«SE HAN LLEVADO AL SEÑOR Y NO
SABEMOS DÓNDE LO HAN PUESTO»
El domingo de resurrección no termina la
celebración de la Pascua, EMPIEZA. Permanezcamos como testigos gozosos de la
vida en medio de un mundo cotidiano que sufre demasiadas muertes.
Lo que celebramos los cristianos es la
pascua, el paso, de una muerte a la vida. Lo cual, no termina el domingo de
resurrección, sino que precisamente empieza, o mejor dicho, nunca terminó. De
modo que, no suframos operaciones retorno, no regresemos de lo que en estos
días hemos visto y oído, sino que permanezcamos ahí como testigos gozosos de la
vida, en medio de un mundo cotidiano que sufre en demasiadas muertes.
El
Evangelio del domingo de pascua trae un curioso protagonista: el sepulcro, que
hasta 7 veces se reseña, y los personajes se mueven en torno a él: van, vienen,
vuelven, miran, se detienen, pasan... Aquel sepulcro no era un tumba
cualquiera. Para unos, como los sumos sacerdotes y los letrados, el sepulcro
era el final de la pesadilla que para ellos tal vez fue Jesús. Para otros, como
Pilato, tal vez el final de un susto que le puso contra las cuerdas haciendo
peligrar su poltrona política. Para otros, finalmente, como los discípulos, el
sepulcro era su pena, su escándalo, su frustración. Es posible que, recordando
tantas palabras de su Maestro, aún mirarían aquel lugar con una débil
esperanza... por si acaso.
Pero
llegó Magdalena, y al ver aquello así, abierto y sin Jesús, pensó lo más
natural: que alguien había robado el cadáver. Y comunicado a los Apóstoles,
corrieron para ver. El discípulo a quien Jesús quería, vio y creyó. Y
comenzaron a entender la Escritura, a reconocer como verdad lo que ya les había
sido otras veces anunciado: que Jesús resucitaría. No hay espacio ya para el temor,
porque cualquier dolor y vacío, cualquier luto y tristeza, aunque haya que
enjugarlos con lágrimas, no podrán arañar nuestra esperanza, nuestra luz y
nuestra vida... Porque Cristo ha resucitado, y en Él, como en el primero de
todos los que después hemos seguido, se ha cumplido el sueño del Padre Dios, un
sueño de bondad y belleza, de amor y felicidad, de alegría y bienaventuranza.
El sueño que Él nos ofrece como alternativa a todas nuestras pesadillas.
+ Fr. Jesús
Sanz Montes, ofm - Arzobispo de Oviedo
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