ABRIL: NATURALEZA DE LA ADORACIÓN NOCTURNA
ESCUELA PRÁCTICA DE ORACIÓN
PARA APRENDER A AMAR COMO RAZÓN DE VIVIR
Arrancamos el segundo trimestre del
año. Salidos del invierno tan propicio al recogimiento –aunque a veces, al
encogimiento- se nos ha venido la primavera, que nos incita a salir de
nosotros mismos y a abrir nuestros sentidos al gozo de la belleza a raudales y
al resurgir de la vida. Siempre y en
todo lugar hemos de dar gracias a Dios. Como lo hace todo el universo.
Qué hermoso es considerar, cuando en el turno de vela, cantamos o recitamos el
salmo 19, sentirnos unidos a toda la Creación, poniendo voz y corazón a lo que
proclama el universo:
El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.
Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.
LA MARAVILLA DE LA ORACIÓN
No es otra cosa orar, sino levantar el corazón a Dios
para alabarle o para pedirle mercedes, como nos
enseñaban en la doctrina cristiana.
No nos cansaremos de agradecer la
publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. Ya no nos escusa el
“doctores tiene la Iglesia que le sabrán responder”. Han puesto en nuestras
manos todo lo que constituye el depósito de la Fe.
Continuando con lo escrito en marzo, es
una maravilla leer atentamente todo lo que nos enseña en la parte IV
sobre la oración. Detengámonos en estos dos puntos y caeremos en la cuenta de
la inconmensurable dignidad humana que Dios nos otorga cuando entramos en
cualquier tipo de oración:
1º Es alianza con Dios
(2564) La oración
cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción
de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por
completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho
hombre.
2º Es comunión con Dios
(2565) En la nueva
Alianza, la oración es la relación viva de los hijos de Dios
con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu
Santo. La gracia del Reino es “la unión de la Santísima Trinidad toda entera con
el espíritu todo entero” (San Gregorio Nacianceno, Oratio 16, 9). Así, la vida de
oración es estar habitualmente en presencia de Dios, tres veces
Santo, y en comunión con
Él. Esta comunión de vida es posible
siempre porque, mediante el Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con
Cristo (cf Rm 6, 5). La oración es cristiana en tanto en cuanto es
comunión con Cristo y se extiende por la Iglesia que es su Cuerpo. Sus
dimensiones son las del Amor de Cristo (cf Ef 3, 18-21).
NECESITADOS DE SILENCIO
De sobra sabéis que son tres los tipos de oración. La oración vocal, la meditación y la contemplación. Además del ofrecimiento de obras, que convierte en
oración todo lo que hacemos durante el día.
Existen
diferencias entre esos tres tipos de oración como abordaremos en la próxima
reflexión de mayo, Pero también los tres están relacionados entre sí.
Curiosamente las tres
necesitan inexcusablemente del silencio. No es posible
la oración en el alboroto en que estamos inmersos. Hay una dictadura del ruido.
Silencio externo. Qué difícil es rezar en medio del barullo. En un
libro admirable del cardenal Robert Sarah titulado La fuerza del silencio y que
os recomiendo vivamente, lleva por subtítulo “Frente a la dictadura del ruido”.
Vivimos bajo la dictadura del ruido que no solo nos imposibilita el encuentro
con Dios, sino que no nos deja encontrarnos con nosotros mismos. El silencio y
la penumbra de las iglesitas románicas es el espacio propicio para encontrarnos
en presencia de Dios, espacio que podemos propiciar dentro de nosotros mismos,
sin salir de nosotros mismos. Silencio
exterior y silencio interior. Controlar las distracciones.
Estamos en el momento sublime de la
consagración y la mente se nos va hacia el descalabro de la política, la dureza
de los garbanzos, el regalo para el nieto, y otros mil insignes afanes, en nada
congruentes con la muerte de Jesús en la Cruz. Y así en todo. El silencio es el requisito para el encuentro con
quien sabemos nos ama. La imaginación, como loca de la casa, ya se encarga
de las mil distracciones que impiden estar a solas con nuestro Dios.
Es en el
silencio donde Dios nos habla, donde podemos escuchar lo que Dios nos dice.
Para orar Se requiere soledad y silencio: TACE, escribe Don Luis, CALLA.
NUESTRA PARTICIPACIÓN EN LA ORACIÓN:
La persona debe poner su deseo y su
disposición, principalmente su actitud de silencio (apagar ruidos exteriores e
interiores). El silencio aún no es contemplación, pero es el esfuerzo que
Dios requiere para dársenos y transformarnos. Además, orar se aprende
orando, "sin desfallecer", como nos pide la Sagrada Escritura. La única forma de aprender a orar es:
orar, orar, orar.
Aun así, unos oran de una manera y otros
de otra. A unos les es fácil la contemplación y a otros les es casi imposible.
Unos meditan, otros hacen oración vocal. ¿Entonces?
Santa Teresa de
Jesús nos responde esto. Comentando el
pasaje de Pedro cuando le pregunta al Señor qué será de Juan. Y el Señor le
responde: "¿A ti que? Tú, sígueme" (Jn 21, 20-25):
"Es cosa que importa mucho entender
que no a todos lleva Dios por un camino, y por ventura el que le pareciere va
por muy más bajo, está más alto en los ojos del Señor" [...] "Así que
no porque en esta casa todas traten de oración, han de ser todas contemplativas.
Es imposible. Y será gran desconsolación para la que no lo es"[...] "Yo
estuve más de catorce años que nunca podía tener meditación sino junto con
lección. Habrá muchas personas de este arte, y otras que, aunque sea con
lección, no pueden tener meditación, sino rezar vocalmente, y aquí se detienen
más... Y otras personas hay hartas de esta manera, y si hay humildad, no creo
saldrán peor libradas al cabo sino muy en igual de los que llevan muchos
gustos, y con más seguridad en parte; porque no sabemos si los gustos son de
Dios o si los pone el demonio"[...]
"No hay
qué temer, ni hayáis miedo que dejéis de llegar a la perfección como los muy
contemplativos." El protagonista de nuestra oración es Dios mismo. Nosotros,
abandonarnos en Él; poner en Él toda nuestra confianza. No en el mucho saber,
sino en el mucho amar. No lo olvidemos: la adoración
nocturna es una escuela práctica para aprender a orar, es decir, para que nuestro corazón aprenda a vivir
siempre y en todo lugar, en presencia de quien sabemos nos ama.
Preguntas
para el diálogo y la meditación.
■ ¿Por qué la oración en cualquiera de sus variedades
es un reconocimiento sobrecogedor de la dignidad que Dios concede al ser
humano?
■ ¿Por qué sin el silencio no es posible ponernos en presencia
de Dios?
■ ¿En qué radica
la plenitud de la oración, en la forma de oración que realicemos o en el grado
de amor que alcancemos en cualquier forma de orar?