SEPTIEMBRE : ADORACIÓN
Y CONFESIÓN
Alabado sea el Santísimo Sacramento del
Altar
La vigilia mensual de la Adoración Nocturna debe ser siempre también una
ocasión para recibir el sacramento de la Reconciliación. Ambos sacramentos están estrechamente unidos. En una doble
dirección. Primero de la Penitencia a la
Eucaristía…. Porque para recibir el
Sacramento del amor hemos de recibir antes el perdón si nuestra alma se
encuentra en pecado mortal. Todos antes de comulgar hemos de recordar el
precepto: Examínese, pues, el hombre a sí mismo. Que nadie, consciente de estar en pecado mortal, aunque se considere
arrepentido, se acerque a la santa Eucaristía sin hacer previamente la
confesión sacramental. Le sería inútil y además cometería un nuevo pecado. Segundo de la Eucaristía a la Penitencia… porque la conversión y la penitencia diarias encuentran su fuente y su
alimento en la Eucaristía, pues en ella se hace presente el sacrificio de
Cristo que nos reconcilió con Dios; por ella son alimentados y fortificados los
que viven de la vida de Cristo; "es el antídoto que nos
libera de nuestras faltas cotidianas y nos preserva de pecados mortales"
La Eucaristía,
-adorarla-celebrarla-comulgarla, nos borra los pecados veniales y
nos preserva de futuros pecados mortales. La Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana,
tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales.
Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor. Por la misma caridad que
enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales.
La Eucaristía
no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del
sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el
sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia. Pero vivir la
Eucaristía nos hace ser más frecuentes y puntuales en la
Penitencia, porque la caridad nos da un
corazón más sensible a las ofensas que hacemos a Dios.
“La Eucaristía
y la Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí. La
Eucaristía, al hacer presente el Sacrificio redentor de la Cruz, perpetuándolo
sacramentalmente, significa que de ella se deriva una exigencia continua de
conversión, de respuesta personal a la exhortación que san Pablo dirigía a los
cristianos de Corinto: “En nombre de Cristo os
suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!”. Así pues, si
el cristiano tiene conciencia de un pecado grave está obligado a seguir el
itinerario penitencial, mediante el sacramento de la reconciliación para
acercarse a la plena participación en el sacrificio eucarístico” (Ecclesia de Eucaristia, Juan Pablo II)
La Escritura
nos da ejemplo de cómo la reconciliación
debe preceder a la comunión con la famosa parábola del Hijo pródigo… «Un
hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la
parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país
lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa”. ¡Nuestros pecados son una ofensa al Amor del Padre! ¡Siempre! Sean grandes o pequeños, nos alejan de él, nos llevan a perder
su gracia -antes o después- Y entonces vienen las consecuencias, el
hambre…
Ya había
gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir
privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa
región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar
su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. ¡De qué cosas nos alimentamos cuando estamos lejos de Dios! Comida para cerdos, tan lejos de nuestra dignidad de hijos, tantas palabras
e imágenes que nos alimentan hoy en día de mil maneras, bien podrían
calificarse así… ¡comida para cerdos! Nosotros estamos llamados a algo más
grande. Pero ha de mediar la reconciliación.
Entonces
recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en
abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!". Ahora mismo iré a la
casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya
no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros".
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su
padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo
besó. El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no
merezco ser llamado hijo tuyo". El hijo se considera totalmente
indigno de ese nombre. Y es así como hemos de presentarnos al Sacramento,
humillados y sabiéndonos sin derecho a nada, sólo suplicando. Confesando y pidiendo… Pero el Padre siempre nos
gana en generosidad.
Pero el padre
dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo,
pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero
engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha
vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la
fiesta. Y después de la reconciliación
nos devuelve toda nuestra dignidad, nos da la gracia en un grado,
como si nunca hubiéramos pecado, lo olvida todo y nos prepara una comida digna de hijos de Dios: el pan de los ángeles. Sólo quien se alimenta de la Mesa de este Padre con amor tiene fuerzas
para rechazar la tentación de alejarse de él.
También los santos nos animan a acudir a la Eucaristía que nos aleja de los pecados. Como santa María Micaela del
Santísimo Sacramento, la fundadora de las Adoratrices que se dedican a adorar la
Eucaristía y liberar mujeres de la mala vida en la que están
esclavizadas…
“Adoratriz
soy en verdad del Santísimo Sacramento, aunque no como debo y tan alta majestad
merece. Que en el amor a Jesús Sacramentado nadie nos lleve ventaja jamás,
hijas mías. Mi alma tiene hoy una gran
necesidad de pasar unas horas a solas con mi Dios, con mi Amado Jesús
Sacramentado.” - “Como yo tengo
un deseo que devora mi corazón de acompañar al Santísimo, me meto en todos los
Sagrarios que hallo al paso. Ofrecí a mi amado Jesús, cada día y muchas veces,
enviarle un pensamiento de amor a todos los Sagrarios del mundo. Es un gusto, que siempre y en todo momento se alabe al Santísimo Sacramento.” - “El deseo de salvar jóvenes es para mí como una espuela
clavada en el corazón. La obra de salvar jóvenes y adorarle consuela el
afligido corazón de Dios. No es afán de que se salven las colegialas sino
ambición que me devora, vengan de donde quieran; como se salven o dejen de
ofender a Dios, aunque no sea más que una hora, me contento.”
Preguntas para el diálogo y la meditación.
■ ¿Me confieso regularmente?
■ ¿Cómo cuido este sacramento?
■ ¿Soy apóstol de la reconciliación
■ ¿Conoces alguna historia de reconciliación que pueda inspirarnos?
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