Espiritualidad Católica como fuente testimonial. Tras el reconocimiento de nuestro carisma cristiano, buscamos ser consecuentes y por lo tanto expandir el Evangelio de Cristo en nuestra sociedad.
TIEMPOS LITURGICOS
viernes, 27 de diciembre de 2024
martes, 24 de diciembre de 2024
domingo, 15 de diciembre de 2024
PARA EL DIÁLOGO Y LA MEDITACIÓN
DICIEMBRE : ADORAR CON ESPERANZA
Alabado sea el Santísimo Sacramento del
Altar
ADOREMUS IN AETERNUM…
No hay una jaculatoria más
usada entre la gente devota. Pero tal vez no hay una
oración menos reflexivamente pronunciada. ¿Qué es? ¿Qué
significa? ¿Qué debe pensar o sentir el
cristiano al pronunciarla? ¿Qué frutos de espiritual aprovechamiento pueden
sacarse de esta idea tan sencilla como profunda? He aquí lo que se nos ocurrió
estudiar, y decir a nuestros queridos lectores. La jaculatoria que nos preocupa
es una alabanza a Dios, Nuestro Señor, en el Augusto Sacramento. Significa
un acto de fe, de esperanza y de caridad al huésped carísimo del sagrario. El
católico que pronuncia dichas palabras atestigua su presencia
real, y he ahí el ejercicio de la fe. Espera
en Él como principio y fin de nuestra peregrinación sobre la
tierra. Y anuncia también un pensamiento de amor,
deseando que sea bendito y alabado el Verbo divino encarnado y sacramentado. (La
Lámpara del Santuario, 5 (1874) 405-410) Espero Dios mío que
por los méritos de Jesucristo Nuestro Señor me perdonarás todos mis pecados, y
me darás la gloria, si vivo como un buen cristiano. Amén. En
las jaculatorias se encierra a veces verdaderos tesoros de piedad.
Saborearlas y meditarlas hace que cuando las repetimos nuestra mente saque
mayor provecho de sus palabras. Adorar al Santísimo
Sacramento, siempre, aunque sea por una breve
jaculatoria conlleva un acto de fe, un acto de amor y un acto de esperanza. Hoy nos fijaremos en la esperanza.
Nadie puede vivir sin esperanza, y la
vida cristiana, sin esperanza, acaba marchitándose irremediablemente. ¿Qué
hemos de esperar? ¡El Cielo! Nada menos, nuestra salvación eterna, y
la de los nuestros, y el triunfo de la Iglesia Católica en el mundo, y la
conversión de los pecadores, y la perseverancia final, y los “cielos nuevos y
la tierra nueva”. ¿Cabe todo esto en mi esperanza? ¿No? ¡Pues necesito más
esperanza!
Sería iluso pretender que
todo eso lo vamos a alcanzar por nuestros proyectos o estrategias.
Esperanza significa poner nuestra confianza en la promesa de Cristo y en la
ayuda de su Espíritu. Qué esperar y de quién confiar obtenerlo son dos
cosas que se aprenden ante el Santísimo Sacramento. La Eucaristía es como un
adelanto de todo el tesoro que un día nos será concedido, la
prenda de la gloria futura, el trailer de la nueva
creación. Y, a la vez, es el punto firme de apoyo donde
hemos de anclar nuestra confianza. “De esta gran esperanza, la de los
cielos nuevos y la tierra nueva en los que habitará la justicia (cf 2
P 3,13), no tenemos prenda más segura, signo más
manifiesto que la Eucaristía”. En efecto, cada vez que se celebra este
misterio, "se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3) y "partimos
un mismo pan [...] que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino
para vivir en Jesucristo para siempre" (San
Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios, 20, 2).”
(CEC
1405)… Se han puesto distintas imágenes para representar la
esperanza. Muchas veces se habla de ella como de un ancla. Si nuestra alma es
una navecilla en el mar tempestuoso de la vida, la esperanza es el ancla que
nos proporciona seguridad y firmeza. También se habla en la Escritura de un
yelmo. Dentro del combate cristiano, protegemos la cabeza, lo más importante
con la esperanza.
