cristo Rey en la que se nos presenta el
célebre diálogo entre Pilato y Jesús. Curiosa o irónicamente, el evangelista ha
ido presentando el desenlace final de Jesús Rey casi describiendo el ceremonial
de coronación de reyes en el Antiguo Testamento: entrada triunfal sobre una
mula, aclamaciones populares, proclamación oficial por escrito, entronización,
coronación, unción..., pero todo ello no en un modo apoteósico, sino de una
manera humilde. Y un Rey así, hablará con uno de los poderosos sobre algo
fundamental para Jesús, que era meramente banal y curioso para Pilato: la
verdad.
Detrás de este diálogo encontramos la
terrible soledad en la que muere el Señor: abandonado por cuantos le temían
como peligroso rival de sus púlpitos o de sus tronos (los fariseos y Pilato);
por quienes le depreciaban desencantados ante un Mesías demasiado poco pelelón
y agresivo (zelotes); también por quienes le seguían y amaban sinceramente,
pero que acabarán huyendo, escondiéndose o renegando (discípulos).
La Verdad de Jesús, la Verdad de Dios,
también tenía una precio duro e incómodo: la soledad. Podía haber convocado una
cumbre y recortar los presupuestos de su economía de salvación, negociando con
todos o con algunos de sus “abandonantes”. Pero Jesús no quiso más que dar su
vida por la obra del Padre Dios, de la cual vivió y por la cual se desvivió.
Así lo dice ante Pilato: “para esto he
nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad”. No se
trata de una verdad abstracta y especulativa, ajena del todo a los que en la
vida diaria acontece, sino de una verdad que tiene rostro, que tiene voz, que
genera verdadera esperanza y gusto por la vida. El Semblante y la Palabra del
Padre Dios es lo que Jesús testimonia, lo que Él nos da como verdad, como
camino, como vida. Su Verdad es nuestra verdad, y no la que a veces nos
inventamos nosotros o la que nos empeñamos en decidir en nuestras urnas
interesadas.
La verdad de la vida, la verdad del amor,
la verdad de la justicia, la verdad de la paz, la verdad de Dios y la del
hombre, tienen un único rostro, una única voz, un único nombre: Jesucristo.
Quiera Él ayudarnos a sentar esta verdad en nuestro trono personal y colectivo,
y a abrazarla con todas nuestras fuerzas aunque ello nos pudiera ocasionar una
pequeña o una grande soledad por los dominadores que usan y abusan de sus
mentiras para seguir a toda costa en su poltrona de codicia, de lujuria y de
poder. Sólo la Verdad nos hace libres, sólo el reinado de Jesucristo nos
permite desmontar toda esclavitud y vivir como hijos ante Dios y como hermanos
ante los demás.
+ Fr. Jesús Sanz
Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo
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