TODOS LOS SANTOS Y DÍA DE LOS DIFUNTOS
Nos acercamos al mes de noviembre. Un mes
que comenzamos con el recuerdo de la muerte y de nuestros difuntos. Aunque de
hecho el mes comienza no con la conmemoración de los fieles difuntos –día 2-,
sino con la gozosa celebración de todos los santos –día 1-. Es decir, que
anteponemos la vida a la muerte; la vida en Dios, en el cielo, de quienes se
abrieron, en la vida y en la muerte, a su bondad y a su misericordia, en la fe,
la esperanza y el amor. Las dos celebraciones nos sitúan ante el misterio de
la muerte y nos invitan a renovar nuestra fe y esperanza en la vida eterna.
En la fiesta de Todos los Santos celebramos los méritos de todos los santos. Eso significa sobretodo celebrar los dones de Dios,
las maravillas que Dios ha obrado en la vida de estas personas, su respuesta a la gracia de
Dios, el hecho de que seguir a Cristo con todas las
consecuencias es posible. Una multitud inmensa de santos canonizados y otros no
canonizados. Ellos han llegado a la
plenitud que Dios quiere para todos. Celebramos y recordamos también la llamada
universal a la santidad que nos hace el Señor: “Sed perfectos como vuestro
Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).
En el Día de Difuntos, la Iglesia nos
invita a rezar por todos los difuntos, no sólo
por los de la familia o los seres más cercanos, sino por todos, incluyendo especialmente a aquellos de los que nadie hace memoria. La costumbre de orar por los difuntos es tan antigua
como la Iglesia, pero la fiesta litúrgica se remonta al 2 de noviembre de 998
cuando fue instituida por san Odilón, monje benedictino y quinto abad de Cluny
en el sur de Francia. Roma adoptó esta práctica en el siglo XIV y la fiesta se
fue expandiendo por toda la Iglesia. En este día contemplamos el misterio de la Resurrección
de Cristo que abre para todos el camino de la
resurrección futura.
En estos
días, una de nuestras tradiciones más arraigadas es la visita a los cementerios
para cumplir con los familiares difuntos. Momento de oración, momento para el
recuerdo de los seres queridos que nos han dejado, momento de reunión familiar…
Estas tradiciones y
costumbres tan nuestras se ven desde hace algún tiempo invadidas por las que llegan de otros lugares, que son
popularizadas por el cine y la televisión y que parecen teñidas de
superficialidad y consumismo. No es mi intención minusvalorarlas, pero sería una lástima que un planteamiento meramente lúdico entre la broma y el
terror a base de calabazas, calaveras, brujas, fantasmas y otros seres
terroríficos, acabe desplazando las seculares tradiciones de nuestra tierra, más fundamentadas en la
convivencia y el encuentro festivo con la familia y los seres queridos; en la oración por nuestros
difuntos, y en la contemplación de Dios, el
Santo, que nos llama a la perfección.
+ Josep
Àngel Saiz Meneses, Obispo de Terrassa. (De una carta Pastoral)
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