Una de las cosas más
hermosas de la esperanza es que no sólo impulsa
para conseguir lo deseado sino que además atrae ya lo
que busca y de alguna manera sólo con esperarlo se
pre-gusta. Esperar es ya ir gozándolo. Esto
es palpable en cada Vigilia de adoración. En ellas esperamos,
el alba, la gracia de Dios, la gloria del Cielo… pero haciéndolo de alguna
manera empezamos ya a vislumbrar las maravillas que gozaremos. Pregustamos lo
que habrá. Es por eso que la esperanza se expresa y se
alimenta en la oración. Esperar adorando la Eucaristía es lo que harían las
vírgenes sensatas: (Mt 25, 1-13) “Entonces
el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en
la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco
prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de
aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las
alcuzas”.
Todas ellas esperaban, pero
algunas, más inteligentes supieron armar su espera con una ayuda luminosa. Todo
cristiano espera la vuelta del esposo, pero ojalá que sepamos esperar con la
luz de la piedad eucarística. Como
el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron. Mas a
media noche se oyó un grito: "¡Ya está aquí el
novio! ¡Salid a su encuentro!" Entonces todas aquellas
vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las
prudentes: "Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se
apagan."… Muchas veces el novio tarda, nuestra espera
se adormila, pero pidamos que nunca nos veamos sin el aceite para nuestra
lámpara. Salgamos al encuentro de Jesús, desde ya mismo, en cada
noche, en cada vigilia de adoración. Pero las prudentes replicaron:
"No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que
vayáis donde los vendedores y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo,
llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de
boda, y se cerró la puerta.
La piedad eucarística no se
puede intercambiar, es un bien que hay que cultivar día a día, mes
a mes, es algo muy personal, como un regalo de bodas para cuando el esposo
aparezca por fin. Celebrar la boda es alcanzar lo que se
esperaba. Un día toda la humanidad, cual Jerusalén celeste será
vestida de novia y alcanzará el anhelo más profundo de la creación: su
renovación en Cristo… «Pues la ansiosa espera de la
creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios en la esperanza de
ser liberada de la servidumbre de la corrupción. Pues sabemos que la creación
entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también
nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en
nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo» (Rm 8,
19-23).
Hay un santo que con
especial finura supo resumir todo lo que significa la esperanza,
todo lo que nos permite esta virtud cuando la ponemos en juego ante la
Eucaristía. Acaba San
Claudio su
famoso Acto de Confianza diciendo: «Para
mí es seguro que nunca será demasiado lo que espere de Ti, y que nunca tendré
menos de lo que hubiere esperado. Por tanto, espero que me sostendrás firme en
los riesgos más inminentes y me defenderás en medio de los ataques más
furiosos, y harás que mi flaqueza triunfe de los más espantosos enemigos.
Espero que Tú me amarás a mí siempre y que te amaré a Ti sin intermisión, y
para llegar de un solo vuelo con la esperanza hasta dónde puede llegarse, espero
a Ti mismo, de Ti mismo, oh Creador mío, para el tiempo y para la eternidad»
A Ti, de Ti. Eso es la esperanza.
Preguntas para el diálogo y la meditación.
■ ¿cómo es mi capacidad de espera?
■ ¿hay alguna cosa en que ya haya tirado la
toalla?
■ ¿conoces a alguien que haya desesperado en
algún sentido?
LOS PERSONAJES DEL ADVIENTO
Cuatro son los grandes
personajes del adviento en espera, en preparación y anuncio del
Dios que llega, del Señor que se acerca. El primero de ellos es el profeta Isaías. En el Nuevo Testamento
destacan María de Nazaret y su
esposo José y Juan el Bautista, auténtico prototipo del adviento.
