JUNIO : AMAR CON SU CORAZÓN
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar
LA ADORACIÓN NOCTURNA MOMENTO PARA CULTIVAR LA INTIMIDAD CON DIOS
Adorado sea el Santísimo
Sacramento…
En este mes contemplamos
el Corazón eucarístico de Jesús, que nos dice: “Si alguno
me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él, y haremos
morada en él” (Jn.
14,23) y en San Mateo 11,29: “Aprended de mí que
soy manso y humilde de corazón”. Le damos gracias por
habernos hecho templos de la Santísima Trinidad, que inhabita en nuestras
almas, para poder hacer de nuestra vida una ofrenda permanente al Padre en la
Santa Misa, unidos a la ofrenda del Corazón de Jesús, con un corazón manso y
humilde de nuestra parte.
Nuestra adoración nocturna
mensual unida con toda la Iglesia a las intenciones del Corazón de Cristo, que en el Sacramento presenta al Padre: “Ved
aquí, hermanos de vocación, la nuestra que es un reflejo de la vida beatífica
del Paraíso celestial, pues allí se adora, pues allí se ama, pues allí se
conoce a Dios tal como es en sí y como Él a nosotros nos conoce”. “¿Cómo
se hará la obra en el orden material para que conduzca a su objeto?
¿Cómo ha de dirigirse la acción del espíritu en términos de que concurra y
convenga al objeto que la Adoración Nocturna se propone? Pues para contestar a
estas dos preguntas basta un solo pensamiento: procurar
que la oración vocal sea mental y que la mental produzca sentimientos amorosos
y predisponga para recibir dignamente el
premio óptimo que nos ofrece el Señor en la comunión”.
Estar con Él en adoración nos anima
a repetir sus mismas palabras: “Señor, he aquí que vengo para hacer tu
voluntad”; hacer la voluntad del Señor para su Gloria y
salvación de nuestras almas. Para ello se ha quedado en el Sacramento noche y
día, para que unidos a Él, Víctima inmolada, ofreciéndonos con Él al Eterno Padre, en agradecimiento y
reparación de amor. ¡Cómo no corresponder a tan inefable don!
En el “Adórote devóte” dice Santo Tomás,
“Piadoso pelicano, Jesús Señor, / límpiame a mí, inmundo, con su sangre;/ una
de cuyas gotas puede limpiar / al mundo entero de todo pecado,”; estamos
llamados a unirnos a la ofrenda de Cristo, que se trata de la
humanidad del Verbo divino, que paga sobreabundantemente nuestro pecado. Por
la inhabitación de la Trinidad en nuestras almas y cristificándonos, morando en el Corazón de Jesús, adorando
nosotros con Él al Padre, hacemos de nuestra vida un acto de amor redentor a
lo largo de la jornada, desde la noche de adoración. ¡Si esto se creyera viva y
activamente! ¿quién moraría en otra parte?
Nos recuerda San Francisco de
Sales, cuyo cuarto centenario de su muerte
celebramos: “La medida del amor es amar sin medida”, y
“Nos enseña el amor de Dios en el Corazón de Jesús especialmente por las
dulzuras la humildad y la misericordia”.
Por ello insiste: “El monte Calvario, es el monte de los
amantes”, “En el Calvario no puede haber vida sin amor, ni amor sin la muerte
del Redentor. ¡Oh amor eterno! Mi alma te requiere y te
escoge eternamente. Ven Espíritu Santo inflama nuestros corazones en tu amor. O
amar o morir; o morir o amar. Morir a todo otro amor, para vivir tan sólo al de
Jesús, a fin de que no muramos eternamente, sí o que, viviendo en tu amor eterno,
oh Salvador de nuestras almas, cantemos eternamente: ¡Viva Jesús! Yo amo a
Jesús, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Cuantas gracias debemos dar
al Señor por el don de ser adoradores nocturnos, unidos al Corazón de Jesús en
Getsemaní y poder hacer nuestra adoración con sus mismos
sentimientos, para que durante todo el mes los llevemos a tantas personas
necesitadas y sedientas del verdadero amor y felicidad.
En el centenario de la consagración del
mundo al Corazón de Jesús, san Juan Pablo II el 4 de junio de 1999 nos animaba en esta
dirección: “La Iglesia contempla sin cesar el amor de Dios,
manifestado de forma sublime y particular en el Calvario, durante la pasión de
Cristo, sacrificio que se hace sacramentalmente presente en cada eucaristía”. “Del
Corazón amorosísimo de Jesús proceden todos los sacramentos, y especialmente el
mayor de todos, el sacramento del amor, por
el cual Jesús ha querido ser el compañero de nuestra vida, el alimento de
nuestra alma, sacrificio de valor infinito” (San Alfonso María Ligorio)”.
El Corazón del Verbo encarnado es el signo
del amor por excelencia. “Por tanto, exhorto encarecidamente a
los fieles a adorar a Cristo, presente en el santísimo Sacramento del altar,
permitiéndole que cure nuestra conciencia, nos purifique, nos ilumine y nos
unifique. En el encuentro con él los cristianos hallarán la fuerza
para su vida espiritual y para su misión en el mundo”. No hay ninguna realidad
que sea ajena al Corazón redentor de Cristo; por ello presentamos toda la
humanidad, la Iglesia; en una palabra, cada persona que Él ama y conoce, porque
la ha creado y redimido, para que, con nuestra pobre ofrenda, unida a la de su
Madre, lleve a plenitud lo que ha prometido y le pedimos en cada Eucaristía:
“Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor”.
Preguntas para el diálogo y la meditación.
■ ¿Contemplo
la unión íntima de la Eucaristía y el Corazón de Jesús?
■ ¿Busco
que las personas descubran el amor que Jesús les tiene desde el Sacramento?
■ ¿Le
pido al Señor que me dé los sentimientos de su Corazón para que otros los
reciban?
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