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Queridos hermanos y
hermanas:
En este día en el que
la liturgia de la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz,
el Evangelio nos recuerda el significado de este gran misterio: Tanto amó Dios al mundo, que entregó
a su Hijo único para salvar a los hombres (cf. Jn 3,16). El
Hijo de Dios se hizo vulnerable, tomando la condición de siervo, obediente
hasta la muerte y una muerte de cruz (cf. Fil 2,8). Por
su Cruz hemos sido salvados. El instrumento de suplicio que mostró, el Viernes
Santo, el juicio de Dios sobre el mundo, se ha transformado en fuente de vida,
de perdón, de misericordia, signo de reconciliación y de paz. “Para ser curados del pecado,
miremos a Cristo Crucificado”, decía San Agustín (Tratado sobre el Evangelio de san Juan). Al levantar los ojos hacia el
Crucificado, adoramos a Aquel que vino para quitar el pecado del mundo y darnos
la vida eterna. La Iglesia nos invita a levantar con orgullo la
Cruz gloriosa para que el mundo vea hasta dónde ha llegado el Amor del
Crucificado por los hombres, por todos los hombres. Nos invita a dar gracias a
Dios porque de un árbol portador de muerte, ha surgido de nuevo la vida. Sobre
este árbol, Jesús nos revela su majestad soberana, nos revela que Él es el
exaltado en la gloria. Sí, “venid a adorarlo”. En medio de nosotros se
encuentra Quien nos ha amado hasta dar su vida por nosotros, Quien invita a
todo ser humano a acercarse a Él con confianza…
La señal de la Cruz
es de alguna forma el compendio de nuestra fe, porque nos dice cuánto nos ha
amado Dios; nos dice que, en el mundo, hay un amor más fuerte que la muerte,
más fuerte que nuestras debilidades y pecados. El poder del Amor de Dios es más
fuerte que el mal que nos amenaza. Este misterio de la
universalidad del Amor de Dios por los hombres, es el que María reveló aquí, en
Lourdes. Ella invita a todos los hombres de buena voluntad, a todos los que
sufren en su corazón o en su cuerpo, a levantar los ojos hacia la Cruz de Jesús
para encontrar la fuente de la vida, la fuente de la salvación.
La Iglesia ha recibido la misión de
mostrar a todos el rostro amoroso de Dios, manifestado en
Jesucristo. ¿Sabremos comprender que en el Crucificado del Gólgota está nuestra
dignidad de hijos de Dios que, empañada por el pecado, nos fue devuelta?
Volvamos nuestras miradas hacia Cristo. Él nos hará libres para amar como Él
nos ama y para construir un mundo reconciliado. Porque, con esta Cruz, Jesús
cargó el peso de todos los sufrimientos e injusticias de nuestra humanidad. Él
ha cargado las humillaciones y discriminaciones, las torturas sufridas en
numerosas regiones del mundo por muchos hermanos y hermanas nuestros por amor a
Cristo. Les encomendamos a María, Madre de Jesús y Madre nuestra, presente al
pie de la Cruz.
Para acoger en
nuestras vidas la Cruz gloriosa, María sale a nuestro encuentro para indicarnos
los caminos de la renovación de la vida de nuestras comunidades y de cada uno
de nosotros. Al acoger a su Hijo, que Ella nos muestra, nos sumergimos en una
fuente viva en la que la fe puede encontrar un renovado vigor, en la que la
Iglesia puede fortalecerse para proclamar cada vez con más audacia el misterio
de Cristo. Jesús, nacido de María, es el Hijo de Dios, el único Salvador de
todos los hombres, vivo y operante en su Iglesia y en el mundo. La Iglesia ha sido enviada a todo el mundo para proclamar este único mensaje e invitar a
los hombres a acogerlo mediante una conversión auténtica del corazón.
…En su
camino espiritual, también los cristianos están llamados a desarrollar la
gracia de su Bautismo, a alimentarse de la Eucaristía, a sacar de la oración la
fuerza para el testimonio y la solidaridad con todos sus hermanos en la
humanidad (cf. Homenaje a la
Inmaculada Concepción, Plaza de España, 8
diciembre 2007). Es,
pues, una auténtica catequesis la que
también a nosotros se nos propone, bajo la mirada de María. Dejémonos también nosotros instruir y guiar
en el camino que conduce al Reino de su Hijo.
…No
dejéis que las dificultades os descorazonen. María se turbó cuando el ángel le
anunció que sería la Madre del Salvador. Ella conocía cuánta era su debilidad
ante la omnipotencia de Dios. Sin embargo, dijo “sí” sin vacilar. Y gracias a
su sí, la salvación entró en el mundo, cambiando así la historia de la
humanidad.
…Ella abrió a Dios las puertas de nuestro mundo y nuestra
historia. Nos invita a vivir como Ella en una esperanza inquebrantable,
rechazando escuchar a los que pretenden que nos encerremos en el fatalismo. Nos
acompaña con su presencia maternal en medio de las vicisitudes personales,
familiares y nacionales. Dichosos los hombres y las mujeres que ponen su
confianza en Aquel que, en el momento de ofrecer su vida por nuestra salvación,
nos dio a su Madre para que fuera nuestra Madre.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra,
enséñanos a creer, a esperar y a amar contigo. Muéstranos el camino hacia el
Reino de tu Hijo Jesús. Estrella del mar, brilla sobre nosotros
y guíanos en nuestro camino
BENEDICTO
XVI, pp emérito
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