“El gran pedagogo del adviento es Isaías. Habría que leerle con una gran paz interior, dejando que sacuda nuestras
conciencias dormidas, aliente a la esperanza, anime a la conversión, promueva
gestos claros de paz y de reconciliación entre los hombres y entre los pueblos…
Adviento es también el mes de María; es litúrgicamente más mariano que ninguno
otro a lo largo del año. El icono de María gestante, o de la expectación,
personifica a la Iglesia madre que está llena de Cristo y lo pone como luz en
el mundo, para que el resto de sus hermanos habiten tranquilos hasta los
confines de la tierra, pues él será nuestra paz -Miqueas, 5,2-5-”
“María de Nazaret es la estrella del adviento… Ella llevó en su vientre con inefable amor de madre a Jesucristo… Ella vivió un adviento de nueve meses en su regazo materno y virginal, en su mente y en su corazón… ¡Qué largo y hermoso adviento!… Ella es la “mater spei”, el modelo de la espera y de la esperanza. Supo, como nadie, preparar un sitio al Señor, el Hijo que florecía en sus entrañas… En Ella se realizó la promesa de Israel, la esperanza, después, ahora y ya para siempre, de la Iglesia… ¿No debería ser, pues, diciembre el mes de María?”.
(José Manuel Puente)
jueves, 5 de diciembre de 2024
LOS LUGARES Y LOS SÍMBOLOS DEL ADVIENTO
1.- El
desierto, el ámbito donde clama
la voz del Señor a la conversión, donde mejor escuchar sus designios, el lugar
inhóspito que se convertirá en vergel, que florecerá como la flor del narciso.
2.- El
camino, signo por excelencia
del adviento, camino que lleva a Belén. Camino a recorrer y camino a preparar
al Señor. Que lo torcido se enderece y que lo escabroso se iguale.
3.- La
colina, símbolo del orgullo,
la prepotencia, la vanidad y la “grandeza” de nuestros cálculos y categorías
humanas, que son precisos abajar para la llegada del Señor.
4.- El
valle, símbolo de nuestro esfuerzo por elevar
la esperanza y mantener siempre la confianza en el Señor. ¡Qué los valles se
levanten para que puedan contemplar al Señor!
5.- El
renuevo, el vástago, que
florecerá de su raíz y sobre el que se posará el Espíritu del Señor.
6.- La
pradera, donde habitarán y
pacerán el lobo con el cordero, la pantera con el cabrito, el novillo y león,
mientras los pastoreará un muchacho pequeño.
7.- El
silencio, en el silencio de la
noche siempre se manifestó Dios. En el silencio de la noche resonó para siempre
la Palabra de Dios hecha carne. En el silencio de las noche y de los días del
adviento, nos hablará, de nuevo, la Palabra.
8.- El
gozo, sentimiento hondo de alegría, el gozo
por el Señor que viene, por el Dios que se acerca. El gozo de salvarnos
salvados. El gozo “porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón
de su hombro” son quebrantados como en el día de Madían; el gozo y la alegría
“como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín”.
9.- La
luz, del pueblo del caminaba en tinieblas,
que habitaba en tierras de sombras, y se vio envuelto en la gran luz del
alumbramiento del Señor. Esa luz expresada hoy día en los símbolos catequéticos
y litúrgicos en la corona de adviento, que cada semana del adviento ve
incrementada una luz mientras se aproxima la venida del Señor.
10.- La
paz, la paz que es el don de los dones del
Señor, la plenitud de las promesas y profecías mesiánicas, el anuncio y certeza
de que Quien viene es el Príncipe de la paz, el árbitro de las naciones, el
juez de pueblos numerosos. “De las espadas forjarán arados; de las lanzas,
podaderas”. “¡Qué en sus días florezca la justicia y la paz abunde
eternamente!”
Todos estos lugares, todos
estos símbolos, conducirán, como un peregrinar, al pesebre de Belén, la gran realidad y la gran metáfora del
adviento.
