«YO SOY
EL PAN VIVO QUE HA BAJADO DEL CIELO…»
La solemnidad del cuerpo y la sangre de
CRISTO de Corazón abierto nos hace vivir la Eucaristía celebrada, comulgada y adorada. Es la
fiesta de Jesús sacramentado en nuestras calles, en nuestra vida cotidiana.
Este texto conocido de Juan del discurso eucarístico
del pan de vida en la sinagoga de Cafarnaúm junto al lago Tiberiades, Jesús
revela la profundidad de la Eucaristía con tanta claridad y sencillez que
muchos desde entonces dejaron de seguirle... comer su cuerpo, beber su sangre,
es un misterio difícil de entender.
La afirmación más contundente de Cristo es
que la Eucaristía es vida. El que come de este pan, vivirá para siempre y quien
se aleja de la Eucaristía, se aleja de todo lo bueno y de la vida en abundancia
de la que habla el Señor. Eucaristía es Cristo vivo y resucitado. Sin la Eucaristía
celebrada, comulgada y adorada la vida languidece y vivimos en una anemia
espiritual. ¿No será esta afirmación de Jesús la clave pastoral que cuando no
se pone en práctica, nuestras comunidades mueren? decían los primeros
cristianos no podemos vivir sin la Eucaristía, sin celebrar el domingo, el día
del Señor.
También Jesús insiste que no fue Moisés el
que nos dio el Mana, sino que es mi Padre del cielo el que os da mi cuerpo y mi
sangre que es la vida regalada y entregada por amor. En el desierto el
pueblo de Israel moría de hambre y de sed. En el Corazón vivo de Jesús se
encuentra la expresión personal de lo que es esencialmente la Eucaristía, que
sacia con el pan de vida nuestra hambre de amor y salvación. Es la Eucaristía
de donde brota de su costado abierto, el agua viva prometida a la Samaritana,
sabiendo qué quien bebe de su Corazón no tendrá sed jamás.
+ Francisco Cerro Chaves - Arzobispo de Toledo
Primado de España
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