« … EL PAN VIVO BAJADO DEL CIELO »
Leemos en la
Primera lectura que
el Profeta Elías, huyendo de Jetzabel, se dirigió al Horeb, el monte santo.
Durante el largo y difícil viaje se sintió cansado y deseó morir. "Basta,
Yahvé. Lleva ya mi alma, que no soy mejor que mis padres. Y echándose allí, se
quedó dormido". Pero el Ángel del Señor le despertó, le
ofreció pan y
le dijo: "Levántate y come, porque te queda todavía mucho camino. Elías se
levantó, comió y bebió, y anduvo con la fuerza de aquella comida cuarenta días y cuarenta noches hasta el
monte de Dios. Lo que no hubiera logrado con sus propias fuerzas, lo consiguió con
el alimento que el Señor le proporcionó cuando más desalentado estaba.
El monte santo al que se dirige el Profeta
es imagen del Cielo; el trayecto de cuarenta días lo es del largo viaje que
viene a ser nuestro paso por la tierra, en el que también encontramos
tentaciones, cansancio y dificultades. En ocasiones, sentimos flaquear el ánimo
y la esperanza. De manera semejante al Ángel, la Iglesia
nos invita a alimentar nuestra alma con un pan del todo singular, que es el
mismo Cristo presente en la Sagrada Eucaristía. En Él encontramos siempre las fuerzas
necesarias para llegar al Cielo, a pesar de nuestra flaqueza.
A la Sagrada Comunión se le llamó Viático,
en los primeros tiempos del Cristianismo, por la analogía entre este sacramento
y el viático o provisiones alimenticias y pecuniarias que los romanos llevaban
consigo para las necesidades del camino. Más tarde se reservó el término
Viático para designar el conjunto de auxilios espirituales, de modo particular
la Sagrada Eucaristía, con que la Iglesia pertrecha a sus hijos para la última
y definitiva etapa del viaje hacia la eternidad.
También podemos recordar hoy en nuestra
oración la responsabilidad, en ocasiones grave, de hacer todo lo que está de
nuestra parte para que ningún familiar, amigo o colega muera sin los auxilios
espirituales que nuestra Madre la Iglesia tiene preparados para la etapa última
de su vida.
Es la mejor y más eficaz muestra de caridad y cariño, quizá la última, con esas personas aquí en la tierra. El Señor premia con una alegría muy grande cuando hemos cumplido con ese gratísimo deber, aunque en algunas ocasiones pueda resultar algo difícil y costoso.
Es la mejor y más eficaz muestra de caridad y cariño, quizá la última, con esas personas aquí en la tierra. El Señor premia con una alegría muy grande cuando hemos cumplido con ese gratísimo deber, aunque en algunas ocasiones pueda resultar algo difícil y costoso.
"Yo soy el pan de vida", nos dice Jesús en el Evangelio de
la Misa (...). "Si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan
que yo daré es mi carne para la vida del mundo".
Hoy nos recuerda el Señor con fuerza la
necesidad de recibirle en la Sagrada Comunión para participar en la vida divina, para vencer en las
tentaciones, para que crezca y se desarrolle la vida de la gracia recibida en
el Bautismo. El que comulga en estado de gracia, además de participar en los
frutos de la Santa Misa, obtiene unos bienes propios y específicos de la
Comunión eucarística: recibe, espiritual y realmente, al mismo Cristo, fuente
de toda gracia. La Sagrada Eucaristía es, por eso, el mayor sacramento, centro
y cumbre de todos los demás. Esta presencia real de Cristo da a este
sacramento una eficacia sobrenatural infinita.
No hay mayor felicidad en esta vida que
recibir al Señor. En la Comunión, el poder divino sobrepasa todas las
limitaciones humanas, y bajo las especies eucarísticas se nos da
Cristo entero. La
Sagrada Eucaristía nos fortalece y aleja de nosotros la debilidad y la muerte:
el alimento eucarístico nos libra de los pecados veniales, que causan la
debilidad y la enfermedad del alma, y nos preserva de los mortales, que le
ocasionan la muerte.
"Por la frecuente o diaria Comunión,
resulta más exuberante la vida espiritual, se enriquece el alma con mayor
efusión de virtudes y se da al que comulga una prenda aún más segura de la
eterna felicidad" (Pablo VI, Instr. Eucharisticum Mysterium,
15-VIII-1967, 37).
Del mismo modo como el alimento natural permite crecer al cuerpo,
la Sagrada Eucaristía aumenta la santidad y la unión con Dios, "porque la
participación del Cuerpo y Sangre de Cristo no hace otra cosa sino
transfigurarnos en aquello que recibimos" (Ib).
San Juan Pablo II, pp
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