«HIJO DE DAVID, TEN COMPASIÓN DE MÍ»
La “oración
de Jesús” está muy extendida por Oriente. Consiste en repetir una y mil veces
la invocación a Jesús: “Jesús, Hijo del Dios vivo, ten misericordia de mí que
soy un pecador”. El “Peregrino ruso” es un relato anónimo de mediados del siglo
XIX, que cuenta el camino de un peregrino en el deseo de identificarse
plenamente con Jesús. Es uno de los libros más leídos en el mundo ortodoxo,
válido plenamente para un católico. Y la oración de este peregrino es la
“oración de Jesús”, a la que aludimos.
Esa oración está fundada en el Evangelio,
precisamente en el Evangelio de este domingo, en el que el ciego de Jericó, al
oír tumulto por el camino, pregunta por Jesús y se dirige a él gritando: “Hijo
de David, ten compasión de mí”. Es una oración centrada en Jesús, es una
invocación a Jesús, invocado como Hijo de
Dios, como Hijo de David, como Señor (Kyrie). Y al mismo tiempo es un reconocimiento humilde de las
propias necesidades, de nuestra condición
pecadora: soy un pecador. La relación entre ese Jesús y yo se resuelve en su
misericordia: ten misericordia de mí (eleison).
Es lo que hizo el ciego de Jericó. Se
dirige a Jesús con plena confianza, con absoluta confianza. Él me puede curar,
sólo él puede curarme, no puedo dejar pasar esta oportunidad en mi vida. El
pasa por el camino de mi vida y le grito: ten compasión de mí, que soy un
pecador. Cuando Jesús se acerca a aquel ciego, le pregunta: Qué puedo hacer por
ti. Y el ciego le responde: Señor, que pueda ver. Y Jesús le devuelve la vista,
diciéndole: Tu fe te ha curado. El poder de la curación es de Dios, la fe es el
clima en el que Dios realiza el milagro.
A veces no sabemos cómo orar. He aquí una lección
preciosa de oración por parte del ciego de
Jericó. Muchas
veces acudimos a la oración llenos de preocupaciones, de ruidos, alterados por
tantas actividades. Muchas veces acudimos a la
oración como quienes andan sobrados en
todo, como el que acude a por una ayudita, que nunca viene mal. Sin
embargo, a la oración hemos de ir como el ciego de Jericó, conscientes de
nuestras carencias y necesidades. Nadie nos puede curar, sólo Dios, sólo Jesús
tiene en sus manos poder para curar nuestros males, para alcanzarnos lo que
necesitamos. A la oración hemos de acudir como un verdadero
indigente, que busca la salvación en quien puede dársela.
Dios
está deseando darnos lo que le pedimos, si es para nuestro bien. Dios no es tacaño, sino que es generoso en darnos
gracia abundante para llevarnos a la santidad plena. Sin embargo, Dios a veces
se hace rogar. Comenta san Agustín que cuando Dios tarda en concedernos aquello
que es bueno para nosotros, su tardanza es para nuestro bien, porque es una tardanza
para ensanchar nuestro deseo y nuestra capacidad de recibir aquello que nos va
a conceder. La tardanza juega a nuestro favor, pues la gracia concedida colmará
el deseo, que va agrandándose a medida que se difiere.
La mayor dificultad para alcanzar las
gracias que Dios quiere concedernos está en nuestra soberbia. Tantas veces
creemos que no necesitamos, otras tantas cuando acudimos a pedirlo pensamos que
se nos ha de conceder al instante. Si así fuera, nos atribuiríamos a nosotros
mismos aquello que es gracia y regalo del Señor. Por eso, a la oración hemos de
acudir con plena confianza, sabiendo que Dios nos va a dar lo que más nos
conviene, y si tarda, es porque quiere dárnoslo más abundantemente. A la
oración hemos de acudir como verdaderos mendigos, que se sienten carentes de
todo y piden lo que necesitan a quien puede dárselo.
El ciego de
Jericó es un ejemplo elocuente de oración: Hijo de David, ten compasión de mí.
“Señor Jesús, Hijo del Dios vivo, ten compasión de mí, que soy un pecador”,
dice el peregrino ruso, repitiéndolo miles y miles de veces como una
jaculatoria. En la Misa ha quedado resumida esta plegaria: Kyrie
eleison (Señor, ten piedad). Acudamos a quien quiere
darnos sus dones con la humildad de quien se siente mendigo.
Recibid
mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández - Obispo de Córdoba
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