DICIEMBRE : ADORAR CON ESPERANZA
Alabado sea el Santísimo Sacramento del
Altar
ADOREMUS IN AETERNUM…
No hay una jaculatoria más
usada entre la gente devota. Pero tal vez no hay una
oración menos reflexivamente pronunciada. ¿Qué es? ¿Qué
significa? ¿Qué debe pensar o sentir el
cristiano al pronunciarla? ¿Qué frutos de espiritual aprovechamiento pueden
sacarse de esta idea tan sencilla como profunda? He aquí lo que se nos ocurrió
estudiar, y decir a nuestros queridos lectores. La jaculatoria que nos preocupa
es una alabanza a Dios, Nuestro Señor, en el Augusto Sacramento. Significa
un acto de fe, de esperanza y de caridad al huésped carísimo del sagrario. El
católico que pronuncia dichas palabras atestigua su presencia
real, y he ahí el ejercicio de la fe. Espera
en Él como principio y fin de nuestra peregrinación sobre la
tierra. Y anuncia también un pensamiento de amor,
deseando que sea bendito y alabado el Verbo divino encarnado y sacramentado. (La
Lámpara del Santuario, 5 (1874) 405-410) Espero Dios mío que
por los méritos de Jesucristo Nuestro Señor me perdonarás todos mis pecados, y
me darás la gloria, si vivo como un buen cristiano. Amén. En
las jaculatorias se encierra a veces verdaderos tesoros de piedad.
Saborearlas y meditarlas hace que cuando las repetimos nuestra mente saque
mayor provecho de sus palabras. Adorar al Santísimo
Sacramento, siempre, aunque sea por una breve
jaculatoria conlleva un acto de fe, un acto de amor y un acto de esperanza. Hoy nos fijaremos en la esperanza.
Nadie puede vivir sin esperanza, y la
vida cristiana, sin esperanza, acaba marchitándose irremediablemente. ¿Qué
hemos de esperar? ¡El Cielo! Nada menos, nuestra salvación eterna, y
la de los nuestros, y el triunfo de la Iglesia Católica en el mundo, y la
conversión de los pecadores, y la perseverancia final, y los “cielos nuevos y
la tierra nueva”. ¿Cabe todo esto en mi esperanza? ¿No? ¡Pues necesito más
esperanza!
Sería iluso pretender que
todo eso lo vamos a alcanzar por nuestros proyectos o estrategias.
Esperanza significa poner nuestra confianza en la promesa de Cristo y en la
ayuda de su Espíritu. Qué esperar y de quién confiar obtenerlo son dos
cosas que se aprenden ante el Santísimo Sacramento. La Eucaristía es como un
adelanto de todo el tesoro que un día nos será concedido, la
prenda de la gloria futura, el trailer de la nueva
creación. Y, a la vez, es el punto firme de apoyo donde
hemos de anclar nuestra confianza. “De esta gran esperanza, la de los
cielos nuevos y la tierra nueva en los que habitará la justicia (cf 2
P 3,13), no tenemos prenda más segura, signo más
manifiesto que la Eucaristía”. En efecto, cada vez que se celebra este
misterio, "se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3) y "partimos
un mismo pan [...] que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino
para vivir en Jesucristo para siempre" (San
Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios, 20, 2).”
(CEC
1405)… Se han puesto distintas imágenes para representar la
esperanza. Muchas veces se habla de ella como de un ancla. Si nuestra alma es
una navecilla en el mar tempestuoso de la vida, la esperanza es el ancla que
nos proporciona seguridad y firmeza. También se habla en la Escritura de un
yelmo. Dentro del combate cristiano, protegemos la cabeza, lo más importante
con la esperanza.
Una de las cosas más
hermosas de la esperanza es que no sólo impulsa
para conseguir lo deseado sino que además atrae ya lo
que busca y de alguna manera sólo con esperarlo se
pre-gusta. Esperar es ya ir gozándolo. Esto
es palpable en cada Vigilia de adoración. En ellas esperamos,
el alba, la gracia de Dios, la gloria del Cielo… pero haciéndolo de alguna
manera empezamos ya a vislumbrar las maravillas que gozaremos. Pregustamos lo
que habrá. Es por eso que la esperanza se expresa y se
alimenta en la oración. Esperar adorando la Eucaristía es lo que harían las
vírgenes sensatas: (Mt 25, 1-13) “Entonces
el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en
la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco
prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de
aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las
alcuzas”.
Todas ellas esperaban, pero
algunas, más inteligentes supieron armar su espera con una ayuda luminosa. Todo
cristiano espera la vuelta del esposo, pero ojalá que sepamos esperar con la
luz de la piedad eucarística. Como
el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron. Mas a
media noche se oyó un grito: "¡Ya está aquí el
novio! ¡Salid a su encuentro!" Entonces todas aquellas
vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las
prudentes: "Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se
apagan."… Muchas veces el novio tarda, nuestra espera
se adormila, pero pidamos que nunca nos veamos sin el aceite para nuestra
lámpara. Salgamos al encuentro de Jesús, desde ya mismo, en cada
noche, en cada vigilia de adoración. Pero las prudentes replicaron:
"No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que
vayáis donde los vendedores y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo,
llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de
boda, y se cerró la puerta.
La piedad eucarística no se
puede intercambiar, es un bien que hay que cultivar día a día, mes
a mes, es algo muy personal, como un regalo de bodas para cuando el esposo
aparezca por fin. Celebrar la boda es alcanzar lo que se
esperaba. Un día toda la humanidad, cual Jerusalén celeste será
vestida de novia y alcanzará el anhelo más profundo de la creación: su
renovación en Cristo… «Pues la ansiosa espera de la
creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios en la esperanza de
ser liberada de la servidumbre de la corrupción. Pues sabemos que la creación
entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también
nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en
nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo» (Rm 8,
19-23).
Hay un santo que con
especial finura supo resumir todo lo que significa la esperanza,
todo lo que nos permite esta virtud cuando la ponemos en juego ante la
Eucaristía. Acaba San
Claudio su
famoso Acto de Confianza diciendo: «Para
mí es seguro que nunca será demasiado lo que espere de Ti, y que nunca tendré
menos de lo que hubiere esperado. Por tanto, espero que me sostendrás firme en
los riesgos más inminentes y me defenderás en medio de los ataques más
furiosos, y harás que mi flaqueza triunfe de los más espantosos enemigos.
Espero que Tú me amarás a mí siempre y que te amaré a Ti sin intermisión, y
para llegar de un solo vuelo con la esperanza hasta dónde puede llegarse, espero
a Ti mismo, de Ti mismo, oh Creador mío, para el tiempo y para la eternidad»
A Ti, de Ti. Eso es la esperanza.
Preguntas para el diálogo y la meditación.
■ ¿cómo es mi capacidad de espera?
■ ¿hay alguna cosa en que ya haya tirado la
toalla?
■ ¿conoces a alguien que haya desesperado en
algún sentido?
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