Carta del
obispo de la Diócesis de Cádiz y Ceuta, con motivo de
la Cuaresma 2014.
Queridos fieles diocesanos:
Cada año
llega la Cuaresma puntualmente. Ya está aquí. ¿Cuántas hemos vivido en nuestra
vida? ¿Nos han servido? Esperemos que sí, pero ¿nos servirá de algo la que
hemos comenzado? ¿Cambiará nuestra vida? Ya nos hemos quitado las caretas del
carnaval, pero desprendernos de las que nos ha puesto la rutina de la vida o el
pecado cuesta mucho más. Ha llegado el momento de volver a lo esencial, el tiempo
de recuperar la libertad.
La Cuaresma es un tiempo de profunda
renovación bautismal en el que, si queremos, podemos estrenar una gracia
inédita que pasa a la vera de nuestra vida. Debemos, pues, vivirla como un
tiempo de gracia en el que Dios, como el Padre de la parábola del hijo pródigo,
ansía nuestro regreso. No basta con ser un simple espectador de la liturgia o
integrante de alguna devoción de piedad. Dios espera más, porque nos quiere
agraciar con más. En una palabra, Dios nos está esperando. Nos ofrece la verdad
que viene con la alegría del Evangelio. Su vida nos vivifica, esto es, el paso
(la Pascua) de Cristo resucitado, así como la muerte (el pecado y el hombre
viejo) nos mortifica.
Os invito, por tanto, a vivir la
Cuaresma intensamente. Este itinerario personal, que parte del interior, del
corazón, lo vivimos todos juntos, como un pueblo, una comunidad, que necesita
apoyos externos, comunitarios y eclesiales; por esto encuentra en la liturgia
su camino espiritual más fecundo y la garantía sacramental de la fuerza del
Señor que se abraza a nuestra existencia personal.
He dispuesto para esta Cuaresma varias
propuestas concretas que los sacerdotes de las diferentes parroquias os
ofrecerán. Quiero agradecerles cordialmente su inestimable colaboración, pues
sin su celo de pastores que buscan vuestro bien no sería posible hacerlo. Os
pido que las aceptéis para amar más al Señor. Son las siguientes:
2.- Renovar la vida de bautizados celebrando la liturgia dominical.
3.-
Experimentar la gracia del perdón en el Sacramento de la Reconciliación.
La Cuaresma
es el tiempo de la Misericordia por excelencia en el que recibimos el abrazo
del Padre y aprendemos a abrazar la carne herida de nuestros hermanos,
especialmente la de los que más sufren. En este ambiente de gracia el
Sacramento de la Reconciliación constituye un momento fundamental. Os invito
encarecidamente a experimentar la renovación profunda de la gracia de Dios, que
nos reconcilia sacramentalmente y nos regenera interiormente, confesando los
pecados para recibir con el perdón, el abrazo de Dios misericordioso…
4.- Un esfuerzo significativo de caridad con los
pobres y necesitados.
La vida de fe
está ligada profundamente a la caridad. El ayuno y la limosna nos hacen
comprender que podemos prescindir de lo nuestro en beneficio de los demás, y
que este aparente empobrecimiento nos enriquece con el amor del Señor. A través
de los otros y de sus necesidades reconoceremos mejor nuestras carencias y
nuestra verdadera fuerza: la caridad. El cristianismo no es una regla sin alma,
un prontuario de observancias formales para gente que pone buena cara para
esconder un corazón vacío de caridad. En la tremenda situación actual en la que
palpamos tanta pobreza, el sufrimiento menesteroso de los que viven en
situaciones extremas sin lo más necesario para subsistir, el grito de su dolor
se convierte en mensaje urgente del Señor para nosotros, que nos pide rasgar
los corazones, no las vestiduras, y amar al pobre, con quien Cristo mismo se ha
identificado. El ayuno y la limosna cuaresmal debe hacerse desprendimiento
efectivo de aquello que nos cuesta, algo más que lo superfluo, pues a los
empobrecidos les cuesta la vida. Esta senda del amor nos dará también una
presencia mayor de Cristo en nuestra vida, pues Él camina junto a nosotros y se
compadece de nuestra debilidad. Ha dicho el Santo Padre recientemente:
"¡Aquél es el ayuno que quiere el Señor! Ayuno que se preocupa por la vida
del hermano, que no se avergüenza de la carne del hermano. Nuestro acto de
santidad más grande está precisamente en la carne del hermano y en la carne de
Jesucristo. El acto de santidad de hoy no es un ayuno hipócrita: ¡es no
avergonzarse de la carne de Cristo que hoy viene aquí! Es el misterio del
Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Es ir a compartir el pan con el hambriento, a
curar a los enfermos, los ancianos, aquellos que no pueden darnos nada a
cambio: ¡no avergonzarse de la carne, es eso!”
Es la hora de testimoniar a cuantos
viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se
resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en
Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que seamos
transformados por el Espíritu Santo a imagen de Cristo que se hizo pobre y nos
enriqueció con su pobreza.
Deseo y pido al Señor que nos aproveche
la oración común de toda la Iglesia y la oración nuestra de unos por otros, que
es la expresión primera de nuestra fraternidad.
+Rafael
Zornoza Boy,
Obispo de Cádiz y Ceuta
Obispo de Cádiz y Ceuta
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