ALEGRES EN EL SEÑOR
Hay una
alegría que viene de fuera y que produce resaca. Esa no es la alegría en el
Señor. Y hay otra alegría que viene de dentro, que rebosa en nuestra
sensibilidad y que nos da la paz. Esta es la alegría en el Señor. La alegría de
fuera cuesta cara, nos lleva a consumir y consumir, y nunca nos deja
satisfechos. La alegría en el Señor es gratuita, es un don de lo alto, calma
nuestra ansiedad y nos produce la paz.
El domingo tercero de
adviento es el domingo de la alegría en el Señor: "Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito
estad alegres" (Flp 4,4). Es la
alegría de María: "Me alegro con mi Dios" (Lc 1). Es la
alegría de los santos; "Un santo triste es un triste santo", decía
san Francisco de Sales. Y la razón de esta alegría es porque Dios está con
nosotros, y en la preparación para la Navidad, el Señor está cerca. La Navidad que se acerca es
fiesta de gozo y de salvación, y le
pedimos a Dios en este domingo que podamos celebrarla con alegría desbordante.
Urge que
los creyentes vivamos el sentido verdadero de la navidad: Dios con nosotros. ¿Cómo puede uno celebrar
una navidad sin Dios? Para muchos de nuestros
contemporáneos, incluso para algunos de nuestros familiares, la Navidad
consiste en comer, beber, juerga y ruido. A lo sumo, una reunión de familia,
que siempre es bueno. Pero nada más. La navidad, sin embargo, es Dios con
nosotros, Dios que se acerca en un niño pequeño, indefenso, débil para que no
tengamos miedo de acercarnos a él, e incluso de sentir ternura por él. Dios que
se acerca hasta nosotros no con poder ni prepotencia, sino en la debilidad de
nuestra carne mortal. Él espera que le abramos el corazón, que nos rindamos
ante él y lo adoremos postrados, como hicieron los magos y los pastores.
Desde esa
actitud de adoración, la única que nos hace verdaderamente libres, salimos al
encuentro de los demás para compartir lo que nosotros hemos recibido de Dios.
La navidad es compartir con los demás lo mucho que hemos recibido, empezando
por el don de la fe. De la navidad brota la solidaridad, porque el Hijo de Dios
por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre (GS 22). Y unido
él con cada hombre, nos ha unido a todos entre sí, ha creado una solidaridad
más fuerte que los mismos lazos de la carne y de la sangre.
La alegría no puede ser
completa, mientras haya un hermano que sufre.
"¿Dónde está tu hermano?" (Gn 4,9), preguntó
Dios a Caín cuando éste había matado a su hermano Abel. La respuesta nos la da
el propio Jesucristo: "Lo que hicisteis a uno de estos mis humildes
hermanos, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). Jesús
ha salido al encuentro de los más necesitados, ha recorrido los pasos del hijo
perdido hasta encontrarlo, y lo ha cargado sobre sus hombros, trayéndolo a casa
de nuevo. La navidad es fiesta de encuentro con Dios y con los hermanos para
llevarles la felicidad de Dios. No puede haber navidad sin Dios ni puede haber
navidad sin acercamiento a los hermanos que sufren.
La buena
noticia del nacimiento de Jesús, que viene a salvarnos, nos llena de esperanza
y de alegría. Nos hace más cercano el Dios que nos salva. Nos hace más
solidarios, con la solidaridad establecida por la encarnación del Hijo.
Alegraos siempre en el Señor. Es una alegría que no nos distrae de los problemas del
momento, sino que precisamente nos da capacidad para afrontarlos. Es una alegría que fortalece e impulsa, que no frena
ni enajena, que nos hace vivir con la sencillez de quien se siente amado para
toda la eternidad. María tiene mucho que ver en esta alegría, porque nos viene
por el fruto bendito de su vientre, Jesús.
Recibid mi afecto y mi
bendición:
+
Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
No hay comentarios:
Publicar un comentario