« YO SOY EL PAN DE VIDA… »
…Este es precisamente, según me parece, el
tema central de la liturgia de este domingo, en la que Jesús, pan de vida, se
nos presenta como único y verdadero significado de la existencia
humana.
■ En nuestro
tiempo, por desgracia, el racionalismo científico y la estructura de la sociedad
industrial, caracterizada por la ley férrea de la producción y del consumo, han
creado una mentalidad cerrada dentro de un horizonte de valores temporales y
terrenos, que quitan a la vida del hombre todo
significado trascendente.
El ateísmo teórico y práctico que serpea
ampliamente; la aceptación de una moral evolucionista desvinculada totalmente
do los principios sólidos y universales de la ley moral natural y revelada,
pero vinculada a las costumbres siempre variables de la historia; la
insistente exaltación del hombre como autor autónomo del propio destino y, en el
extremo opuesto, su deprimente humillación al rango de pasión inútil, de error
cósmico, de peregrino absurdo de la nada en un universo desconocido y engañoso,
han hecho perder a muchos el significado de la vida y han empujado a los más débiles y a los
más sensibles hacia evasiones funestas y trágicas. El hombre tiene
necesidad extrema de saber si merece la pena nacer, vivir, luchar, sufrir y
morir, si tiene valor comprometerse por algún ideal superior a los intereses
materiales y contingentes, si, en una palabra, hay un "porqué" que
justifique su existencia.
Esta es, pues, la cuestión esencial: dar un sentido al hombre, a sus
opciones, a su vida, a su historia.
■ Jesús
tiene la respuesta a estos interrogantes nuestros; El puede resolver la "cuestión del
sentido" de la vida y de la historia del hombre. Aquí está la lección
fundamental de la liturgia de hoy. A la muchedumbre que le ha seguido,
desgraciadamente sólo por motivos de interés material, al haber sido saciada
gratuitamente con la multiplicación milagrosa de los panes y de los peces,
Jesús dice con seriedad y autoridad: "Procuraos no el alimento perecedero,
sino el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que el Hijo
del hombre os da" (Jn 6, 27).
Dios se ha encarnado para iluminar, más
aún, para ser el significado de la vida del hombre. Es necesario creer esto con
profunda y gozosa convicción; es necesario vivirlo con constancia y coherencia;
es necesario anunciar y testimoniar esto, a pesar de las tribulaciones de los
tiempos y de las ideologías adversas, casi siempre tan insinuantes y
perturbadoras.
Y, ¿de qué modo es Jesús el significado de la existencia del hombre? El mismo lo explica con claridad consoladora: "Mi Padre os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que bajó del cielo y da la vida al mundo... Yo soy el pan de vida; el que viene a mí, ya no tendrá más hambre y el que cree en mí, jamás tendrá sed" (Jn 6, 32-35). Jesús habla simbólicamente, evocando el gran milagro del maná dado por Dios al pueblo judío en la travesía del desierto. Es claro que Jesús no elimina la preocupación normal y la búsqueda del alimento cotidiano y de todo lo que puede hacer que la vida humana progrese más, se desarrolle más y sea más satisfactoria. Pero la vida pasa indefectiblemente. Jesús hace presente que el verdadero significado de nuestro existir terreno está en la eternidad, y que toda la historia humana con sus dramas y alegrías debe ser contemplada en perspectiva eterna.
Y, ¿de qué modo es Jesús el significado de la existencia del hombre? El mismo lo explica con claridad consoladora: "Mi Padre os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que bajó del cielo y da la vida al mundo... Yo soy el pan de vida; el que viene a mí, ya no tendrá más hambre y el que cree en mí, jamás tendrá sed" (Jn 6, 32-35). Jesús habla simbólicamente, evocando el gran milagro del maná dado por Dios al pueblo judío en la travesía del desierto. Es claro que Jesús no elimina la preocupación normal y la búsqueda del alimento cotidiano y de todo lo que puede hacer que la vida humana progrese más, se desarrolle más y sea más satisfactoria. Pero la vida pasa indefectiblemente. Jesús hace presente que el verdadero significado de nuestro existir terreno está en la eternidad, y que toda la historia humana con sus dramas y alegrías debe ser contemplada en perspectiva eterna.
También nosotros, como el pueblo de
Israel, vivimos sobre la tierra la experiencia del Éxodo; la "tierra
prometida" es el cielo. Dios, que no abandonó a su pueblo en el desierto,
tampoco abandona al hombre en su peregrinación terrena. Le ha dado un
"pan" capaz de sustentarlo a lo largo del camino: el "pan"
es Cristo. Él es ante todo la comida del
alma con la verdad revelada y después con su
misma Persona presente en el sacramento de la Eucaristía.
¡El hombre tiene necesidad de la trascendencia! ¡El
hombre tiene necesidad de la presencia de Dios en su historia cotidiana! ¡Sólo así puede encontrar el sentido de
la vida! Pues bien, Jesús continúa diciendo a todos: "Yo soy el camino, la
verdad y la vida" (Jn 14, 6); "Yo soy la luz del mundo; el que me
sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida" (Jn
8, 12); "Venid a mí todos
los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt
11, 28).
■ La reflexión ahora recae sobre cada uno de
nosotros. En efecto, depende de nosotros captar el significado
que Cristo ha venido a ofrecer a la existencia humana y "encarnarlo" en nuestra vida.
Depende del interés de todos "encarnar" este significado en la
historia humana. ¡Gran responsabilidad y sublime dignidad! Es necesario, para
este fin, un testimonio coherente y valiente de la propia fe. San Pablo,
escribiendo a los Efesios, traza, en este sentido, un programa concreto de vida:
— es necesario, ante todo, abandonar
la Mentalidad mundana y
pagana: "Os digo, pues, y testifico
en el Señor que no os portéis como se conducen los gentiles, en la unidad de su
mente";
— después, es necesario cambiar
la mentalidad mundana y
terrestre en la mentalidad de Cristo; "Dejando,
pues, vuestra antigua conducta, despojaos del hombre viejo, viciado por las
concupiscencias seductoras";
— finalmente, es necesario aceptar
todo el mensaje de Cristo,
sin reducciones de comodidad, y vivir según su ejemplo: 'Renovaos en el espíritu de vuestra mente y vestíos del hombre nuevo,
creado según Dios en justicia y santidad verdaderas" (Ef
4, 17. 20-24).
Queridísimos, como veis, se trata de un
programa muy comprometido, bajo ciertos aspectos podría decirse, desde luego,
heroico; sin embargo, debemos presentarlo a nosotros y a los demás en su
integridad, contando con la acción de la gracia, que puede dar a cada uno la
generosidad de aceptar la responsabilidad de las propias acciones en
perspectiva eterna y para el bien de la sociedad. Id, pues, adelante con confianza y con interés generoso, buscando cada día
nuevo impulso y alegría en la devoción a Jesús Eucarístico y en la
confianza en María Santísima… San. Juan Pablo II, pp.
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