Espiritualidad Católica como fuente testimonial. Tras el reconocimiento de nuestro carisma cristiano, buscamos ser consecuentes y por lo tanto expandir el Evangelio de Cristo en nuestra sociedad.
TIEMPOS LITURGICOS
miércoles, 30 de octubre de 2024
En el mes de los difuntos
Desde antiguo la Iglesia ha
honrado con gran piedad el recuerdo de los difuntos y ha ofrecido sufragios por
ellos, pues "es una idea piadosa y santa orar por
los difuntos para que sean liberados del pecado" (2 Mac,12,46)". La visita al cementerio y
la oración, mortificación y limosna en sufragio de nuestros seres queridos difuntos y
también de aquellos que no tienen quien rece por ellos, es una elocuente
profesión de fe en la vida eterna y en el dogma de la comunión de los Santos. Con ello manifestamos
visiblemente nuestra convicción de que los miembros de la Iglesia peregrina,
junto con los Santos del cielo y los hermanos que se purifican en el
purgatorio, constituimos un cuerpo, una familia, que participa de un
patrimonio común, el tesoro de la Iglesia, del que forman parte los méritos
infinitos de Jesucristo, muy especialmente su pasión, muerte y resurrección, y
la oración constante de quien "vive siempre para interceder por nosotros"
(Hbr 7,25).
A este patrimonio precioso
pertenecen también los méritos e intercesión de la Santísima Virgen y de los
Santos, la plegaria de las almas
del purgatorio y nuestras propias oraciones, sacrificios y obras buenas, que
hacen crecer el caudal de gracia del Cuerpo Místico de Jesucristo. Siempre,
pero especialmente en el mes de noviembre encomendemos a las benditas almas del
purgatorio y encomendémonos también a ellas pues mucho pueden favorecer nuestra
vitalidad espiritual y apostólica… El mes de noviembre y la
Palabra de Dios de estos días finales del
año litúrgico nos recuerdan los Novísimos, las verdades últimas de
nuestra vida, algo que pertenece a la
integridad de la fe católica. Nos invitan además a la vigilancia, que no es vivir bajo el
temor de un Dios justiciero que está esperando nuestros yerros o pecados para
castigarnos. Esta actitud de desconfianza y miedo ante Dios, sólo engendra
personas obsesivas y escrupulosas, que piensan que Dios es un ser predispuesto
contra el hombre, quien debe ganarse su salvación con sus solas fuerzas y
luchando contra enormes imponderables.
La vigilancia cristiana es una actitud positiva que tiene como raíz el optimismo sobrenatural de sabernos hijos de un Padre bueno, que quiere nuestra salvación y felicidad y que nos da los medios para alcanzarla. Es concebir la vida cristiana como una respuesta amorosa a Dios que nos ama, que es fiel a sus promesas y que espera nuestra fidelidad con la ayuda de su gracia. La actitud de vigilancia debe penetrar y matizar toda la vida del cristiano, para saber distinguir los valores auténticos de los sólo aparentes. La cultura actual nos impone modos de pensar, actuar y entender la vida que nada tienen que ver con los auténticos valores humanos y cristianos. Es necesaria, pues, una actitud crítica ante lo que vemos, escuchamos o leemos y una independencia de criterio ante los mensajes contrarios al Evangelio que, directa o indirectamente, nos ofrecen algunos medios de comunicación. La vigilancia es también necesaria para que no se debilite nuestra conciencia moral recta, capaz de distinguir el bien del mal, lo derecho de lo torcido. De lo contrario, la conciencia puede endurecerse hasta perder el sentido del pecado. Medios eficaces para conservar la rectitud moral son la confesión frecuente y el examen de conciencia diario, que tanto pueden ayudarnos en nuestro camino de fidelidad al Señor.
Es necesaria también la vigilancia ante los peligros
que pueden debilitar nuestra fe o nuestra vida cristiana. El cristiano no puede vivir en una atmósfera
permanente de miedo o de temor, pero tampoco ha de ser un atolondrado, ni
creerse invulnerable ante los peligros o tentaciones del demonio. Ha de vivir
su vida cristiana con responsabilidad y sabiduría, para descubrir los peligros
que pueden poner en riesgo nuestra fe y, sobre todo, nuestro mayor tesoro, la
vida de la gracia, que es comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu, que
vive en nosotros dando testimonio de que somos hijos de Dios, y que es ya en este
mundo anticipo de la vida de la gloria.
Para vivir la esperanza cristiana en la salvación
definitiva no hay mejor camino que tomar en serio el
momento presente en función de los acontecimientos finales. Este es el estilo
de los Santos. De este modo no consideraremos la muerte como una tragedia, sino
que la esperaremos con la paz y la alegría de quienes se preparan para el
encuentro y el abrazo definitivo con Dios. Que la
Santísima Virgen, a la que todos los días decimos muchas veces "ruega por
nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte", nos cuide y
proteja ahora y en la hora postrera de nuestra vida.
