JULIO : ADORAR LA SANGRE
PRECIOSA DE CRISTO
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar
¡Salvados por la Sangre del Cordero! …
En el marco de la cena pascual, cuando se
recordaba la huida de Egipto, el paso de la Muerte por las casas no marcadas
por la Sangre del Cordero, Jesús instituyó la Eucaristía como el
sacrificio de una nueva alianza, esta vez, sellada con su sangre. En
adelante, el animal sacrificado no iba a ser el cordero, sino Jesús,
el Cordero de Dios que, con su propia sangre, quita los pecados del mundo.
Hemos de recordar que la materia del
Santísimo sacramento lo constituye el pan y el vino. Y en el hecho de que se
consagren separados (cuerpo y sangre) nos recuerda que Cristo
es víctima sacrificada. Cuando la víctima era sacrificada, su
sangre era separada del cuerpo y se derramaba en el ara y sobre el pueblo… En el mundo judío, la sangre
tenía un carácter sagrado, pues se identificaba con la vida y con
Dios, Señor de la vida. Por eso las grandes alianzas se ratificaban con sangre.
Moisés, después de sacrificar a las víctimas, derramó la sangre sobre el altar
y sobre el pueblo, diciendo: “Ésta es la sangre de la alianza
que Yahvé ha establecido con vosotros”.
También en la Eucaristía, la
consagración es primero del cuerpo, “Éste es mi cuerpo que se entrega por
vosotros, y luego la sangre: Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre. Jesús
ha establecido una nueva Alianza, y la ha ratificado con sus
sangre ¿no merece eso nuestra adoración?
“Si es infinito el valor de la Sangre del
Hombre Dios e infinita la caridad que le impulsó a
derramarla desde el octavo día de su nacimiento y después, con mayor abundancia
en la agonía del huerto, en la flagelación y coronación de espinas, en la
subida al Calvario y en la Crucifixión y, finalmente, en la extensa herida del
costado, como símbolo de esa misma divina Sangre, que
fluye por todos los Sacramentos de la Iglesia, es no sólo conveniente sino muy
justo que se le tribute homenaje de adoración y de amorosa gratitud por
parte de los que han sido regenerados con sus ondas saludables (Inde a primis, san Juan XXIII)”.
La Sagrada Escritura nos
habla en varias ocasiones de la sangre de Cristo, pero quizá hay una que nos
puede ayudar más que las otras a hacer nuestra vigilia de adoración: Getsemaní.
“En seguida Jesús salió y fue, como de costumbre, al monte de los Olivos,
seguido de sus discípulos. Cuando llegaron, les dijo: «Orad, para no caer en la
tentación».” … Parece que hoy nos hace a nosotros,
adoradores, la misma invitación. Oremos, adoremos, para que las tentaciones se
alejen de nosotros y de los nuestros. Acompañemos a Jesús
nuestra hora, en esta noche …
“Después se alejó de ellos, más o menos a
la distancia de un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba: «Padre, si
quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la
tuya». Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba.” … Que
podamos ser consuelo de Cristo con aquel ángel -“Ángel” significa mensajero-, pidámosle
que envíe a Jesús en Getsemaní nuestra adoración de hoy,
para su consuelo, porque el pecado hace sufrir a Jesús.
“En medio de la angustia, él oraba más
intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo.
Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos y los
encontró adormecidos por la tristeza. Jesús les dijo: «¿Por qué están
durmiendo? Levántense y oren para no caer en la tentación».”
¿La sangre de Cristo cayendo al suelo?
¡Qué misterio! El valor de esa sangre es infinito, es la
vida de Cristo, la vida de DIOS, tantos sufrimientos le hacen romper sus vasos
sanguíneos y sudar sangre. Sangre que nos salva. "La sangre que poco antes
había entregado a la Iglesia como bebida de salvación en el Sacramento
eucarístico, comenzó a ser derramada; su efusión se completaría después en el
Gólgota, convirtiéndose en instrumento de nuestra redención". Adoremos
esta sangre derramada por nosotros.
Los santos nos ayudan; santa Teresita nos
cuenta cómo le impresionó aquella estampa… “Un domingo mirando
una estampa de Nuestro Señor en la cruz, me sentí profundamente impresionada por
la sangre que caía de sus divinas manos. Sentí un gran dolor al
pensar que aquella sangre caía al suelo sin que nadie se apresurase a
recogerla. Tomé la resolución de estar siempre con el espíritu al pie de la
cruz para recibir el rocío divino que goteaba de ella, y comprendí que luego
tendría que derramarlo sobre las almas…”
Otro gran propagador de esta devoción fue san Gaspar de
Búfalo, que fundó los Hermanos de la preciosísima sangre de Cristo
y compuso esta preciosa oración: “Oh, preciosa sangre de mi
Señor, que yo te ame y te alabe para siempre. ¡Oh, amor de mi
Señor convertido en una llaga! Cuán lejos estamos de la conformidad con tu
vida. Oh Sangre de Jesucristo, bálsamo de nuestras almas, fuente de
misericordia, deja que mi lengua, impregnada por tu sangre en la celebración
diaria de la misa, te bendiga ahora y siempre. Oh, Señor, ¿quién
no te amará? ¿Quién no arderá de
agradecido afecto por ti? Tus heridas, tu sangre, tus espinas, la
cruz, la sangre divina en particular, derramada hasta la última gota, ¡con qué
elocuente voz grita a mi pobre corazón! Ya que agonizaste y moriste por mí para
salvarme, yo daré también mi vida, si será necesario, para poder llegar a la bendita
posesión del cielo. Oh Jesús, que te has hecho redención para nosotros, de tu
costado abierto, arca de la salvación, horno de la caridad, salió sangre y
agua, signo de los sacramentos y de la ternura de tu amor, ¡Seas adorado y
bendecido por siempre, oh Cristo, que nos has amado y lavado en
tu preciosísima sangre! Amén”.
¡Salvados por la Sangre
del Cordero!
Preguntas para el diálogo y la meditación.
■ ¿Has leído alguna vez el
Éxodo pensando en la Eucaristía?
■ ¿Qué realidades del Antiguo
Testamento nos pueden ayudar a penetrar mejor en este misterio?
■ ¿Cómo podemos crecer en
conciencia de la dimensión sacrificial de la Eucaristía?
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