Mensaje del obispo de Cádiz y Ceuta, con motivo del tiempo de
Pascua.
Queridos amigos ¡Feliz Pascua!
“Cristo,
mi amor y mi esperanza ¡ha resucitado!”. Así se expresa la liturgia de la
noche pascual cuya luz se extiende durante cincuenta días y que adquiere un
resplandor de gracia sin igual en la llamada Octava de Pascua. Estos ocho
primeros días pascuales que estamos viviendo tienen su culmen en el domingo
inmediatamente posterior al de Resurrección, instituido como “Domingo de la
Divina Misericordia” por Juan Pablo II, quien providencialmente murió el día de
esta fiesta y que será canonizado esta misma semana en dicho
domingo.
Providencialmente iré a Roma representando
a nuestra iglesia diocesana para vivir este acontecimiento de gracia. Lo
viviremos, con los sacerdotes y algunos jóvenes que me acompañan, juntamente
con la canonización del otro gran testigo de la misericordia divina, Juan
XXIII. Os llevo a todos en mi oración para pedir sobre nuestra querida diócesis
una renovadora efusión de su Misericordia.
Verdaderamente, Dios es Misericordia y nosotros así lo experimentamos
continuamente. Por eso nosotros sabemos que la Resurrección de Jesús no es
simplemente una manera de decir que su mensaje sigue vivo entre nosotros. No es
sólo su mensaje, sino que es Él mismo quien está vivo, resucitado. Y nosotros
experimentamos cotidianamente su presencia resucitada, misteriosa. Una
presencia que hoy también nos dice como entonces: No temáis, Yo estoy con vosotros hasta el
fin de los tiempos. Su
presencia resucitada en medio de nosotros es misteriosa porque la sentimos
cercana pero al mismo tiempo, a veces, es difícil de reconocer, como leemos
estos días que les pasó a los caminantes de Emaús o a la misma María Magdalena.
Sin embargo si confiamos y nos dejamos seducir por la suavidad de su gracia
nuestro corazón empieza a arder de nuevo y como santo Tomás finalmente
confesamos postrados a sus pies: Señor
mío y Dios mío. Esto es lo que quiere el Señor de nosotros estos
días de Pascua: la entrega total de nuestra vida. Darle nuestra vida cotidiana,
nuestro trabajo, nuestras relaciones, nuestro descanso para que Él viva en
nosotros y nosotros en Él. Sencillamente esto: Permaneced en Mí y yo permaneceré en
vosotros. El que permanece en Mí da fruto
abundante. Pero dejarle tomar posesión significa que
Él pueda hacer libremente su obra en nosotros. Como decía la Madre Teresa de
Calcuta: “Darle todo lo que pida y dejar que tome todo lo que quiera aún sin
que nos lo haya pedido”. Sí, éste es su sueño, por el que se ha hecho hombre,
ha sufrido y muerto y finalmente ha resucitado: que se cumpla en nosotros el
proyecto del Padre, ser hijos, coherederos con Él de la vida eterna y
construir, junto a Él, un mundo de amor.
Nadie tiene amor más grande que el que da
la vida por sus amigos. Él les dice a las mujeres en la mañana
del primer domingo de la historia: Id
y decid a mis hermanos que vayan a Galilea, yo iré delante de ellos, allí me
verán. Es decir, les envía a la misión. Ved que no se desdice de
llamarnos hermanos, amigos, compañeros de misión, porque la Resurrección de
Jesús es el comienzo de la misión de la Iglesia, y ésta consiste en llevar el
Amor misericordioso del Padre a todos los hombres, especialmente los más
necesitados de su ternura. Juan Pablo II insistía en que el tiempo
pascual y especialmente esta primera semana, debía ser el tiempo de la
misericordia, tiempo de recibir el sacramento de la Reconciliación –enriquecido
con la indulgencia plenaria si se confiesa y comulga en el Domingo de la
Misericordia- y tiempo de llevar esa misericordia a “nuestra Galilea”,
allí donde está nuestra misión: nuestras casas, nuestros trabajos, las personas
que sabemos que Él nos encomienda aunque nos cueste amarles. Él nos ha
prometido que allí le veremos, le encontraremos al salir de nosotros mismos por
la fuerza de su Espíritu Santo.
Recibid
el Espíritu Santo y llevad la Misericordia al mundo entero, dijo Jesús resucitado a sus
apóstoles. Y aquella misma tarde de domingo las puertas de la Iglesia, antes
cerradas por el miedo, se abrieron de par en par para no volver a cerrarse
jamás. Deseo vivamente que se cumpla en nosotros la encomienda de Cristo.
La misión ha comenzado, hagamos realidad
su mandato. Que se haga presente su vida, que nos haga vivir su Misericordia
Mis queridos hermanos y amigos, sacerdotes, religiosos y consagrados, laicos de
todas las parroquias, de asociaciones, movimientos, cofradías, cuantos servís a
la caridad, a la liturgia, o en la catequesis: Cristo ha resucitado y desde
entonces todo es posible, el futuro es nuestro. ¡Buena y Santa Pascua!
+Rafael Zornoza Boy,
Obispo de Cádiz y Ceuta
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