(Jesús de las Heras – Director de Ecclesia)
martes, 26 de noviembre de 2024
PARA EL DIÁLOGO Y LA MEDITACIÓN
NOVIEMBRE : ADORAR CON LOS
SANTOS
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar
LA ADORACIÓN NOCTURNA MOMENTO PARA CULTIVAR LA INTIMIDAD CON DIOS
CUM SANCTIS TUIS
“Te adoro profundamente en ese Augusto
Sacramento, y te doy rendidas gracias por haber instituido ese compendio de
maravillas, resumen de tus finezas, y evidente
testimonio de la ternura de tu amor. Y para dártelas más incesantes, convido a
todos los justos de la tierra y bienaventurados del cielo, uniendo con ellos
los afectos de mi corazón, y deseando ardientemente alabarte y ensalzarte por
toda la eternidad... En todos ellos te adoro humildemente desde este lugar,
uniendo mis débiles obsequios con el fervor y devoción de los Santos más fieles
y amantes de tu Corazón Santísimo. Admite, Jesús amoroso, mis ardientes
súplicas, para que adorándote Sacramentado por nuestro amor en esta vida, te
bendiga y ensalce después eternamente. Amén” (Luis de Trelles:
Hablando con Jesucristo Sacramentado. Oraciones, FLT, Vigo, 2013, p.156).
Profunda y bella oración. Trelles
invita a los santos a unirse a su adoración. Nosotros hoy somos invitados por
los santos a unirnos a su adoración. Todos
los justos, del cielo y de la tierra se inclinan ante uno sólo: Dios Nuestro
Señor. Que podamos nosotros ser contados entre los santos más fieles y amantes
del Corazón de Jesús.
La comunión de los santos, ese gran
misterio que trasciende el espacio y el tiempo y une a todos los miembros de la
Iglesia. Los de arriba y los de abajo, los que luchan y los que
ya han vencido, los que se purifican y los limpios. Todos quedan unidos por la
gracia divina que los transforma interiormente y los asemeja a Jesús. Cada uno a su manera, pero todos convergen en
un mismo centro, en un mismo altar. La unión se realiza por la intercesión, por
las súplicas, por los favores de unos para con otros, pero si en algún lugar se
hace fuerte esta comunión es en la Eucaristía.
La más excelente manera de
unirnos a la Iglesia celestial tiene
lugar cuando celebramos juntos con gozo común las alabanzas de la Divina
Majestad, y todos, de cualquier tribu, y lengua, y pueblo, y nación, redimidos
por la sangre de Cristo (cf. Ap 5, 9) y
congregados en una sola Iglesia, ensalzamos con un mismo cántico de alabanza a
Dios Uno y Trino. Así, pues, al celebrar el sacrificio
eucarístico es cuando mejor nos unirnos
al culto de la Iglesia celestial, entrando en comunión y venerando
la memoria, primeramente, de la gloriosa siempre Virgen María, mas
también del bienaventurado José, de los bienaventurados Apóstoles, de los
mártires y de todos los santos (Lumen Gentium 50).
Así que hoy, ante esta
custodia no simplemente estoy yo, ni siquiera sólo mi Turno de
adoración, hoy y aquí toda la Iglesia adora a su Dios. Hoy hemos
de adorar con todos los santos a Aquel que los hizo santos. Hoy
estamos invitados a introducirnos en aquella muchedumbre innumerable de la que
habla el Apocalipsis: (Apoc. 7, 9-12)
“Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda
nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero,
vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos”.
Blancas vestiduras, resplandecientes cual
recién bautizados, llenos de gracia y ante el trono donde se sienta Cristo, el
cordero inmaculado. Palmas en las manos, como los mártires que han derramados
su sangre en testimonio. Qué alegría poder pertenecer a esa muchedumbre un día.
Contemplemos ese espectáculo, mejor, hagámonos parte de él. “Y gritan con
fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y
del Cordero.» Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los
Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en
tierra, y adoraron a Dios diciendo: «Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción
de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos.
Amén.»”
