NOVIEMBRE : ADORAR CON LOS
SANTOS
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar
LA ADORACIÓN NOCTURNA MOMENTO PARA CULTIVAR LA INTIMIDAD CON DIOS
CUM SANCTIS TUIS
“Te adoro profundamente en ese Augusto
Sacramento, y te doy rendidas gracias por haber instituido ese compendio de
maravillas, resumen de tus finezas, y evidente
testimonio de la ternura de tu amor. Y para dártelas más incesantes, convido a
todos los justos de la tierra y bienaventurados del cielo, uniendo con ellos
los afectos de mi corazón, y deseando ardientemente alabarte y ensalzarte por
toda la eternidad... En todos ellos te adoro humildemente desde este lugar,
uniendo mis débiles obsequios con el fervor y devoción de los Santos más fieles
y amantes de tu Corazón Santísimo. Admite, Jesús amoroso, mis ardientes
súplicas, para que adorándote Sacramentado por nuestro amor en esta vida, te
bendiga y ensalce después eternamente. Amén” (Luis de Trelles:
Hablando con Jesucristo Sacramentado. Oraciones, FLT, Vigo, 2013, p.156).
Profunda y bella oración. Trelles
invita a los santos a unirse a su adoración. Nosotros hoy somos invitados por
los santos a unirnos a su adoración. Todos
los justos, del cielo y de la tierra se inclinan ante uno sólo: Dios Nuestro
Señor. Que podamos nosotros ser contados entre los santos más fieles y amantes
del Corazón de Jesús.
La comunión de los santos, ese gran
misterio que trasciende el espacio y el tiempo y une a todos los miembros de la
Iglesia. Los de arriba y los de abajo, los que luchan y los que
ya han vencido, los que se purifican y los limpios. Todos quedan unidos por la
gracia divina que los transforma interiormente y los asemeja a Jesús. Cada uno a su manera, pero todos convergen en
un mismo centro, en un mismo altar. La unión se realiza por la intercesión, por
las súplicas, por los favores de unos para con otros, pero si en algún lugar se
hace fuerte esta comunión es en la Eucaristía.
La más excelente manera de
unirnos a la Iglesia celestial tiene
lugar cuando celebramos juntos con gozo común las alabanzas de la Divina
Majestad, y todos, de cualquier tribu, y lengua, y pueblo, y nación, redimidos
por la sangre de Cristo (cf. Ap 5, 9) y
congregados en una sola Iglesia, ensalzamos con un mismo cántico de alabanza a
Dios Uno y Trino. Así, pues, al celebrar el sacrificio
eucarístico es cuando mejor nos unirnos
al culto de la Iglesia celestial, entrando en comunión y venerando
la memoria, primeramente, de la gloriosa siempre Virgen María, mas
también del bienaventurado José, de los bienaventurados Apóstoles, de los
mártires y de todos los santos (Lumen Gentium 50).
Así que hoy, ante esta
custodia no simplemente estoy yo, ni siquiera sólo mi Turno de
adoración, hoy y aquí toda la Iglesia adora a su Dios. Hoy hemos
de adorar con todos los santos a Aquel que los hizo santos. Hoy
estamos invitados a introducirnos en aquella muchedumbre innumerable de la que
habla el Apocalipsis: (Apoc. 7, 9-12)
“Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda
nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero,
vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos”.
Blancas vestiduras, resplandecientes cual
recién bautizados, llenos de gracia y ante el trono donde se sienta Cristo, el
cordero inmaculado. Palmas en las manos, como los mártires que han derramados
su sangre en testimonio. Qué alegría poder pertenecer a esa muchedumbre un día.
Contemplemos ese espectáculo, mejor, hagámonos parte de él. “Y gritan con
fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y
del Cordero.» Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los
Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en
tierra, y adoraron a Dios diciendo: «Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción
de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos.
Amén.»”
Sólo el Cordero nos trae la
salvación, sólo Dios salva. Nadie más. Nada más. Sólo
Él merece plena y total adoración. Con los ángeles y los santos, repitamos
también nosotros esa preciosa letanía. Situémonos como ellos
rostro en tierra postrados delante del trono y simplemente, adoremos. Nos
podría entrar un poco de vértigo, pensar que no somos dignos de incluirnos
entre el número de los santos, no estamos a la altura de un San Pablo, de un
San Francisco Javier, de un San Agustín… Pero recordemos, como santa Teresita,
que, en el jardín de las almas, Dios quiere flores muy variadas: “Él
ha querido crear grandes santos, que pueden compararse a los lirios y a las
rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de conformarse
con ser margaritas o violetas destinadas a recrear los ojos de Dios cuando mira
a sus pies. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él
quiere que seamos.”
Tomemos ejemplo de ella,
¿qué hizo para llegar a ser santa?: “Me
presenté ante los ángeles y los santos y les dije:” «Yo soy la más pequeña de
las criaturas. Conozco mi miseria y mi debilidad. Pero sé también cuánto les
gusta a los corazones nobles y generosos hacer el bien. Os suplico, pues,
bienaventurados moradores del cielo, os suplico que me adoptéis por hija. Sólo
vuestra será la gloria queme hagáis adquirir, pero dignaos escuchar mi súplica.
Ya sé que es temeraria, sin embargo, me atrevo a pediros que me alcancéis:
vuestro doble amor». (Santa Teresita, Historia de un alma).
En esta noche de adoración, pidamos con audacia a todos los santos, su doble amor: a Dios y a los hermanos, para adorar en su compañía. «Nosotros adoramos a Cristo porque es el Hijo de Dios; en cuanto a los mártires, los amamos como discípulos e imitadores del Señor, y es justo, a causa de su devoción incomparable hacia su rey y maestro; que podamos nosotros, también, ser sus compañeros y sus condiscípulos (Martirio de san Policarpo 17, 3).
Preguntas para el diálogo y la meditación.
■ ¿Qué santos invito a
adorar conmigo?
■ ¿Hay algún santo que
inspire más particularmente tu oración?
■ ¿Cómo vives el
misterio de la comunión de los santos?
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