De una Carta Pastoral de + Juan José Asenjo Pelegrina
PARA EL DIÁLOGO Y LA MEDITACIÓN
OCTUBRE : ADORAR CON LOS
ÁNGELES
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar
ADÓRENLO LOS ANGELES DE DIOS
Ciertamente es rico el símbolo
de la luz. Esa luz que oscila junto al sagrario nos habla de la
presencia eucarística, pero también los Santos Padres entendían que cuando Dios
“hizo la luz” se refiere a todas las criaturas espirituales, a los ángeles. No
es tan diferente, los ángeles y la lamparilla siempre hacen lo
mismo, adorar la presencia de Dios escondida en la Eucaristía.
Hoy somos invitados a adorar al Verbo con
los ángeles de Dios. Como la Iglesia nos invita en todos los prefacios de la
Misa, juntémonos a todos los coros angélicos para proclamar a Dios tres veces
santo y postrarnos en su presencia… De la Encarnación a la
Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada
de la adoración y del servicio de los ángeles. (CEC 333) En
su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios tres veces
santo; invoca su asistencia en el Canon romano o en la liturgia
de difuntos, o también en el "himno querúbico" de la liturgia
bizantina y celebra más particularmente la memoria de ciertos ángeles (San Miguel, San Gabriel, San Rafael,
los Ángeles custodios…- CEC 335)… Nuestra misión es la misma
que la de los ángeles: adoración y servicio al Verbo encarnado. No
olvidemos que cuando Dios introdujo a su primogénito en la nueva tierra dijo
“Adórenlo todos los ángeles de Dios”. (Hb
1, 6). No olvidemos que Jesús nos dice que nuestro ángeles
“están siempre viendo el rostro de mi Padre” (Mt 18,10). Ellos nos cesan de adorar,
en esta noche nos invitan a adorar junto a ellos. Como
hicieran en aquella otra noche: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un
salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un
niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y de pronto se
juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que
alababa a Dios, diciendo: Gloria a Dios en las alturas y en
la tierra paz a los hombres en quienes él se complace.” (Lc 2, 10-14).
Ángeles fueron los que
protegieron a Jesús durante su infancia, avisando a los Magos de
las intenciones de Herodes, advirtiendo a José para que huyera o anunciándole
que ya podía volver. (Cf
Mt 1, 20; 2, 13.19). Ojalá los ángeles nos ayuden a ser tan
fieles guardadores y custodios del cuerpo de Jesús.
Ángeles fueron los que se le acercaron a
Jesús después de las tentaciones del desierto.
Para reparar el “non Serviam” satánico que tiene incluso la desfachatez de
sugerir a Jesús que le adore a Él, los ángeles buenos por el contrario le
adoran y le sirven (Cf
Mc 1, 12; Mt 4, 11) Sólo a Dios adorarás ¿Seremos nosotros
ángeles de luz?... “Entonces, se le apareció un ángel venido del
cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía
más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de
sangre que caían en tierra.” (Cf
Lc 22, 43).
Que los adoradores nocturnos
podamos escuchar, como aquel ángel estas
hermosas palabras después de cada vigilia: “esta
noche habéis sido consuelo de Jesús en Getsemaní”… Pero
que no nos quedemos sólo en imitar a los ángeles adorando a Jesús ¡ya es mucho!
¡pero no es suficiente! Debemos imitar también a los ángeles
sirviéndolo, evangelizando, anunciando. Seamos luz, no
sólo para la gloria de Dios, sino también para todos nuestros hermanos que
esperan escuchar el mensaje de Jesús.
Como Gabriel a Zacarías y a María (cf Lc 2, 8-14),
como aquellos ángeles a la mujeres: “no está aquí ¡ha resucitado!” (cf Mc 16, 5-7).
Que podamos unir nuestras voces a aquellos ángeles que cantarán la segunda
venida de Cristo (cf. Mt, 24, 31)
Los santos nos animan a
venerar y amar a los ángeles, para
con ellos, venerar y amar a nuestro Creador: A
sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos.
Estas palabras deben inspirarte una gran reverencia, deben infundirte una gran
devoción y conferirte una gran confianza. Reverencia por la presencia de los
ángeles, devoción por su benevolencia, confianza por su custodia. Porque ellos
están presentes junto a ti, y lo están para tu bien. Están presentes para
protegerte, lo están en beneficio tuyo. Y, aunque lo están porque Dios les ha
dado esta orden, no por ello debemos dejar de estarles agradecidos, pues que
cumplen con tanto amor esta orden y nos ayudan en nuestras necesidades, que son
tan grandes. Seamos, pues, devotos y agradecidos a unos
guardianes tan eximios; correspondamos a su amor, honrémoslos cuanto podamos y
según debemos. Sin embargo, no olvidemos que todo nuestro
amor y honor ha de tener por objeto a aquel de quien procede todo, tanto para
ellos como para nosotros. San Bernardo Abad, Sermón 12 sobre el salmo 90: 3,6-8 (Opera Omnia, ed. Cisterc, 4 [1966],
458-462)
Preguntas para el diálogo y la meditación.
■ ¿Le
he puesto nombre a mi ángel de la guarda?
■ ¿Le
pido que me ayude a adorar?
■ ¿Tengo
devoción a san Miguel, san Gabriel y san Rafael?