ENERO : ADORAR CON LOS PASTORES
Alabado
sea el Santísimo Sacramento del Altar
¡VENITE ADOREMUS!
“Desnudo, pobre, aterido de
frío y llorando, nace el Hijo de Dios vivo, hecho hombre, en el pesebre de
Belén. Desnudo nació, y así se encuentra en el altar y en la
custodia humilde y otras veces desprovisto de paños limpios y dignos. Pobre
se halla en el sagrario, y solo está con sus ángeles la
mayor parte de tiempo, sobre todo en las iglesias de poco culto. Frío
se muestra el hombre con el Dios eucarístico, llorando
místicamente en el sagrario por nuestros pecados y ofensas
infinitas que le produjeron al Dios de bondad. Jesús puede exclamar desde la
Hostia consagrada: ¿Qué utilidad he sacado de mi sangre derramada?” (LS Tomo IV (1873) Pág. 8 y ss.)
“Niño pequeñito, el Dios
eterno” ¡Qué misterio tan hermoso celebramos en la Navidad! ¡Qué
contrastes tan magníficos! ¡Menuda paradoja! Jesús, el Dios Altísimo que no
contienen los cielos... nació en la humildad de un establo. Jesús, el Hijo
Eterno del Padre… nació de una familia pobre… y ¡unos sencillos
pastores son los primeros testigos del acontecimiento! ¡Qué
afortunados seremos si nos contamos entre esos pastores, que
son los primeros en atender a la llamada del Cielo para
acudir al dulce oficio de la Adoración del Verbo hecho carne! ¡Venite
Adoremus! Que amable invitación a ponerse en
camino, a andar al encuentro de una presencia viva… ¡Cómo se lo dirían unos a
otros los pastores! Estas palabras resonarían entre ellos como un precioso eco
del mensaje de los ángeles. Venite Adoremus! ¿A quién se lo
he dicho yo? ¿Quién me lo dijo a mí? Invitémonos unos a otros a
la Adoración Eucarística, como los pastores se animaban mutuamente a
ir a Belén. Ojalá vayamos a adorar al Señor, con otros, con los pequeños de
Dios.
«Vayamos, pues, a Belén, y
veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado» (Lc 2,15),
así dicen los pastores después del anuncio hecho por los ángeles. Es una
enseñanza muy hermosa que se muestra en la sencillez de la descripción. A
diferencia de tanta gente que pretende hacer otras mil cosas, los
pastores se convierten en los primeros testigos de lo esencial, es decir, de la
salvación que se les ofrece. Son los más humildes y los
más pobres quienes saben acoger el acontecimiento de la encarnación. A Dios que
viene a nuestro encuentro en el Niño Jesús, los pastores responden poniéndose
en camino hacia Él, para un encuentro de amor y de agradable asombro. Este
encuentro entre Dios y sus hijos, gracias a Jesús, es el que da vida
precisamente a nuestra religión y constituye su singular
belleza, y resplandece de una manera particular en el pesebre. (Admirabile signum, 5)
Las páginas más entrañables de la
Escritura son quizás las que nos cuentan los primeros misterios de la vida de
Jesús ¿qué habríamos hecho sin el relato de Lucas? Nos cuenta el evangelista… “Había
en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno
durante la noche su rebaño.”
Vigilaban en la noche,
velaban por turnos, atentos y ¡por eso pudieron contemplar las maravillas del
cielo! ¡Cómo se parece esto ya a nuestras vigilias de adoración! El
no dormir, el organizar los turnos, el sueño y la vigilia… Pero aún no se había
expuesto el Santísimo, cuando aparece el sacerdote y celebra la Eucaristía
¿acaso no puede compararse al ángel que anuncia la buena nueva? “Se
les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz;
y se llenaron de temor. El ángel les dijo: «No temáis, pues os anuncio una gran
alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David,
un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis
un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.”
Ojalá en nuestra adoración
nos llenemos de santo temor, de reverencia, de respeto, de reconocimiento de la
grandeza de Dios que nos envuelve con su luz. Si así lo hacemos,
Dios cambiará nuestros temores en alegrías, nuestras penas en dichas ¡qué gran
noticia! El Salvador, está aquí, ya entre nosotros, ha llegado a
la tierra, está en el sagrario. Para siempre ¡Qué gran noticia! Y
entonces los ángeles se ponen a cantar sus salmos, sus laudes de alabanza, como
nosotros rezamos la liturgia de la Iglesia, del cielo y de la tierra.
Y de pronto se juntó con el ángel una
multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a
Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se
complace.» Estos cánticos son
como los salmos de nuestras vísperas, o mejor, los salmos de nuestro oficio son
como cantos de ángeles que alaban al Padre, ¡hemos de rezarlos con unción!
¡incluso mejor, ojalá que cantemos en nuestras vigilias!
Y sucedió que cuando los ángeles,
dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros:
«Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha
manifestado.» Vayamos, venid, adoremos, Belén -la casa del
pan- encierra el Tesoro del Salvador, también el Sagrario, de
alguna manera es Belén, ¡ea pues! vayamos a Belén adoradores, a ver al Señor
que se nos ha manifestado. Vayamos a prisa, sin perezas, con puntualidad,
vayamos con ganas, con corazón inflamado… Y fueron a toda
prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al
verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos
los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían.
¡Qué maravillas encontraremos! Está
Jesús, sí, pero no está solo, está con María y con José, y con ellos podemos
hablar y conversar y adorar al que se esconde entre las pajas… Una
noche bendita de adoración, va a producir frutos hermosos… el corazón de María
va a contemplar con alegría la escena, nuestros corazones volverán
ensanchados y llenos de gloria: María,
por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los
pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían
oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
Igual que los pastores, los
santos son quienes han acudido a la Adoración y han
vuelto con un corazón rebosante de gloria para Dios, los santos nos
animan a acudir al pesebre y a acudir al sagrario. Si les hacemos caso, no será
sin consecuencias de santidad.
“La Navidad está rodeada también de
sencillez admirable: el Señor viene sin aparato, desconocido de todos. En la
tierra sólo María y José participan en la aventura divina. Y luego aquellos
pastores, a los que avisan los ángeles. Y más tarde aquellos sabios de Oriente.
Así se verifica el hecho trascendental, con el que se unen el cielo y la
tierra, Dios y el hombre. ¿Cómo es posible tanta dureza de corazón, que hace
que nos acostumbremos a estas escenas? Dios se humilla para que podamos
acercarnos a Él, para que podamos corresponder a su amor con nuestro amor, para
que nuestra libertad se rinda no sólo ante el espectáculo de su poder, sino
ante la maravilla de su humildad” (San
Josemaría, Es Cristo que pasa, nº 18).
Preguntas para el diálogo y
la meditación.
■ Piensa
en tu círculo ¿hay algún pequeño, algún pobre de espíritu?
■ ¡Invítale
a la adoración!
■ ¿Has
contemplado despacio alguna obra de arte o miniatura de los pastores
adoradores?
■ ¿La
Eucaristía te parece adorable?
¡VENITE ADOREMUS!
No hay comentarios:
Publicar un comentario