TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

martes, 24 de diciembre de 2024

domingo, 15 de diciembre de 2024

PARA EL DIÁLOGO Y LA MEDITACIÓN

 

DICIEMBRE : ADORAR CON ESPERANZA

Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar

 LA ADORACIÓN NOCTURNA MOMENTO PARA CULTIVAR LA INTIMIDAD CON DIOS


ADOREMUS IN AETERNUM…

    No hay una jaculatoria más usada entre la gente devota. Pero tal vez no hay una oración menos reflexivamente pronunciada. ¿Qué es? ¿Qué significa? ¿Qué debe pensar o sentir el cristiano al pronunciarla? ¿Qué frutos de espiritual aprovechamiento pueden sacarse de esta idea tan sencilla como profunda? He aquí lo que se nos ocurrió estudiar, y decir a nuestros queridos lectores. La jaculatoria que nos preocupa es una alabanza a Dios, Nuestro Señor, en el Augusto Sacramento. Significa un acto de fe, de esperanza y de caridad al huésped carísimo del sagrario. El católico que pronuncia dichas palabras atestigua su presencia real, y he ahí el ejercicio de la fe. Espera en Él como principio y fin de nuestra peregrinación sobre la tierra. Y anuncia también un pensamiento de amor, deseando que sea bendito y alabado el Verbo divino encarnado y sacramentado. (La Lámpara del Santuario, 5 (1874) 405-410) Espero Dios mío que por los méritos de Jesucristo Nuestro Señor me perdonarás todos mis pecados, y me darás la gloria, si vivo como un buen cristiano. Amén. En las jaculatorias se encierra a veces verdaderos tesoros de piedad. Saborearlas y meditarlas hace que cuando las repetimos nuestra mente saque mayor provecho de sus palabras. Adorar al Santísimo Sacramento, siempre, aunque sea por una breve jaculatoria conlleva un acto de fe, un acto de amor y un acto de esperanza. Hoy nos fijaremos en la esperanza.

     Nadie puede vivir sin esperanza, y la vida cristiana, sin esperanza, acaba marchitándose irremediablemente. ¿Qué hemos de esperar? ¡El Cielo! Nada menos, nuestra salvación eterna, y la de los nuestros, y el triunfo de la Iglesia Católica en el mundo, y la conversión de los pecadores, y la perseverancia final, y los “cielos nuevos y la tierra nueva”. ¿Cabe todo esto en mi esperanza? ¿No? ¡Pues necesito más esperanza!

     Sería iluso pretender que todo eso lo vamos a alcanzar por nuestros proyectos o estrategias. Esperanza significa poner nuestra confianza en la promesa de Cristo y en la ayuda de su Espíritu. Qué esperar y de quién confiar obtenerlo son dos cosas que se aprenden ante el Santísimo Sacramento. La Eucaristía es como un adelanto de todo el tesoro que un día nos será concedido, la prenda de la gloria futura, el trailer de la nueva creación.  Y, a la vez, es el punto firme de apoyo donde hemos de anclar nuestra confianza. De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva en los que habitará la justicia (cf 2 P 3,13), no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este misterio, "se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3) y "partimos un mismo pan [...] que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre" (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios, 20, 2). (CEC 1405)… Se han puesto distintas imágenes para representar la esperanza. Muchas veces se habla de ella como de un ancla. Si nuestra alma es una navecilla en el mar tempestuoso de la vida, la esperanza es el ancla que nos proporciona seguridad y firmeza. También se habla en la Escritura de un yelmo. Dentro del combate cristiano, protegemos la cabeza, lo más importante con la esperanza.

     Una de las cosas más hermosas de la esperanza es que no sólo impulsa para conseguir lo deseado sino que además atrae ya lo que busca y de alguna manera sólo con esperarlo se pre-gusta. Esperar es ya ir gozándolo. Esto es palpable en cada Vigilia de adoración. En ellas esperamos, el alba, la gracia de Dios, la gloria del Cielo… pero haciéndolo de alguna manera empezamos ya a vislumbrar las maravillas que gozaremos. Pregustamos lo que habrá.  Es por eso que la esperanza se expresa y se alimenta en la oración. Esperar adorando la Eucaristía es lo que harían las vírgenes sensatas: (Mt 25, 1-13) “Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas”.

   Todas ellas esperaban, pero algunas, más inteligentes supieron armar su espera con una ayuda luminosa. Todo cristiano espera la vuelta del esposo, pero ojalá que sepamos esperar con la luz de la piedad eucarística.  Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron. Mas a media noche se oyó un grito: "¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!" Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: "Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan."… Muchas veces el novio tarda, nuestra espera se adormila, pero pidamos que nunca nos veamos sin el aceite para nuestra lámpara. Salgamos al encuentro de Jesús, desde ya mismo, en cada noche, en cada vigilia de adoración. Pero las prudentes replicaron: "No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta.

    La piedad eucarística no se puede intercambiar, es un bien que hay que cultivar día a día, mes a mes, es algo muy personal, como un regalo de bodas para cuando el esposo aparezca por fin. Celebrar la boda es alcanzar lo que se esperaba. Un día toda la humanidad, cual Jerusalén celeste será vestida de novia y alcanzará el anhelo más profundo de la creación: su renovación en Cristo…  «Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo» (Rm 8, 19-23).

