AGOSTO
2022
«Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las
ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» (Jn 6, 37)
El capítulo 18 del Evangelio de Mateo es un texto riquísimo en el cual Jesús da instrucciones a sus discípulos sobre cómo vivir las relaciones dentro de la comunidad recién nacida. La pregunta de Pedro retoma las palabras que Jesús acababa de pronunciar: «Si tu hermano peca contra ti...» (Mt 18, 15)[1] Jesús está hablando y, al poco, Pedro lo interrumpe, como si se diese cuenta de que no ha entendido bien lo que su Maestro acababa de decir. Y le hace una de las preguntas más relevantes respecto al camino que debe recorrer un discípulo de Él. ¿Cuántas veces hay que perdonar?
«Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las
ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?».
Preguntarse forma parte del camino de fe.
Un creyente no tiene todas las respuestas, pero sigue siendo fiel aun
haciéndose preguntas. El interrogante de Pedro no se refiere al pecado contra
Dios, sino más bien a qué hacer cuando un hermano comete una culpa contra otro
hermano. Pedro cree que es un buen discípulo que puede llegar a perdonar hasta
siete veces[2]. No se espera la respuesta
inmediata de Jesús, que desbarata sus seguridades: «No te digo
hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18, 22). Los
discípulos conocían bien las palabras de Lamec, el sanguinario hijo de Caín que
canta la repetición de la venganza hasta setenta veces siete[3].
Aludiendo a esta afirmación, Jesús contrapone a la venganza
ilimitada el perdón infinito.
«Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las
ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?».
No se trata
de perdonar a una persona que ofende continuamente, sino más bien
de perdonar repetidamente con el corazón. El perdón
verdadero, el que nos haces sentirnos libres, suele llegar gradualmente. No es
un sentimiento, no es olvidar: es la opción que los creyentes deberíamos hacer
no solo cuando la ofensa es repetida, sino incluso cada vez
que la recordamos. Por eso hay que perdonar setenta veces
siete. Escribe Chiara Lubich: «Así pues,
[...] Jesús tenía en mente sobre todo las relaciones entre cristianos, entre
miembros de la misma comunidad. Por tanto, debes comportarte así ante todo con
tus hermanos en la fe: en la familia, en el trabajo, en clase y en tu
comunidad, si formas parte de alguna. Sabes que es normal querer compensar la
ofensa recibida con una acción o una palabra proporcionada. Y sabes que, por
disparidad de caracteres, por nerviosismo o por otras causas, es frecuente
faltar al amor entre personas que viven juntas. Pues bien, recuerda que
solo una actitud de perdón renovada continuamente puede mantener la paz y la
unidad entre hermanos. Siempre tendrás tendencia a pensar en
los defectos de tus hermanos, a recordar su pasado, a querer que sean distintos
de cómo son... Es necesario adquirir el hábito de verlos con ojos nuevos y a
verlos nuevos en sí mismos, a aceptarlos siempre, inmediatamente y hasta el
fondo, aunque no se arrepientan»[4].
«Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las
ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?»
Todos nosotros formamos
parte de una comunidad de «perdonados», porque el
perdón es un don de Dios que siempre necesitamos. Deberíamos estar siempre
asombrados de la inmensidad de la misericordia que recibimos del Padre, que nos
perdona si también nosotros perdonamos a los hermanos[5]. Hay
situaciones en las que no es fácil perdonar, vicisitudes que derivan de
condiciones políticas, sociales o económicas en las que el perdón puede
adquirir una dimensión comunitaria. Hay muchos ejemplos de mujeres y hombres
que han conseguido perdonar aun en las situaciones más duras, ayudados por una
comunidad que los ha sostenido.
Osvaldo es colombiano. Fue amenazado de
muerte y vio cómo mataban a su hermano. Hoy es el líder de una asociación
ciudadana que se dedica a rehabilitar a personas que estuvieron directamente
implicadas en el conflicto armado de su país. «Habría sido fácil responder a la
venganza con más violencia, pero dije no -explica Osvaldo-: aprender el arte
del perdón es muy, muy difícil, pero las armas o la guerra no son nunca una
opción para transformar la vida. El camino de la transformación es otro, es
poder llegar hasta el alma humana del otro, y para ello no necesitas la
soberbia ni ningún poder: hace falta humildad, que es la virtud más difícil de
alcanzar»[6].
[1]
En este versículo seguimos la Biblia de
la CEE, más próxima al original que la de Jerusalén [NdT].
[2]
El número siete indica la totalidad, la
completez: Dios crea el mundo en siete días (cf. Gn 1,1-2.4). En Egipto hay
siete años de abundancia y siete de carestía (cf. Gn 41, 29-30)
[3]
«Caín será vengado siete veces, más
Lamec lo será setenta y siete» (Gn 4, 24).
[4]
C. LUBICH, Palabra de vida, octubre
1981, en EAD., Palabras de vida/1, Ciudad Nueva, Madrid 2020, pp. 228-229.
[5]
Cf. oración del Padrenuestro, Mt 6,
9-13.
[6]
MADDALENA MALTESE (ed.), Unitá e iI nome
della pace: La strategia di Chiara Lubich, Cittá Nuova, Roma 2020, p. 31
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