Sólo el Cordero nos trae la
salvación, sólo Dios salva. Nadie más. Nada más. Sólo
Él merece plena y total adoración. Con los ángeles y los santos, repitamos
también nosotros esa preciosa letanía. Situémonos como ellos
rostro en tierra postrados delante del trono y simplemente, adoremos. Nos
podría entrar un poco de vértigo, pensar que no somos dignos de incluirnos
entre el número de los santos, no estamos a la altura de un San Pablo, de un
San Francisco Javier, de un San Agustín… Pero recordemos, como santa Teresita,
que, en el jardín de las almas, Dios quiere flores muy variadas: “Él
ha querido crear grandes santos, que pueden compararse a los lirios y a las
rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de conformarse
con ser margaritas o violetas destinadas a recrear los ojos de Dios cuando mira
a sus pies. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él
quiere que seamos.”
Tomemos ejemplo de ella,
¿qué hizo para llegar a ser santa?: “Me
presenté ante los ángeles y los santos y les dije:” «Yo soy la más pequeña de
las criaturas. Conozco mi miseria y mi debilidad. Pero sé también cuánto les
gusta a los corazones nobles y generosos hacer el bien. Os suplico, pues,
bienaventurados moradores del cielo, os suplico que me adoptéis por hija. Sólo
vuestra será la gloria queme hagáis adquirir, pero dignaos escuchar mi súplica.
Ya sé que es temeraria, sin embargo, me atrevo a pediros que me alcancéis:
vuestro doble amor». (Santa Teresita, Historia de un alma).
En esta noche de adoración, pidamos con audacia a todos los santos, su doble amor: a Dios y a los hermanos, para adorar en su compañía. «Nosotros adoramos a Cristo porque es el Hijo de Dios; en cuanto a los mártires, los amamos como discípulos e imitadores del Señor, y es justo, a causa de su devoción incomparable hacia su rey y maestro; que podamos nosotros, también, ser sus compañeros y sus condiscípulos (Martirio de san Policarpo 17, 3).
Preguntas para el diálogo y la meditación.
■ ¿Qué santos invito a
adorar conmigo?
■ ¿Hay algún santo que
inspire más particularmente tu oración?
■ ¿Cómo vives el
misterio de la comunión de los santos?
miércoles, 30 de octubre de 2024
En el mes de los difuntos
Desde antiguo la Iglesia ha
honrado con gran piedad el recuerdo de los difuntos y ha ofrecido sufragios por
ellos, pues "es una idea piadosa y santa orar por
los difuntos para que sean liberados del pecado" (2 Mac,12,46)". La visita al cementerio y
la oración, mortificación y limosna en sufragio de nuestros seres queridos difuntos y
también de aquellos que no tienen quien rece por ellos, es una elocuente
profesión de fe en la vida eterna y en el dogma de la comunión de los Santos. Con ello manifestamos
visiblemente nuestra convicción de que los miembros de la Iglesia peregrina,
junto con los Santos del cielo y los hermanos que se purifican en el
purgatorio, constituimos un cuerpo, una familia, que participa de un
patrimonio común, el tesoro de la Iglesia, del que forman parte los méritos
infinitos de Jesucristo, muy especialmente su pasión, muerte y resurrección, y
la oración constante de quien "vive siempre para interceder por nosotros"
(Hbr 7,25).
A este patrimonio precioso
pertenecen también los méritos e intercesión de la Santísima Virgen y de los
Santos, la plegaria de las almas
del purgatorio y nuestras propias oraciones, sacrificios y obras buenas, que
hacen crecer el caudal de gracia del Cuerpo Místico de Jesucristo. Siempre,
pero especialmente en el mes de noviembre encomendemos a las benditas almas del
purgatorio y encomendémonos también a ellas pues mucho pueden favorecer nuestra
vitalidad espiritual y apostólica… El mes de noviembre y la
Palabra de Dios de estos días finales del
año litúrgico nos recuerdan los Novísimos, las verdades últimas de
nuestra vida, algo que pertenece a la
integridad de la fe católica. Nos invitan además a la vigilancia, que no es vivir bajo el
temor de un Dios justiciero que está esperando nuestros yerros o pecados para
castigarnos. Esta actitud de desconfianza y miedo ante Dios, sólo engendra
personas obsesivas y escrupulosas, que piensan que Dios es un ser predispuesto
contra el hombre, quien debe ganarse su salvación con sus solas fuerzas y
luchando contra enormes imponderables.
