La costumbre de venerar la Santa Cruz se
remonta a las primeras épocas del cristianismo en Jerusalén. Esta tradición
comenzó a festejarse el día en que se encontró la Cruz donde padeció Nuestro
Señor. La Iglesia en este
día celebra la veneración a las reliquias de la cruz de Cristo en Jerusalén,
tras ser recuperada de manos de los persas por el emperador Heráclito (siglo VII). Según
manifiesta la historia, al recuperar el precioso madero, el emperador quiso
cargar una cruz hasta su primitivo lugar en el Calvario, como había hecho Cristo a través
de la ciudad, pero tan pronto puso el madero al hombro e intentó entrar a un
recinto sagrado, no pudo hacerlo y quedó paralizado. El patriarca Zacarías que
iba a su lado le indicó que todo aquel esplendor imperial iba en desacuerdo con
el aspecto humilde y doloroso de Cristo cuando iba cargando la cruz por las
calles de Jerusalén. Entonces el emperador se despojó de su atuendo imperial, y
con simples vestiduras, avanzó sin dificultad seguido por todo el pueblo hasta
dejar la cruz en el sitio donde antes era venerada.
Los fragmentos de la santa Cruz se
encontraban en el cofre de plata dentro del cual se los habían llevado los
persas, y cuando el patriarca y los clérigos abrieron el cofre, todos los
fieles veneraron las reliquias con mucho fervor, incluso, se produjeron muchos
milagros. Para evitar nuevos robos, la
Santa Cruz fue partida. Una parte se llevó a Roma, otra a Constantinopla; una
se dejó en Jerusalén y una más se partió en pequeñas astillas para repartirlas
en diversas iglesias del mundo entero.
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