SOBRE EL TIEMPO DE ADVIENTO

Ha llegado,
amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el Espíritu Santo, es tiempo
favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas
y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos; el
tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento
con fervor, alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que
en este misterio nos ha manifestado. El Padre, por su inmenso amor hacia
nosotros, pecadores, nos envió a
su Hijo único, para librarnos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos
al cielo e
introducirnos en lo más profundo de los misterios de su reino,
manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos
el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y
hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.
La Iglesia celebra cada año el misterio de
este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a tenerlo siempre
presente. A la vez nos enseña que la venida de Cristo no sólo aprovechó a los
que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia continúa, y aún hoy
se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la
gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus
mandamientos.
La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de
la misma manera está
dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en
nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por
nuestra parte, quitamos todo obstáculo.
Por eso, durante este tiempo, la Iglesia, como madre
amantísima y celosísima de nuestra salvación, nos enseña, a través de
himnos, cánticos y otras palabras del Espíritu Santo y de diversos ritos, a
recibir convenientemente y con un corazón agradecido este beneficio tan grande,
a enriquecernos con su fruto y a preparar
nuestra alma para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud
como si hubiera él de venir nuevamente al mundo. No de otra
manera nos lo enseñaron con sus palabras y ejemplos los patriarcas del antiguo
Testamento para que en ello los imitáramos.
DE LAS CARTAS
PASTORALES DE SAN CARLOS BORROMEO
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