     Hay un santo que con especial finura supo resumir todo lo que significa la esperanza, todo lo que nos permite esta virtud cuando la ponemos en juego ante la Eucaristía. Acaba San Claudio su famoso Acto de Confianza diciendo: «Para mí es seguro que nunca será demasiado lo que espere de Ti, y que nunca tendré menos de lo que hubiere esperado. Por tanto, espero que me sostendrás firme en los riesgos más inminentes y me defenderás en medio de los ataques más furiosos, y harás que mi flaqueza triunfe de los más espantosos enemigos. Espero que Tú me amarás a mí siempre y que te amaré a Ti sin intermisión, y para llegar de un solo vuelo con la esperanza hasta dónde puede llegarse, espero a Ti mismo, de Ti mismo, oh Creador mío, para el tiempo y para la eternidad»

A Ti, de Ti. Eso es la esperanza.

Preguntas para el diálogo y la meditación.

¿cómo es mi capacidad de espera?

¿hay alguna cosa en que ya haya tirado la toalla?

¿conoces a alguien que haya desesperado en algún sentido?


LOS PERSONAJES DEL ADVIENTO 


     Cuatro son los grandes personajes del adviento en espera, en preparación y anuncio del Dios que llega, del Señor que se acerca. El primero de ellos es el profeta Isaías. En el Nuevo Testamento destacan María de Nazaret y su esposo José y Juan el Bautista, auténtico prototipo del adviento.

     “El gran pedagogo del adviento es Isaías. Habría que leerle con una gran paz interior, dejando que sacuda nuestras conciencias dormidas, aliente a la esperanza, anime a la conversión, promueva gestos claros de paz y de reconciliación entre los hombres y entre los pueblos… Adviento es también el mes de María; es litúrgicamente más mariano que ninguno otro a lo largo del año. El icono de María gestante, o de la expectación, personifica a la Iglesia madre que está llena de Cristo y lo pone como luz en el mundo, para que el resto de sus hermanos habiten tranquilos hasta los confines de la tierra, pues él será nuestra paz -Miqueas, 5,2-5-”

     “María de Nazaret es la estrella del adviento… Ella llevó en su vientre con inefable amor de madre a Jesucristo… Ella vivió un adviento de nueve meses en su regazo materno y virginal, en su mente y en su corazón… ¡Qué largo y hermoso adviento!… Ella es la “mater spei”, el modelo de la espera y de la esperanza. Supo, como nadie, preparar un sitio al Señor, el Hijo que florecía en sus entrañas… En Ella se realizó la promesa de Israel, la esperanza, después, ahora y ya para siempre, de la Iglesia… ¿No debería ser, pues, diciembre el mes de María?”.

                                                            (José Manuel Puente)

jueves, 5 de diciembre de 2024

 LOS LUGARES Y LOS SÍMBOLOS DEL ADVIENTO

1.- El desierto, el ámbito donde clama la voz del Señor a la conversión, donde mejor escuchar sus designios, el lugar inhóspito que se convertirá en vergel, que florecerá como la flor del narciso.

2.- El camino, signo por excelencia del adviento, camino que lleva a Belén. Camino a recorrer y camino a preparar al Señor. Que lo torcido se enderece y que lo escabroso se iguale.

3.- La colina, símbolo del orgullo, la prepotencia, la vanidad y la “grandeza” de nuestros cálculos y categorías humanas, que son precisos abajar para la llegada del Señor.

4.- El valle, símbolo de nuestro esfuerzo por elevar la esperanza y mantener siempre la confianza en el Señor. ¡Qué los valles se levanten para que puedan contemplar al Señor!

5.- El renuevo, el vástago, que florecerá de su raíz y sobre el que se posará el Espíritu del Señor.

6.- La pradera, donde habitarán y pacerán el lobo con el cordero, la pantera con el cabrito, el novillo y león, mientras los pastoreará un muchacho pequeño.

7.- El silencio, en el silencio de la noche siempre se manifestó Dios. En el silencio de la noche resonó para siempre la Palabra de Dios hecha carne. En el silencio de las noche y de los días del adviento, nos hablará, de nuevo, la Palabra.

8.- El gozo, sentimiento hondo de alegría, el gozo por el Señor que viene, por el Dios que se acerca. El gozo de salvarnos salvados. El gozo “porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro” son quebrantados como en el día de Madían; el gozo y la alegría “como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín”.

9.- La luz, del pueblo del caminaba en tinieblas, que habitaba en tierras de sombras, y se vio envuelto en la gran luz del alumbramiento del Señor. Esa luz expresada hoy día en los símbolos catequéticos y litúrgicos en la corona de adviento, que cada semana del adviento ve incrementada una luz mientras se aproxima la venida del Señor.

10.- La paz, la paz que es el don de los dones del Señor, la plenitud de las promesas y profecías mesiánicas, el anuncio y certeza de que Quien viene es el Príncipe de la paz, el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. “De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas”. “¡Qué en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente!”

     Todos estos lugares, todos estos símbolos, conducirán, como un peregrinar, al pesebre de Belén, la gran realidad y la gran metáfora del adviento.

(Jesús de las Heras – Director de Ecclesia)