La muerte y la Eucaristía, por D. Luis Trelles
"De los escritos del Siervo de Dios Luis de Trelles
La muerte tiene la apariencia de un anonadamiento del ser y, por eso, nos repugna y produce un horror instintivo que sola la fe puede combatir con la seguridad de que sobrevive el hombre. Hay en el fondo de ese mismo horror una revelación de la eternidad que la criatura consciente desea y, en alguna manera prevé. Reside en el corazón humano un amor tal a la vida, que aún el más descreído, mira con horror al no ser y tiembla al recordar la noche que viene después del sepulcro.
La sagrada eucaristía es el centro de nuestras creencias y, en el voluntario anonadamiento del Hombre-Dios, en su pasión y muerte de las que es memoria, nos da una prenda de la vida eterna. Este sublime abajamiento, fruto de un amor infinito, nos brinda un germen de resurrección que la gracia desarrollará. La muerte es para el creyente la puerta dorada de la vida eterna.
Cuando los fieles se reúnen en el templo para conmemorar a sus hermanos en la fe que han fallecido, parece que la Iglesia quiere enjugar sus lágrimas recordándoles las hermosas palabras de Jesucristo en el evangelio de san Juan, capítulo VI: “Yo soy el pan vivo que ha descendido del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá eternamente... El que come mi carne y bebe mi sangre tiene en sí la vida eterna y yo le resucitaré en el último día”. Se halla en estas consoladoras ideas algo más que la promesa de resurrección que la fe nos hace a todos los hombres: el Sacramento del altar es prenda de gloria futura y semilla fecunda de una feliz eternidad.
Hermano mío que lees estas líneas, frecuenta todo lo que puedas el banquete real de Jesús: el que le comulga puede, cuanto es posible en la carne, por medio de la meditación detenida, conocer a Jesucristo asimilándose a Él por actos de contemplación, de unión y de amor en los preciosos instantes que siguen a la comunión. No te separes del pie del sagrario sin saborear la dulzura de este pan.
No pierdas de vista que la comunión con buenas disposiciones y bien agradecida te asegura la eternidad feliz que el Señor te prometió en el Evangelio y que te colmará de la dicha que el apóstol anuncia. Sólo es preciso de parte del comulgante cooperar a esta bondad avivando la fe, fortificando la esperanza y encendiendo la caridad perfecta en aquel horno de fuego que atesora el Corazón de Jesús y que con su contacto nos comunica. El humilde pecador irá alcanzando la verdadera unión con Cristo, que se irá formando con él de una manera mística, pero real y efectiva.
Si así lo hacemos, en la última hora veremos clara la afinidad que enlaza la Eucaristía, principio de eterna dicha, con la muerte natural, fin y remate de la vida, corta época de prueba que Dios nos otorgó en el tiempo para ganar el cielo.
Por eso celebras el natalicio de tus héroes el día en que han dejado el mundo: se oye tu clamor no de luto, sino de gozo espiritual al penetrar los despojos mortales del cristiano en la iglesia material, que figura la Iglesia invisible. ¡Bendita seas por todo, oh Santa Madre Iglesia!
“La Lámpara del Santuario” Tomo XIII – Pág. 410 – Año 1872 y Tomo XIV – Pág. 415 – Año 1873"
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