La vigilancia cristiana es una actitud positiva que tiene como raíz el optimismo sobrenatural de sabernos hijos de un Padre bueno, que quiere nuestra salvación y felicidad y que nos da los medios para alcanzarla. Es concebir la vida cristiana como una respuesta amorosa a Dios que nos ama, que es fiel a sus promesas y que espera nuestra fidelidad con la ayuda de su gracia. La actitud de vigilancia debe penetrar y matizar toda la vida del cristiano, para saber distinguir los valores auténticos de los sólo aparentes. La cultura actual nos impone modos de pensar, actuar y entender la vida que nada tienen que ver con los auténticos valores humanos y cristianos. Es necesaria, pues, una actitud crítica ante lo que vemos, escuchamos o leemos y una independencia de criterio ante los mensajes contrarios al Evangelio que, directa o indirectamente, nos ofrecen algunos medios de comunicación. La vigilancia es también necesaria para que no se debilite nuestra conciencia moral recta, capaz de distinguir el bien del mal, lo derecho de lo torcido. De lo contrario, la conciencia puede endurecerse hasta perder el sentido del pecado. Medios eficaces para conservar la rectitud moral son la confesión frecuente y el examen de conciencia diario, que tanto pueden ayudarnos en nuestro camino de fidelidad al Señor.
Es necesaria también la vigilancia ante los peligros
que pueden debilitar nuestra fe o nuestra vida cristiana. El cristiano no puede vivir en una atmósfera
permanente de miedo o de temor, pero tampoco ha de ser un atolondrado, ni
creerse invulnerable ante los peligros o tentaciones del demonio. Ha de vivir
su vida cristiana con responsabilidad y sabiduría, para descubrir los peligros
que pueden poner en riesgo nuestra fe y, sobre todo, nuestro mayor tesoro, la
vida de la gracia, que es comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu, que
vive en nosotros dando testimonio de que somos hijos de Dios, y que es ya en este
mundo anticipo de la vida de la gloria.
Para vivir la esperanza cristiana en la salvación
definitiva no hay mejor camino que tomar en serio el
momento presente en función de los acontecimientos finales. Este es el estilo
de los Santos. De este modo no consideraremos la muerte como una tragedia, sino
que la esperaremos con la paz y la alegría de quienes se preparan para el
encuentro y el abrazo definitivo con Dios. Que la
Santísima Virgen, a la que todos los días decimos muchas veces "ruega por
nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte", nos cuide y
proteja ahora y en la hora postrera de nuestra vida.
De una Carta Pastoral de + Juan José Asenjo Pelegrina
PARA EL DIÁLOGO Y LA MEDITACIÓN
OCTUBRE : ADORAR CON LOS
ÁNGELES
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar
ADÓRENLO LOS ANGELES DE DIOS
Ciertamente es rico el símbolo
de la luz. Esa luz que oscila junto al sagrario nos habla de la
presencia eucarística, pero también los Santos Padres entendían que cuando Dios
“hizo la luz” se refiere a todas las criaturas espirituales, a los ángeles. No
es tan diferente, los ángeles y la lamparilla siempre hacen lo
mismo, adorar la presencia de Dios escondida en la Eucaristía.
