Presencia real de Cristo en la Eucaristía (Continuación)
■ El culto de la Eucaristía.
Ahora bien, si en la celebración de la
Eucaristía el pan y el vino se han transformado en el cuerpo y la grande de
Cristo, y esta presencia suya es real, verdadera y substancial permanece
después de celebrada la Misa, ¿cuál deberá ser la respuesta del pueblo
cristiano a esta Presencia del Señor?… El Catecismo lo expresa:
1378 En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la
presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras
maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al
Señor. “La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de adoración
que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino
también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las
hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con
solemnidad, llevándolas en procesión” (Mysterium fidei 56).
1379 El Sagrario [tabernáculo] estaba primeramente
destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa.
Por la profundización de la fe en
la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del
sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies
eucarísticas. Por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar
particularmente digno de la iglesia; debe estar construido de tal forma que
subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el santo
sacramento.
1380 Es grandemente
admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta
singular manera. Puesto que [en
la Ascensión] Cristo iba a dejar a los
suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto
que iba a ofrecerse en la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el
memorial del amor con que nos había amado «hasta el fin» (Jn 13,1), hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia
eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y
se entregó por nosotros (cf. Ga 2,20), y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor:
«La Iglesia y el mundo tienen una gran
necesidad del culto eucarístico. Jesús nos
espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo
en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas
graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración» (Juan Pablo II,
lit. Dominicae Cenae, 3).
1381 «La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la
verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, “no se conoce por los sentidos,
dice S. Tomás, sino solo por la fe , la cual se apoya en la autoridad de Dios”»
(STh III, 75,1)…
«Habiendo aprendido estas cosas y habiendo
sido plenamente asegurado de que lo que aparece pan no es pan, aunque así sea
sentido por el gusto, sino el cuerpo de Cristo; y que le que aparece vino no es
vino, aunque el gusto así lo crea, sino la sangre de Cristo… fortalece tu
corazón participando de aquel pan como espiritual que es y alegra tú el rostro
de tu alma.
«Ojalá que teniendo patente este tu rostro con la conciencia pura,
contemplando como en un espejo la gloria del Señor, crezcas de gloria en gloria
en Cristo nuestro Señor, a quien sea el honor y el y el poder y la gloria por
los siglos de los siglos. Amén» (ib. IV, 9)
■ Crece en la Iglesia el culto a la
Eucaristía
El pueblo cristiano, con sus pastores al
frente, al paso de los siglos, ha ido prestando un culto siempre creciente a la eucaristía fuera de la Misa: oración ante el
Sagrario, exposiciones en la Custodia, procesiones, Horas santas, visitas al
Santísimo, asociaciones de Adoración nocturna o perpetua, las Cuarenta Horas, etc. Ese crecimiento en la Iglesia de la adoración
eucarística se va realizando por obra del Espíritu Santo, que nos conduce
«hacia la verdad plena» (Jn 14,26; 16,13). Ya dijo Cristo del Espíritu Santo: «Él me glorificará» (Jn 16,14)… Colaboremos, pues, con el Espíritu Santo para
suscitar esta suprema devoción cristiana a Cristo en la Eucaristía. Así lo
hacía el Santo Cura de Ars:
«En el púlpito, comenzaba a veces a tratar de diferentes materias, pero siempre volvía a Nuestro Señor presente en
la Eucaristía. “Este atractivo por la presencia real [según testimonio
de Catalina Lasagne] aumentó de una manera sensible hacia el fin de su vida… Se
interrumpía y derramaba lágrimas; su figura aparecía resplandeciente y no se
oían sino exclamaciones de amor”» (A. Trochou, El Cura de Ars, Palabra, Madrid
2003, 12ª ed., 631).
José María Iraburu, Consiliario diocesano ANE de la Archidiócesis de
Pamplona
No hay comentarios:
Publicar un comentario