Hoy somos invitados a adorar al Verbo con
los ángeles de Dios. Como la Iglesia nos invita en todos los prefacios de la
Misa, juntémonos a todos los coros angélicos para proclamar a Dios tres veces
santo y postrarnos en su presencia… De la Encarnación a la
Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada
de la adoración y del servicio de los ángeles. (CEC 333) En
su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios tres veces
santo; invoca su asistencia en el Canon romano o en la liturgia
de difuntos, o también en el "himno querúbico" de la liturgia
bizantina y celebra más particularmente la memoria de ciertos ángeles (San Miguel, San Gabriel, San Rafael,
los Ángeles custodios…- CEC 335)… Nuestra misión es la misma
que la de los ángeles: adoración y servicio al Verbo encarnado. No
olvidemos que cuando Dios introdujo a su primogénito en la nueva tierra dijo
“Adórenlo todos los ángeles de Dios”. (Hb
1, 6). No olvidemos que Jesús nos dice que nuestro ángeles
“están siempre viendo el rostro de mi Padre” (Mt 18,10). Ellos nos cesan de adorar,
en esta noche nos invitan a adorar junto a ellos. Como
hicieran en aquella otra noche: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un
salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un
niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y de pronto se
juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que
alababa a Dios, diciendo: Gloria a Dios en las alturas y en
la tierra paz a los hombres en quienes él se complace.” (Lc 2, 10-14).
Ángeles fueron los que
protegieron a Jesús durante su infancia, avisando a los Magos de
las intenciones de Herodes, advirtiendo a José para que huyera o anunciándole
que ya podía volver. (Cf
Mt 1, 20; 2, 13.19). Ojalá los ángeles nos ayuden a ser tan
fieles guardadores y custodios del cuerpo de Jesús.
Ángeles fueron los que se le acercaron a
Jesús después de las tentaciones del desierto.
Para reparar el “non Serviam” satánico que tiene incluso la desfachatez de
sugerir a Jesús que le adore a Él, los ángeles buenos por el contrario le
adoran y le sirven (Cf
Mc 1, 12; Mt 4, 11) Sólo a Dios adorarás ¿Seremos nosotros
ángeles de luz?... “Entonces, se le apareció un ángel venido del
cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía
más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de
sangre que caían en tierra.” (Cf
Lc 22, 43).
Que los adoradores nocturnos
podamos escuchar, como aquel ángel estas
hermosas palabras después de cada vigilia: “esta
noche habéis sido consuelo de Jesús en Getsemaní”… Pero
que no nos quedemos sólo en imitar a los ángeles adorando a Jesús ¡ya es mucho!
¡pero no es suficiente! Debemos imitar también a los ángeles
sirviéndolo, evangelizando, anunciando. Seamos luz, no
sólo para la gloria de Dios, sino también para todos nuestros hermanos que
esperan escuchar el mensaje de Jesús.
Como Gabriel a Zacarías y a María (cf Lc 2, 8-14),
como aquellos ángeles a la mujeres: “no está aquí ¡ha resucitado!” (cf Mc 16, 5-7).
Que podamos unir nuestras voces a aquellos ángeles que cantarán la segunda
venida de Cristo (cf. Mt, 24, 31)
Los santos nos animan a
venerar y amar a los ángeles, para
con ellos, venerar y amar a nuestro Creador: A
sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos.
Estas palabras deben inspirarte una gran reverencia, deben infundirte una gran
devoción y conferirte una gran confianza. Reverencia por la presencia de los
ángeles, devoción por su benevolencia, confianza por su custodia. Porque ellos
están presentes junto a ti, y lo están para tu bien. Están presentes para
protegerte, lo están en beneficio tuyo. Y, aunque lo están porque Dios les ha
dado esta orden, no por ello debemos dejar de estarles agradecidos, pues que
cumplen con tanto amor esta orden y nos ayudan en nuestras necesidades, que son
tan grandes. Seamos, pues, devotos y agradecidos a unos
guardianes tan eximios; correspondamos a su amor, honrémoslos cuanto podamos y
según debemos. Sin embargo, no olvidemos que todo nuestro
amor y honor ha de tener por objeto a aquel de quien procede todo, tanto para
ellos como para nosotros. San Bernardo Abad, Sermón 12 sobre el salmo 90: 3,6-8 (Opera Omnia, ed. Cisterc, 4 [1966],
458-462)
Preguntas para el diálogo y la meditación.
■ ¿Le
he puesto nombre a mi ángel de la guarda?
■ ¿Le
pido que me ayude a adorar?
■ ¿Tengo
devoción a san Miguel, san Gabriel y san Rafael?